Queridos hermanos religiosos y laicos de la Familia pavoniana:
Escribo esta carta después de haber visitado nuestras comunidades de Colombia a las cuales agradezco sinceramente su acogida, hospitalidad y fraternidad.
A mediados del mes de agosto la Iglesia celebra la Asunción de María a los cielos, en numerosos pueblos y ciudades es también la fiesta patronal. ¡Qué bien ha entendido el pueblo cristiano esta fiesta! María es llevada al cielo sin pasar por la corrupción del sepulcro porque se puso a disposición de Dios para dar al mundo al Salvador.
Hay muchas virtudes de María que son de ejemplo y estímulo para el seguimiento de Cristo. Querría resaltar tres, que el p. Pavoni considera características para nuestra familia (CP 24) y que nuestra Regla de vida recoge en el nº 9: la humildad, la sencillez y la obediencia. Para una reflexión más profunda de estas tres virtudes que adornan la figura de María, remito a un artículo escrito por p. José Rossi y que encontramos en el libro Lodovico pavoni, educatore e maestro di vita, pp 517-555.
1. La humildad (CP 24,79, 211)
Es una virtud que debemos pedir siempre al Señor y que nos hace ponernos ante él sabiendo que nuestra grandeza no está en nosotros, en nuestras cualidades o en nuestras capacidades. Somos más grandes cuanto más nos llenamos de él. Recordemos: “Mi alma engrandece al Señor mi Dios, porque él ha mirado la humildad de su sierva” (Lc1,46-49). Es una virtud que me hace poner frente a los demás, no como superior a ellos, sino como compañero de camino, como hermano. Es una virtud que me ayuda a ver lo bueno que existe en los otros, que me hace comprender las limitaciones y pecados de los demás, sabiendo que, como yo, están necesitados de la misericordia, del perdón y del amor de Dios (RV 129). El autoritarismo, la prepotencia, la soberbia son enemigos de esta virtud. No es la virtud de los débiles sino de los fuertes. Es una virtud indispensable para vivir la fraternidad. Me hace comprender que necesito la aportación de todos para crecer como persona y como hijo de Dios y seguidor de Cristo. Me ayuda a aceptar las situaciones de la vida y las actuaciones de los demás, aun no entendiéndolas. Me ayuda a no juzgar, a no condenar a los demás, sino a caminar poniéndome a disposición de mis hermanos para la construcción de un mundo mejor. La humildad me ayuda a poner a disposición de la misión todo lo que soy y todo lo que tengo, sabiendo que debo dar gratis lo que he recibido gratis. Me ayuda a caminar con los jóvenes y los pobres de hoy poniéndome a su servicio para, desde mi pobreza, ayudarles a descubrir el plan de Dios sobre ellos. La virtud de la humildad me ayuda a ser más testigo que maestro.
2. La sencillez (CP 24, 81, 176, 211)
Virtud muy unida a la humildad. El sencillo es aquel que se pone delante de Dios sin dobleces, aquel que vacía el corazón de tantas cosas y, quedándose a la intemperie, se deja llenar de Dios. Es aquel que delante de Dios repite continuamente: “Señor ten piedad de mí, que soy un pobre pecador” (Lc 18,13). Es aquel que, como dice Papa Francisco, “se siente un pecador mirado con misericordia por Dios”.
Sencillo es aquel que no complica la vida a los demás, sino que intenta hacérsela más agradable y llevadera. Es el que impregna sus relaciones fraternas de misericordia, de ternura y de amor. Es aquel que no tiene dobleces, que es honesto y sincero, que viene de frente y no es suspicaz. Es el alma transparente que siempre busca el bien y la verdad. Es el que da importancia a lo que verdaderamente es importante para todos y no a lo que él cree que es importante o ventajoso para sí mismo. Es el que se abre y confía sin límites en la Providencia de Dios y no pone su confianza en las cosas materiales o en las tentaciones que a todos nos acechan: poder, fama-prestigio, placer. Es el que acepta ser modelado cada día por la gracia de Dios y se enriquece siempre con la aportación de los demás.
La sencillez nos ayuda a estar en misión entre los jóvenes y los pobres con un corazón abierto a lo que ellos nos pueden aportar: “los pobres nos evangelizan”. Sencillo es el que no necesita del aplauso ni tantas cosas para vivir y cultiva un corazón libre de ataduras para darse sin medida. Es el que se entrega a los demás sin esperar nada a cambio. Es el que va con la verdad por delante, aparenta lo que es en realidad y no necesita disfrazar su vida para mostrar lo que no es.
3. La obediencia (CP 24, 56, 59, 61, 56, 64)
La obediencia es “la virtud más esencial en toda comunidad religiosa” y “debe ser el más bello ornamento de esta familia” (CP 56).
― Obediencia a Dios. Debemos buscar siempre y sin descanso, tanto individual como comunitariamente, la voluntad de Dios sobre nosotros. Todos debemos abrirnos al soplo del Espíritu para discernir la voluntad de Dios. Debemos llegar a la conclusión de que hemos sido escogidos y llamados para como Jesús “hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 6,38). La obediencia a Dios conlleva renunciar a nuestros propios planes para secundar sus designios. A veces la obediencia a Dios nos hace sufrir ―“aprendió sufriendo a obedecer” (Heb 5,8)―, ya que muchas veces no entendemos los caminos de Dios que nos manda “descentrarnos” y salir hacia la tierra que él nos indica (cf Gn 12,1). Obedecer a Dios significa seguirle cargando con la cruz de cada día (cf Mt 16, 21-27). Obedecer es entra en la lógica de Jesús que nos enseña que la vida se gana perdiéndola en favor de los demás.
― Obediencia a los hermanos. La obediencia a los hermanos me hace disponible para acudir donde los hermanos me necesitan. ¡Cuánto nos cuesta obedecer a los hermanos y en especial a los que han recibido el servicio de autoridad! ¡Cuánto nos cuesta percibir en los hermanos la voz de Dios!, pues les consideramos pecadores, débiles e incoherentes. Es a través de lo débil como Dios se hace fuerte. Obedecer a la comunidad me hace disponible, participativo, generoso, entregar lo mejor de mí mismo, no quedarme nada de lo recibido. Exhorto a los superiores que se ganen la autoridad moral desde el ejemplo, la coherencia y el testimonio de una vida entregada en el servicio a los hermanos.
― Obediencia a los jóvenes y a los pobres. “He escuchado el clamor de mi pueblo; vete a liberarle” (Ex 3,7). El grito de los jóvenes más necesitados debe ser para nosotros, como lo fue para Pavoni, la voz de Dios. Dejando todo, nuestras comodidades, nuestras seguridades y privilegios debemos salir a su encuentro y ser padre y familia para ellos. Hoy la voz de tantos jóvenes necesitados clama, y nosotros debemos obedecer y acudir a su grito muchas veces desesperado. Si hacemos oídos sordos a esta voz, hacemos oídos sordos a la voz de Dios que clama en sus pobres.
Creo que podríamos hacer un examen de conciencia personal y comunitariamente ante estas tres virtudes características que nos inculca nuestro Fundador y que María supo poner en práctica.
¿Qué estima personal tengo yo por estas tres virtudes? ¿Nos miramos sólo a nosotros mismos olvidando lo que hemos recibido haciéndonos autosuficientes?
¿Nos sentimos autosuficientes y orgullosos, sabemos equilibrar los deseos y moderar las pretensiones? La humildad es “andar en verdad” (santa Teresa). ¿Buscamos el aplauso o la gratificación de los otros? ¿El oportunismo interesado para sacar algún beneficio personal?
El sencillo es el que mira lo esencial, no las apariencias. ¿Sabemos aceptar al otro, religioso o laico, por lo que es y no por lo que aparenta? ¿Nuestro estilo de vida se acerca más a la sencillez o a la opulencia y bienestar? El sencillo no obsesiona a Dios con sus “porqués”; sino que lo adora con sus “fiat”. ¿Nos ponemos en las manos de Dios y nos fiamos de él con la sencillez de María? ¿Nos ponemos a disposición de su plan o nos construimos el nuestro?
Obedecer es buscar la voluntad de Dios sobre nosotros. ¿Buscamos con sinceridad la voluntad de Dios o la nuestra? ¿Creemos en las mediaciones: Iglesia, Congregación, superiores, comunidad, pobres? ¿Cómo vivimos esta virtud hoy y cómo la compaginamos con la autorrealización?
Pongo el camino de nuestra familia bajo la protecciòn de la Virgen María y del Beato Pavoni. Un saludo fraterno y siempre agradecido.
Ricardo Pinilla Collantes
Galleguillos de Campos, 31 julio de 2015