El cristiano debe siempre estar ahí al frente y decir con claridad a la gente que nuestra meta definitiva está en el Cielo.

¡Ánimo, ya queda poco, muchachos!

Reflexionando sobre esta pandemia del coronavirus, me acordaba de todas esas caminatas largas y duras que he realizado con los jóvenes, a lugares muchas veces desconocidos para nosotros. Sí, en algunas teníamos un mapa viejito que casi nunca coincidía con la realidad; en otras preguntábamos a algún aldeano de la zona y él nos daba unas indicaciones que la verdad casi nadie entendíamos. Sin embargo, nos poníamos en camino, por el simple hecho de vivir una aventura, de disfrutar de un lindo paisaje en compañía de unos estupendos amigos y de alcanzar nuestra meta (la cima de la montaña, una linda cascada o un lugar casi paradisíaco). Al principio todos estábamos relajados, pero cuando la loma se empinaba, iban pasando las horas y la meta no llegaba, siempre surgía la pregunta angustiada de los que se iban quedando rezagados: “¿Pero, cuando llegamos, hermano?” Y yo siempre les contestaba: “¡Ánimo, ya queda poco, muchachos!”. La verdad es que ni yo sabía cuánto tiempo nos quedaba porque, como ellos, tampoco conocía el camino. Sin embargo, entre risas y charlas, seguíamos avanzando poco a poco hacia la meta. A veces encontrábamos a alguien por el sendero que nos alentaba y nos orientaba un poco, otras veces revisábamos el viejo mapa; más de una vez nos perdimos en plena selva y, no obstante, con la ayuda de Dios, siempre alcanzábamos nuestra meta. El susto era muchas veces de cuidado, pero eso no impedía la programación de una nueva salida ecológica.

Pues el coronavirus, salvando las distancias, es como una caminata infernal hacia un lugar desconocido. Y en ese camino estamos metidos media humanidad. A lo largo de estos meses de pandemia ha habido muchas tentaciones (las tentaciones del caminante): algunos irresponsables incumpliendo las normas, otros totalmente desanimados, otros relajados, otros miedosos y otros, desgraciadamente, se nos quedaron en el camino. Pero, los caminantes más valientes, han ido siempre por delante marcando ruta y otras veces se han situado al final del grupo esperando a los rezagados; y sin pensar tanto en sí mismo, se han jugado el tipo por nosotros, han sabido afrontar la realidad y nos han alentado continuamente con ideas muy claras, arriesgadas, creativas y esperanzadoras y con ejemplos magistrales de vida.

Yo creo que esa es la función de los caminantes cristianos, en tiempo de coronavirus, pero también cuando todo esto termine. Porque aunque ya no exista ese maldito coronavirus (¡Dios quiera que sea pronto!), nuestra sociedad contemporánea seguirá infectada por otros virus todavía más peligrosos (el consumismo, el materialismo, el individualismo, el egoísmo, el hedonismo,…) y el cristiano debe siempre estar ahí al frente, como un auténtico líder, y decir con claridad a la gente que esos virus son malos, muy malos; que la meta de nuestro camino por este mundo no está en estas pobres cuatro paredes de la Tierra, sino en el Cielo y que nunca debemos perder esa Meta o de lo contrario andaremos por la vida como cuando uno se pierde en el desierto, dando vueltas alrededor de nosotros mismos, viviendo de espejismos y sin alcanzar nunca la felicidad.

Por cierto, para ir al Cielo, tenemos una gran ventaja, ya sabemos el camino: Jesús de Nazaret; Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Respecto al Coronavirus, aunque nos ha golpeado duramente y nos sigue teniendo acongojados, simplemente termino diciéndoles como a los jóvenes caminantes: “¡Ánimo, ya queda poco, muchachos!”.