Es el tercer año que, como grupo juvenil pavoniano, acudimos a la casa de la Misericordia en Gran

Qué bonita experiencia. Cada vez que recordemos esta semana en Granada lo haremos con una sonrisa, y todo gracias a nuestros amigos de la Casa de la Misericordia que tanto nos han enseñado y nos han hecho disfrutar. 

Empezamos el viaje con la furgoneta rebosando ilusión, nervios y maletas. Es imposible describir la emoción que sentimos los que ya conocíamos a los chicos cuando les vimos de nuevo, nos abrazaron, nos sonrieron...y es que muchos se acordaban de nosotros.

Tampoco se puede explicar el miedo que sientes al verlos por primera vez. Sí, miedo. Miedo a lo desconocido, miedo porque nuestra primera impresión siempre se basa en el físico y eso asusta. Pero nos han enseñado con creces que la belleza está en el corazón, y por eso podemos decir que hemos conocido a las personas más hermosas del mundo. En ellos hemos podido reconocer la mirada y la sonrisa de Dios. Pero al principio te asustas, sientes que no estás preparado, y aciertas. Nadie está preparado para que entren en su corazón con tanta facilidad como ellos lo hacen, en tiempo récord. 

Además hemos tenido el placer de conocer y ayudar a quienes trabajan en cocina y lavandería, así como a los que están con los chicos. 

No podremos olvidar todos los momentos buenos vividos entre esas paredes, las asambleas matutinas en las que no faltaban las risas, las canciones y bailes de  Goro, el coche rojo de Alonso, las saetas de Fede, los curiosos saludos de Javi y la incansable garganta de David. Tampoco podemos sacarnos de la cabeza las sonrisas de Antonio, Marcos o David Escobedo, los baños en la piscina, los bailes, los juegos improvisados o las bromas con las que pasamos una gran última tarde.

Todo esto sin contar la visita a Santa Fé que con tanto cariño nos preparó Vanesa o la tarde que pasamos conociendo la abadía de Sacro-monte y algunas de las calles de Granada de la mano del Padre Paco. El últimos día fuimos a la playa de Motril y pudimos disfrutar del mar y del buen día que hacía antes de comenzar el viaje de vuelta a Madrid. Pero esta vez en la furgoneta se podía respirar el cansacio de una semana intensa y la pena que los finales siempre llevan consigo, pero esto no es un punto final, es una coma. Esto y todos los bonitos recuerdos que nos llevábamos a casa, hacían que la felicidad ganase a la pena. Eramos conscientes de que somos unos privilegiados porque habíamos vivido una experiencia inolvidable y que todo el mundo debería probar. Hemos aprendido que los límites solo existen en tu mente, que la vida es sencilla, se puede ser feliz con muy poco, pero somos nosotros los que la complicamos, cómo los gestos más pequeños pueden significar tanto, y es que con un beso, un abrazo o un te quiero ya teníamos los pelos de punta. Nos hemos dado cuenta de que le damos importancia a cosas que realmente no la tienen, que nuestros problemas ni siquiera tienen derecho a recibir ese nombre frente a los suyos. También pudimos comprobar que para que la casa funcione hay muchas personas que aunque no se vean tanto son igual de necesarias. Quedamos sorprendidos del increíble cariño que todos ponen en su trabajo, se nota que para ellos es más que un simple empleo, que quieren a esos chicos...nos han contado como para ellos es una escuela de vida y no podemos hacer otra cosa que agradecer que nos hayan permitido asistir a ella esta semana. Dar las gracias a todos por su paciencia y su cariño, al Padre Paco por abrirnos su casa y permitirnos vivir esta experiencia , a los chicos por enseñarnos el tesoro de amar, amar sin prejuicios, amar sin esperar nada a cambio, amar incondicionalmente y especialmente a Dios, porque sin él nada de esto hubiera sido posible.

Ahora intentaremos usar lo aprendido para ser un poco más felices y hacer más felices a los que nos rodean.