Pequeña crónica de lo mucho vivido en la Canonización de Ludovico Pavoni en la opción C

Era la opción de los jóvenes, la más corta, la más económica, la más cutre, podríamos decir... pero la que más prometía. Así se lo advertí a los jóvenes diciéndoles: si Pavoni viajara a Roma para su canonización, lo haría en esta opción. Efectivamente fue así. En los papeles ponía que comeríamos "de aquella manera", y así fue, pero comimos bien y disfrutamos dos intensos días de la Ciudad Eterna, siempre expléndida. Salimos a las 12,30 h. desde La Cistérniga, otros a media tarde desde Albacete o Cáceres... la cosa era encontrarnos en el aeropuerto y comenzar a sentir ese gusanillo y esa alegría de quienes van de fiesta y de quienes hacen fiesta cuando se encuentran. Allí imposible dormir, aunque sí que había algunos que lo hacían, entre bancos, mochilas... pero nosotros no. Amanecimos en Roma, medio dormidos, pero con ganas de comernos la ciudad. Las mochilas, al Ancora, y los pies... para qué os quiero, que hay mucho que ver. Lo primero la Basílica, las criptas, el credo, las fotos de rigor... y contemplándonos el tapiz de Ludovico Pavoni, el más guapo de todos, decía alguno. La librería Ancora fue verdaderamente un punto de encuentro, no sólo para nosotros, que fuimos tratados con mucha deferencia y cariño, sino para todos los peregrinos. Y la comida, en plena vía della Conciliazione, con el Vaticano al fondo, sendos bocatas de jamón español. Y por la tarde, los foros, a tragalaperra, el Coliseo, el Moisés, el teatro Marcelo, la Plaza Venezia... Roma inolvidable, auténtica, entrañable. Algunos, por ahí perdidos, aborregándose sobre las piedras que contemplaban inertes a esta panda 2000 años después. Acabamos la tarde en la basílica de los Doce Apóstoles. Ya se sentía el aire de la canonización. Pavoni, los dos panes y los cinco peces, nos ayudaron a situarnos en la escena. Y en bus a San Barnaba. Allí Agnese y los jóvenes de la parroquia nos esperaban con los brazos abiertos. Qué maravilla, qué pasta más rica, que hermoso es sentirse "en casa", aunque estemos tan lejos. La noche, peor que la anterior en vela, esta vez por la sinfonía de ronquidos, altos, bajos, contraltos, tenores... Y a madrugar, corriendo a la canonización, con nuesra camiseta, el morro pintado, muchas ganas y mucha alegría en el cuerpo. Pavoni, santo entre nosotros. La verdad es que las pañoletas amarillas que nos dieron sirvieron para hacernos notar y ver. Hasta una televisión se paró a entrevistarnos. Aunque había mucha gente, gran emoción y por nuestra cabeza, un montón de imágenes que empezaban a cobrar sentido. Mucha vida vivida juntos, mucho crecimiento, mucho camino... Y el Papa, tan cercano, tan a nuestro lado, proclamando a Pavoni santo. Rematamos con el Gianicolo y la comida, esta vez, en plato. En la tarde libre, algunos subieron a la cúpula de San Pedro. Desde allí se ven las cosas de otra manera. Otros de compras y regateos varios. Otros a ver el Ara Pacis... y luego un paseo precioso, encantador... por las callejuelas de Roma, buscando el Opera Ristorante. Allí nos esperaban con ópera y todo y con la pizza, ¡también en plato! Exquisita, margherita con prosciuto. Y para rematar la noche, las fuentes romanas, siemrpe explendorosas, siempre llenas de vida, de historia y de monedas. Mataos quedamos, tirados en Termini, esperando a que pasara algún bus para subirnos o colarnos en él. LLegó el autobús y nuevamente noche casi en blanco. Ya dormíamos de cansancio.

El día 17, después de la acción de gracias en el Vaticano, tuvimos que recoger las mochilas nuevamente en el Ancora y salir pitando para Fiumicino. Se acababa lo bueno, y comenzaba la tortura, los retrasos, las esperas, el aeropuerto... con un panecillo de mortadela, de aquella manera. Volvíamos a nuestras casas con el sabor de lo intenso, de lo vivido profundamente, genenerosamente, aunque fuera en poco tiempo. Hay momentos en la vida, que no importa la calidad, ni el dinero, ni el tiempo... son tan intensos, que parece que estuvimos en Roma una eternidad, y mereció la pena. Siempre con los jóvenes, un placer. Pavoni, desde la ventana del Vaticano, nos sonrió especialmente y nos deseo lo mejor.