Un año más hemos participado de este maravilloso encuentro organizado por Taizé

El Rín, una viña alsaciana, el jardín del claustro y una vidriera de la catedral de Estrasburgo, sirvieron esta vez de decoración para los impresionantes lugares de oración del Encuentro Europeo de Jóvenes que organiza cada fin de año la comunidad de Taizé. Fieles a esta cita anual del fin de año, acudimos 14 personas, 9 de nuestros grupos y otros 5 que se nos sumaron. El objetivo, pasarlo bien, conocer gente, rezar, ir a las fuentes del evangelio, caminar hacia una nueva solidaridad, sentirnos en comunión con los 30.000 jóvenes que participaban. Estrasburgo, ciudad fronteriza y parlamentaria, quedó invadida por esta multitud, que colapsaron en varios momentos el tranvía, y las líneas de autobuses. Aún así, a pesar de los problemas y molestias, nadie se quejó y todos esperaron pacientemente su turno, o fueron andando, o se las ingeniaron para que el ser tantos no fuera problema, sino riqueza. Los jóvenes venían de todos los rincones de Europa, y de otras partes del mundo, con un mismo sueño y un mismo deseo, el de construir una Europa diferente, nueva, basada en la confianza, la reconciliación y el entendimiento.

            El sueño del hno. Roger de Taizé, en esta víspera del centenario de su nacimiento, se hacía realidad cuando iban llegando los trenes, aviones y autobuses, repletos de jóvenes, el 28 de diciembre. Nosotros aterrizamos en Basel (Basilea),  un aeropuerto suizo en tierras alsacianas, y desde San Luis, fuimos a Estrasburgo. Comenzábamos a ver carteles de Taizé, y Teresa, una erasmus, nos guió hasta la acogida. Desde allí nos enviaron a Offemburg, en la puerta de la ‘Selva Negra’, donde los pastores luteranos Christian y Claudia, nos fueron acoplando en familias, algunas de ellas hispanoparlantes. Offemburg es una ciudad preciosa, donde nos acogieron muy bien. Allí, un día en la iglesia católica y otro en la protestante, íbamos realizando los encuentros de la mañana, las visitas a la antigua sinagoga, al lugar de las purificaciones, al museo de la revolución de 1848, al del holocausto… y fuimos conociendo a nuestros compañeros croatas, ucranianos, polacos, alemanes…Desde la web, agradecemos sinceramente tantas atenciones, y tanta generosidad por parte de nuestros anfitriones, que nos dejaron hasta la llave de las casas. Impresionante el recuerdo de los judíos asesinados, las raíces y la historia de este pequeño pueblo de Ortenau. Y todo esto lo íbamos alternando con las oraciones en la ciudad de Estrasburgo, donde cada día nos acercaba un autobús: en la catedral, en el Renhus nord, en algún pabellón, en el Parlamento Europeo… La ciudad se convirtió en un gran museo por donde fuimos desfilando y llenándonos de su espíritu. La plaza Kepler, la plaza Broglie, l’homme de Fer, San Pedro el Viejo, y el joven, les Ponts couverts… Realmente una ciudad preciosa donde anochecía demasiado pronto.

            En la comida familiar del día 1 de enero, nos despedíamos del Encuentro Europeo con la invitación del hno. Alois, prior de Taizé, a participar en la próxima etapa de la Peregrinación de Confianza en Praga. Y comenzábamos ya ahorrar para este evento en una de las capitales más bellas Europa, en la república Checa. Fotos, regalos, recuerdos, y alguna que otra lágrima, porque la acogida crea lazos muy fuertes.

            Por la tarde fuimos a Colmar, un precioso pueblo cerca de Estrasburgo, donde paseamos por las calles y compramos recuerdos. Delicioso estar rodeados de casitas de chocolate, como en un cuento, donde los abuelos guiñaban ojos a las chicas y donde la niebla fue tragándose a este hermoso enclave. En Colmar estuvimos a la puerta del museo Unterlinden y el retablo de Issenheim (1512-1516), que no pudimos visitar por ser primero de enero. Regresamos a dormir a Offemburgo, en los salones de la Iglesia protestante, y de madrugada partimos para Friburgo, una preciosa ciudad al otro extremo de la Selva Negra. Lo primero, subir con el funicular al mirador, y contemplar la ciudad tan hermosa, tan bien planteada, ver lo que íbamos a visitar, situarnos… y a comer. La catedral (Münster), las calles Kaiser Joseph Strabe y Bertoldstr. Salzstrabe, la universidad antigua, el barrio judío, el ayuntamiento, la iglesia de san Martín… precioso Friburgo, sobre todo por la noche. Nos dieron alojamiento estupendo en el seminario diocesano de Friburgo, el seminario Borromiano. Y al día siguiente, nuevamente en tren, nos esperaba Basilea, la reina Cunegunda y Erasmo de Rotterdam. Nuevamente el Rín, señorial, imponente, acunando la Catedral protestante y toda la ciudad en un murmullo. El Markplatz, las puertas de la ciudad, los diferentes templos y museos… La acogida que brindó a comienzos del s. XVI la ciudad al protestantismo, hizo de ella un lugar seguro para impresores y editores, y también para nosotros, un lugar neutral y franco. La ciudad nos sorprendió con pocos fondos, a Dios gracias, ya que los precios de esta ciudad suiza eran desorbitados y prohibitivos. Aún así, conseguimos cenar decentemente en un restaurante español, y despedirnos adecuadamente de este Encuentro Europeo. De madrugada, fuimos al aeropuerto donde tras un sueño reparador, cogimos el avión de vuelta a España.

            Quedan en nuestro recuerdo tantos rostros, tantas personas amigas y queridas, especialmente nuestros anfitriones y aquellos que nos abrieron las puertas, tantos lugares, que seguramente algún día, volvamos a ver con más tranquilidad. Alsacia y Ortenau, el Rín, Suiza y Friburgo… encantadores y llenos de magia.