Última etapa de nuestra participación en la JMJ. Madrid y Cuatro Vientos

La última etapa hacia la JMJ pasaba por Segovia. Allí en el sepulcro de San Juan de la Cruz, renovamos con fe nuestro bautismo. El p. Julián nos dio unas pistas en una sencilla y profunda catequesis, y algunos miembros de la Familia pavoniana, religiosos y laicos, nos entregaron a los demás del Credo que leímos de forma solemne. “Recibe el Credo de los Apóstoles. Es el texto que expresa la fe de la Iglesia desde tiempo inmemorial. Guárdalo en tu corazón y proclámalo con tus labios y tu vida. Que estas palabras del Símbolo que para la Iglesia son tesoro y compromiso, te hagan mejor seguidor de Cristo, que vive y reina por los siglos de los siglos”.

La comida, en la pradera de la Fuencisla, donde practicamos risoterapia, cantos, juegos… Y en marcha hacia Madrid. Allí nos esperaba el cardenal Rouco con millares de jóvenes dispuestos a entrar por la puerta grande en este evento. Fue una pena no poder oír ni ver, lo que hizo que muchos peregrinos regresaran a Vicálvaro y a sus lugares de acogida un poco decepcionados. Pero la organización enmendó el error y en los siguientes eventos tuvimos buena visibilidad y mejor audición. La recepción del Papa en Barajas, a la acudieron Vero, Rosa y Wendy; el paso por la puerta de Alcalá y la bienvenida a Benedicto XVI donde estuvieron muy cerca del Papa Marta y Salva; el Viacrucis de Cibeles a Colón, en el que Clara y Juani tuvieron un lugar de honor representando a todos y rezando por cada uno; y sobre todo la Vigilia de adoración y la Misa de envío en Cuatro Vientos. Fue una semana cargada de ilusión, de actos, de espectáculos, de fe… en el que el Metro de Madrid fue nuestro mejor aliado.

Personalmente me impactó fuertemente el parque del Retiro. Acostumbrados a verlo con nigromantes, echadores de cartas, estatuas vivientes y otras hierbas, se hacía raro ver el Retiro convertido en una gran fiesta. Parecía un día de feria o las fiestas patronales de algún lugar donde todos nos sentíamos protagonistas. Unos durmiendo la siesta en el hierba, otros buscando una fuente potable entre cantos y risas, fotos, danzas, exposiciones, muestras, la feria vocacional, la fiesta del perdón en los confesionarios instalados para la ocasión… Cada rincón del Retiro hablaba de fe y de jóvenes, dos ideas que raramente se encuentran juntos. Allí una juventud –la de Jesucristo-, celebraba su fe, sin necesidad de botellones, ruidos y otras dependencias. Una juventud sana, gozosa, entusiasmada, con aguante y fuerza.

Las tres catequesis a las que asistimos durante esos días fueron muy hermosas. Más de 300 obispos se distribuyeron en diferentes iglesias de Madrid, para proponer la palabra y hacer una catequesis, desde su experiencia y su vida, dirigida a los jóvenes. Por lo que pude ver, los obispos se hicieron entender, pisaron tierra y abrieron a todos los tesoros de la Palabra de Dios. Las catequesis fueron también fiestas, llenas de color, danza, testimonios… Y por la tarde, el Festival de la Juventud, con algunas recomendaciones de la organización, y ya cada uno y cada grupo a ver lo que más le interesaba: el Bernabeu, el Palacio Real, el Museo del Prado, una exposición, una oración, un paseo por Madrid… en fin, una ciudad abierta y acogedora que se rendía ante los jóvenes creyentes del mundo. Una pena no haber podido ir a todos los eventos organizados, que realmente eran muchos, pero el don de la ubicuidad no se nos entregó con la mochila.

Y por fin Cuatro Vientos. Allí estuvimos también nosotros, con nuestra camiseta que decía bien claro quiénes éramos, y a quién seguíamos. A Jesucristo, camino, verdad y vida, en las huellas de Ludovico Pavoni. Podemos decir orgullosos, “también yo estuve allí”, en la tormenta y en el sueño, en la adoración y en la fiesta, en los corros y en la misa. La misa que más fieles ha tenido en la historia, decían la prensa al día siguiente. La sensación de verse rodeado de tanta gente, de tanta fe, de tantos jóvenes que siguen a Jesús en tantas partes del mundo, resultaba abrumadora. Tuvimos que buscarnos la vida, y asentarnos donde pudimos. Y así nos pilló la tormenta. El aerodrómo, según dijo la organización, se quedó pequeño y tuvieron que cortar la entrada. Dos millones abundantes de jóvenes encendidos en la fe. Realmente un espectáculo digno de ver.

Nuestro querido profesor, Olegario Glez. de Cardedal, decía el día después que “tras años en los que la fe en España parecía estar bajo sospecha en acusación, hoy levanta la cabeza con dignidad y humildad, con gozo y serenidad ante todos. Vive desde su libertad pensante, creyente y cívica; no con permiso de poderes políticos o de ciertas dominaciones culturales… La categoría primordial es la de la libertad y no la de la laicidad… En la crisis del último año ha acreditado con sus parroquias, hogares, comunidades y centros que sabe unir amor a Dios y atención al prójimo… Por eso sonríe ante esas lecciones de servicio social que algunos le quieren imponer”.

No fue una lección triunfal de la Iglesia, un arrebato de viejos tiempos, sino una proclamación clara y directa, humilde pero sin complejos, de Jesucristo. Sin duda, para los que estuvimos allí y para toda la sociedad española, Cuatro Vientos marca un antes y un después. Ser capaces de mirar al futuro con optimismo, ser capaces de creer en Dios en tiempos de crisis, es la gran lección que hemos dado al mundo en estos días. Tenemos el optimismo de la fe, la alegría de sabernos queridos por Dios. Y ahí ya pueden venir tormentas.

Como dice el p. Marcelo en la carta que nos ha enviado al finalizar la JMJ, “ahora viene un tiempo en el que la experiencia empieza a cuajar… entramos en un tiempo en el que debemos acompañar lo que han vivido y hacerlo crecer… Estamos ante una ocasión inmejorable, ante un momento de gracia, para volver a ilusionarnos y llenarnos de esperanza… Es el momento para depositar en los jóvenes nuestras mayores esperanzas”.