Crónica el Campamento en San Sebastián y del Campamento urbano en Cáceres

Realmente, éste ha sido el recuerdo que nos ha quedado a todos los que hemos tenido el gran privilegio de participar en los campamentos del grupo Alborada de este verano, porque lo bueno, si es doble, mucho mejor, ya que, en vez de un único campamento, como viene siendo habitual en la programación de todos los años, en esta ocasión hemos hecho doblete y, si me apuran, hasta diría que “triplete”, pues el campamento urbano, una vez finalizado y viendo el buen éxito del mismo y lo mucho que habíamos disfrutado, decidimos repetirlo en otra semana más, con nueva programación y muchas más actividades para disfrutar en nuestra ciudad.

Pero nuestra verdadera aventura de este verano fue el primer campamento que el grupo Alborada celebró a finales del mes de Junio en un enclave fantástico: San Sebastián, donde unos cuantos amigos del grupo hemos podido disfrutar de unas vistas impresionantes desde el que fue nuestro hogar en aquellos días y un tiempo muy agradable que nos permitió también divertirnos entre las enormes olas de las playas de esta bonita ciudad.

Fueron sólo 10 días, pero tan intensos y repletos de actividades, que los recuerdos de los momentos allí vividos se me mezclan desordenados en mi memoria.

Cada día lo iniciábamos con una oración y una frase con su correspondiente dibujo que enmarcaría toda nuestra jornada y que diariamente pegábamos en algún lugar muy visible del salón, para no olvidarnos del compromiso adquirido a primera hora de la mañana. Así, el dibujo de cada día impreso en blanco y negro lo pintábamos cada mañana de colores para verlo mucho más alegre y bonito y recordarnos que así ocurre también en nuestra vida: depende de cada uno de nosotros; nuestra vida y nuestro tiempo son como una hoja en blanco y somos nosotros los que podemos hacer de ella un feo dibujo o una auténtica obra de arte. 

El último día fue bonito contemplar el enorme mural que habíamos logrado hacer con todos aquellos dibujos que parecían mensajes claros y directos para guiar nuestra vida siempre por el camino correcto.

Después y tras unos minutos para organizar las tareas de limpieza, la comida, la lista de la compra, etc., llegaba el momento de guardarnos la cámara de fotos bajo el brazo y salir a descubrir todos los rincones de esa hermosa ciudad. En San Sebastián, las vistas espectaculares y los paseos llenos de encantos estaban garantizados: por la parte antigua de la ciudad, por el paseo marítimo, por la playa muy cerquita del mar, el Acuarium, la subida al Sagrado Corazón…De hecho, el primer día nos brillaban los ojos a todos por las muchas y bonitas excursiones que podríamos hacer cada día… nos faltaban horas para verlo todo, aunque después comprendimos que quizás, en cada viaje, es importante dejar siempre algo sin ver para poder algún día volver y recordar anécdotas y vivencias del pasado. Al fin y al cabo, y de esto también aprendimos, es mejor disfrutar y saborear de las cosas con calma y sin prisas o agobios por lo que hemos dejado de ver.

Muchas tardes nos acercamos a disfrutar de un refrescante baño en la playa, en la que pudimos divertirnos de lo lindo con las enormes olas que se empeñaban en hacernos perder el equilibrio.

Por las noches y ya en el salón de la casa, unos y otros hacíamos gala de nuestras dotes artísticas contando chistes, acertijos y parábolas en nuestros nocturnos fuegos de campamento, que siempre finalizaban con una oración y una acción de gracias por lo mucho que habíamos disfrutado en cada una de nuestras jornadas en San Sebastián.

 

Igualmente, fueron bonitas las charlas que pudimos tener con algunas de las personas que conviven a diario en Proyecto Hombre, así como los testimonios vividos en primera persona de Mauro y Miguel Ángel respecto al trato diario con estos chavales.

Pero, quizás, para mí, uno de los recuerdos que más huella me han dejado de este campamento, fue la visita que pudimos realizar todos juntos a José Manuel Baraibar en el Hospital, acompañados de Mauro, visita que, sin saberlo aún, sería un reencuentro y una emotiva despedida. Allí, en medio del sufrimiento y el dolor, el fuerte y sincero abrazo entre dos viejos y buenos amigos supuso una gran emoción y alegría (José Manuel Baraibar fue una persona muy cercana a los pavonianos y amigo entrañable del P.Gianni). Para los demás, el tener la oportunidad de estrechar su mano fue un motivo para transmitirle ánimo y esperanza. Fue realmente hermoso rezar todos juntos en la habitación de aquel hospital, delante de un póster con un Cristo crucificado entre las montañas, un regalo que fue para él, con toda seguridad, muy importante en los últimos momentos de su vida.

 

A la vuelta y después de unos días de descanso, dejamos que los recuerdos y tantas emociones vividas en San Sebastián se fueran asentando poco a poco en nuestra memoria. Con un poco más de calma, fuimos preparando el campamento urbano, organizando temas a tratar, actividades, excursiones… de nuevo nos íbamos ilusionando con un nuevo proyecto en el que todos deberíamos poner lo mejor de nosotros mismos para que resultase inolvidable.

Cada mañana nos reuníamos en la capilla de la casa pavoniana de nuestra ciudad para compartir la Eucaristía y la oración y a continuación, disfrutábamos de un rico desayuno en buena compañía. Algunos días, incluso, tuvimos el privilegio de compartir café con algunos transeúntes de la ciudad y conocer, así, un poco de su vida, sus inquietudes y sus problemas. Quizás nosotros no podamos ni sepamos cómo ayudarles, pero sí es importante acercarnos a ellos, para olvidarnos, al menos, de tantos prejuicios que a veces tenemos que nos alejan de su realidad cotidiana.

Por las tardes, nos reuníamos la mayor parte de los días en un parque amplio y céntrico de nuestra ciudad y allí, sentados sobre un fresco césped, reflexionábamos sobre algunos temas como el respeto, la colaboración y la amistad, que nos ayudaban a actuar mejor en nuestra vida diaria y a comprender mejor a los demás.

La visita que hicimos al Cottolengo del P. Alegre, en la zona de las Hurdes, nos sirvió a todos para recordarnos que la vida es frágil y que hay muchas personas que tienen que convivir a diario con grandes dificultades y problemas, por lo que nunca debemos dejar de agradecer a Dios todo lo que nos regala a cada momento y que, nosotros, a veces, por despiste o indiferencia, no nos damos cuenta.

También las películas que vimos juntos, los muchos refrescos compartidos sin prisas, las largas charlas, los paseos tranquilos por la ciudad y alguna que otra cena repleta de ricos manjares y muy buena compañía, han hecho de este segundo campamento urbano de nuestro grupo Alborada una experiencia aún mejor que la primera del año anterior y nos ha dejado a todos las ganas y la ilusión suficiente para desear reencontrarnos de nuevo y seguir pensando en iniciativas diferentes y nuevos proyectos para compartir y disfrutar.