El grupo Alborada de Caceres nos cuentan como vivieron estos dias de pasion, muerte y resurreccion

Un año más, en el grupo Alborada de Cáceres hemos vivido la Semana Santa con especial intensidad y alegría. Han sido muchas las actividades y continuos encuentros los que hemos compartido en este breve espacio de tiempo, que nos han servido a todos para afianzar aún más nuestro compromiso en la fe y en la amistad.

Como una auténtica familia, hemos rezado, cantado y reído juntos y también juntos hemos compartido momentos muy emotivos en la prisión de nuestra ciudad, siendo fieles testigos de los sinsabores y alegrías que allí existen entre los presos.

Entre nuestras actividades de estos días, hemos podido disfrutar de varias procesiones que se han celebrado en nuestra ciudad. Fueron momentos de oración y recogimiento, cada vez que las diferentes imágenes pasaban a nuestro lado, pero también fueron ocasiones para recordarnos a tantos Cristos que hoy se sienten abandonados, sin fuerzas y rotos de dolor y a tantas madres que hoy siguen sujetando a sus hijos, mirando al cielo y pidiendo ayuda para poder sujetar su cruz de todos los días.

En estos días escuché decirle a un amigo: “Quizás sobren muchos cofrades que van detrás de cada paso en las procesiones y falten voluntarios dispuestos a acompañar todos los días del año a tantos Cristos sufrientes que encontramos continuamente a cada paso de nuestro camino”.

Este año, especialmente, hemos tenido el lujo de conocer el significado de cada una de las jornadas que componen la Semana Santa, gracias al buen trabajo realizado por nuestros amigos Ana y Gianni, quienes,  a través de diversos power point y bonitas canciones, nos han enseñado cómo vivir con más intensidad nuestra fe en estas fechas  especiales.

La noche del Jueves Santo, recordando la última cena que celebró Jesús con sus discípulos, también nosotros quisimos reunirnos en torno a una mesa y a una guitarra para recordar, tras una oración compartida, que han sido siempre la fe, la música y el cariño los ingredientes que nos han unido y enriquecido a todos nosotros a lo largo de los años.  

La jornada del Sábado Santo fue un motivo de fiesta y de descanso; en nuestra querida casa de Montánchez, lugar de múltiples recuerdos, anécdotas y vivencias, pudimos disfrutar juntos de un día cargado de sonrisas, música y buena armonía. También hubo ocasión para pararse y reflexionar, ya que, ayudados por unas canciones y hermosas imágenes, nos sirvió a todos para comprobar lo que sí funciona en nuestra vida y qué cosas necesitan una revisión para mejorar en adelante. A menudo la rutina y el cansancio de cada día pueden hacernos olvidar fácilmente el sentido de nuestra vida; de ahí la importancia de detenerse en algún momento de cada día, aunque sólo sea para saber apreciar y disfrutar mejor de todo lo bello que existe a nuestro alrededor.

Sin embargo, para mí la Pascua más hermosa fue la que vivimos unos cuantos amigos del grupo dentro de la prisión.

Entré con un poco de temor, (lo cierto es que las alambradas que se ven desde fuera, encontrarte tantas puertas cerradas y un fuerte nivel de seguridad imponen un poco), pero salí de allí con un sentimiento de paz, aunque también debo confesar que de vergüenza y remordimiento, por no saber afrontar mis problemas con tanta fe y entereza como vi en algunos presos que pude conocer.

Al fin y al cabo, me di cuenta que ellos son también parte de nosotros, pues nos recuerdan la parte más frágil y débil de nuestra vida.

Me sorprendió gratamente comprobar alegría en sus rostros y una fuerza impresionante en el momento de cantar o recitar alguna oración, a pesar de sus muchos problemas. Comprobé, incluso, con cierto sentimiento de envidia, que las rejas que le rodean fuera no les impiden vivir su fe de una forma auténtica y apasionada. Su futuro es incierto, pero, al estar allí a su lado, comprobé que, para muchos de ellos, su fe tan sólida les hace ver el mañana con un poco más de alegría y esperanza. 

Cuando te ves abatido por tus propios problemas y te dejas vencer por el desánimo a causa de alguna desilusión o fracaso, viene estupendamente bien una cura de humildad como ésta. El entrar en la prisión y estar, por un rato, rodeados de personas como tú y como yo, con problemas y dificultades serias, agravados aún más por el hecho de no poder disfrutar de su libertad, te hace relativizar mucho los obstáculos que cada uno de nosotros pueda ir encontrando cada día en el camino de su vida.

Allí dentro, en una capilla y delante de un Cristo crucificado con los brazos extendidos, había asesinos, violadores y ladrones, todos ellos unidos ante el abrazo de Dios y comprobé que, allí donde quizás no llegue la justicia de los hombres, sí es capaz de llegar la misericordia de Dios.

Me sirvió para darme cuenta de que, aunque es mucha la tarea que queda por realizar, no debemos perder nunca de vista las palabras de Jesús: “El que quiera seguirme, que coja su cruz y me siga”…, cuesta sacrificio, es arriesgado, pero da una gran alegría y paz interior.

Sólo así, tendrá sentido la esperanza de la Resurrección.