Breve crónica de la experiencia de voluntariado Saiano en Alcuéscar (Cáceres)

           ¿Quién escucha a quién cuando hay silencio? ¿Quién acoge a quién en esta casa? ¿Quién recibe más al dar un beso? ¿Quién devuelve a quién la confianza?

Estas y otras preguntas han surgido en nosotros este fin de semana. Jóvenes de los grupos Saiano de Albacete, Valladolid y Cáceres hemos vivido una experiencia única e irrepetible.  Después de pasar juntos la tarde-noche del viernes y visitar la casa pavoniana, tomamos rumbo a Alcuéscar, un pueblo donde nos esperaban los acogidos de la Casa de la Misericordia, su casa. Gente sin familia, sin futuro, esos que nadie quiere, pero gente que nos ha llenado.

Allí nos hemos dado cuenta de lo egoístas que podemos llegar a ser. Cuando te planteas ir, piensas: eso yo no lo hago, con lo escrupuloso o escrupulosa que soy; me da corte; me da miedo... Después estando allí, se caen todos los prejuicios. Incluso nos gustaría tener otra oportunidad para hacer con nuestros abuelos lo que quizás no pudimos hacer, y demostrarles todo lo que les hemos querido, porque no sabíamos que era tan fácil.

En la Casa de la Misericordia hemos recibido cariño y alegría, más de la que hemos podido dar. Los acogidos son muy abiertos y nos han dado un gran ejemplo de superación. Ahora nosotros queremos también hacer lo mismo y pensar que nunca nada está del todo acabado, que hay que luchar y hacer todo lo bueno que podamos. Fregar, limpiar, pasar frío… todo allí es secundario. Lo único importante es dar y recibir cariño, besar, abrazar, escuchar, estrechar una mano helada, intentar entender los gestos de alguien que no habla o que apenas se le entiende, dar de comer...

Fulgencio, un paralítico cerebral, nos ha enseñado lo que se puede hacer con un pie, escribir poemas, dar mensajes de esperanza a la gente, escribir oraciones. Paco, que no puede hablar y babea como un bebé, coloca los pies de un compañero que no puede andar en su silla de ruedas y luego lo abraza. El otro Paco, desde su silla de ruedas, nos recuerda lo verdes que estamos jugando al ajedrez y lo importante que es la igualdad y la comprensión entre las personas. Y mil historias más.

            No queremos olvidar tampoco el testimonio de la comunidad que atiende a los acogidos. Nos han recibido como a uno más. Su casa está siempre abierta, a todos. Llama la atención su juventud y nos ha impactado su filosofía de la vida: lo han dejado todo para cuidar a personas que no pueden valerse por sí mismos. 

En resumen, un fin de semana totalmente diferente, en el que además hemos convivido y compartido entre nosotros momentos inolvidables. Esperamos poder repetir y poner en práctica, en la vida de cada uno, lo que hemos vivido.