Pequeña crónica de lo que fue un gran encuentro... ¡¡con las fotos oficiales!!

Hoy 19 de abril se cumplen 8 días de la Pascua. Es lo que la Iglesia llama la Octava. “A los ocho días”, así comienza el Evangelio de este día, para recordarnos que Pascua es todo el año, y que todos los días podemos vivir como resucitados. Así lo celebra la Iglesia, y así despedíamos la Pascua 2009, que tuvo lugar en nuestra querida casa de Salamanca del 9 al 12 de abril. Este año la Pascua reunió a 29 jóvenes (algunos de espíritu) que trataron de vivir a tope el sentido de estos días. Sin duda una experiencia inolvidable, que como decían los mismos jóvenes queda grabada en la retina de todos de muchas y de diversas maneras. Todos los esfuerzos, el trabajo previo, el tiempo de los monitores... resulta bien aprovechado, cuando comprobamos que los pascueros se han encontrado con Jesús, que es el centro de la Pascua. Año tras año, renovamos así nuestra ilusión, nuestro hacer, nuestra fe en Jesús y en los jóvenes que Dios pone en nuestro camino. Año tras año, fieles a esta cita, preparamos hasta los últimos detalles, sabiendo que se trata del “paso del Señor” por nuestra historia personal y familiar. Año tras año, con renovada ilusión, nuevas ideas, nuevos bríos... para que ese “paso” no sea desapercibido.

Comenzamos el 9 de abril, jueves Santo, con algunas goteras, un poco de lluvia, la danza de los paraguas... todo hasta la última gota. Vimos que la vida la vamos dando poco a poco, que es importante darla por entero, como lo hizo Jesús, pero en el camino de la cotidianeidad, en el servicio desinteresado a los más necesitados, en el gesto de la fracción del pan. La película “Siete almas” nos adentró en esta experiencia de dar la vida “hasta la última gota”.

El viernes Santo, estuvo marcado por la cruz de Jesús. Con un cuentagotas recorrimos la ciudad del Tormes, dando, entregando, derramando... esas pequeñas gotas. Decía Teresa de Calcuta: “Se que lo que hago es una gota dentro del océano, pero el océano no sería el mismo si faltara esa gota”. Acompañados por una lluvia fina, penetrante, como la de Saiano, llegamos a la Plaza Mayor, siempre esplendorosa y acogedora. Allí danzamos a la entrega, a la muerte y a la vida. Allí dimos testimonio de que “la vida es para darla”. Y por la tarde, a reconocer las etiquetas, las que ponemos a los demás, y adentrarnos en el interior, donde nace el amor, donde vive Jesús, donde está lo mejor de nosotros, y también lo peor. El Caballero de la armadura oxidada, nos sirvió de pretexto para disfrazarnos con cartones, y salir en busca del dragón y la damisela que llevamos dentro. Después de reconocer esa “armadura”, comenzamos a despojarnos de lo que sobraba, de las apariencias, para vivir la cruz desnuda, a pie descalzo. Todo esto confluyo en la adoración de la Cruz, dentro de la celebración de la Pasión y Muerte del Señor, y tuvo un feliz remate con la procesión de la Virgen de la Soledad, en la plaza de Anaya y la calle Compañía. Otra de las imágenes que quedan en la retina del corazón.

El sábado, salimos de nuevo a “bucear” y encontrarnos. En la Peña de Francia, vimos las gotas convertidas en carámbanos y chupiteles en los tejados. Frío, silencio, acogida, reflexión, espera... junto a la Madre que nuevamente se dejó mecer por los Pascueros. Y por la tarde, con el happening comenzó la fiesta de la Vigilia. Después de ver a la muerte, y de asegurar que estamos vivos, sepultados en la muerte de Jesús, resucitados en el agua de bautismo, comenzó la preparación de la Vigilia Pascual. Todos se volcaron en la preparación, buscaron todo lo necesario, el fuego bien dispuesto, las flores, los símbolos, las escenificaciones... todo un derroche de creatividad. Podemos decir que en la preparación “física” de cada cual, acabamos hasta con la última gota de la casa. Las duchas y los grifos de repente dejaron de mojarnos y cada cual se apañó como pudo. La gran tinaja que había servido para poner el Monumento del jueves Santo, se había convertido en fuente bautismal, clara limpia, generosa... Gracias Óscar y Ana por esa entrañable noche. Gracias laicos y religiosos por vuestra entrega y testimonio. Gracias pascueros, porque habéis dado la talla “hasta la última gota”.

También hubo gotas en la despedida. Esta vez eran lágrimas, de alegría, de pena por la despedida, de emoción al saber que en Salamanca duermen nuestros sueños y la experiencia del encuentro con el Resucitado.

Recogeremos estas lágrimas en la Marcha el próximo 16 de mayo, y en el Matía Pavoni en verano. Hasta la última gota, no lo olvidéis, porque lo que no se da, se pierde.