Crónica del retiro y excursión de las Comunidades de Colombia

Imitando a Jesús y sus apóstoles, también los hermanitos de las dos comunidades de Colombia nos fuimos a descansar unos días a finales de enero.

Estuvimos cinco días de Retiro Espiritual en Chinauta, a unas dos horas de Bogotá, en la Finca San José de las Hermanas Vicentinas, disfrutando de un clima templado, una casa llena de flores, estanques, rincones preciosos, piscina y contemplando una naturaleza espectacular. Además teníamos la guía impagable del p. Agustín que nos invitó a favorecer en nuestra vida el encuentro personal e íntimo con el Señor.

El último día de retiro, las 54 monjitas-abuelitas vicentinas nos llenaron de regalos y de abrazos, nos prometieron sus oraciones y con mucha pena nos dejaron partir. Nosotros, agradeciendo todas sus atenciones y cargando con todos nuestros bártulos, nos fuimos, como hacen los guiris, a descubrir el Nuevo Mundo un par de días, totalmente a la aventura, sin destino fijo pero llenos de ilusión.

El primer día de paseo estuvimos en un santuario, “El Carmen de Apicalá”, muy visitado por los bogotanos, ya que aprovechan para disfrutar del calorcito y las piscinas. Por la noche dormimos los cinco frailes en una habitación de un hotel que sólo tenía tres camas y un televisor. La verdad es que me recordó algunas acampadas de cuando era joven. Entre la rumba ambiental, el calor, el televisor, y la cama-tabla que nos tocó; dormir, lo que es dormir, no dormimos mucho, pero ¡qué aventura! Sin embargo la eucaristía en ese bonito santuario fue algo espectacular.

Al día siguiente, empacamos de nuevo y fuimos a Girardot a ver el río Magdalena, que es uno de los más importantes de Colombia ya que atraviesa media nación. A pesar del río, el calor era tremendo y añorábamos la temperatura primaveral de la finca San José. Así que después de visitar su bonita y moderna catedral, nos fuimos raudos y veloces para Tocaima. Allí el p. Gregorio, lleno de fuerza espiritual, estaba dispuesto a todo, incluso a morder una mata de coca, pero los hermanitos le frenaron esa iniciativa. El templo y el parquecito del pueblo eran muy bonitos ¡para que decir! y en el hotel que pernoctamos, aunque no fuera un cinco estrellas, al menos teníamos piscinita y una pieza para cada uno.

Al día siguiente rumbo a Bogotá y después de tomar juntos un tintico en nuestra casa capitalina, los de Villavo nos fuimos rapidito a nuestro hogar con el deseo de iniciar cuanto antes el nuevo curso misional.

En resumen, les cuento que es la primera vez que hacemos un paseo comunitario de tres días, todos juntos y la verdad es que “mereció la pena”.

Al lado de los hermanos y de un ambiente relajado, descubrimos que los religiosos estamos llamados a ser testimonio de la llegada del “Gran Banquete”; estamos llamados a “emborracharnos” de ese Vino Nuevo y Bello que es Cristo, que nos alegra y cura con sólo “tocar el borde de su manto”, sin necesidad de muchos trabajos y desvelos, sino a través de la transparencia de nuestro corazón abierto y cristificado. Ojala que todos esos buenos deseos no queden en saco roto y, con la ayuda de nuestra Madre Inmaculada, este nuevo curso “hagamos lo que Él nos diga”.     


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