2000 personas nos juntamos en Madrid del 7 al 9 de noviembre para reflexionar sobre la PJ

Ahorrémonos autorías, hasta para estas líneas –como en el Forum, en que cada uno llevábamos una tarjeta, pero sin nombre ni adscripciones. Todos iglesia, plural pero una. Muchos carismas y un Espíritu. ¿Qué resaltar? La intención, crear un espacio de encuentro y colaboración de las muchas personas y grupos que en España estamos metidos en esto de la pastoral juvenil. El deseo, que todos tengan sitio. El esfuerzo de los organizadores. Se veía trabajo, ilusión, deseo y esperanza detrás. El encuentro. El diálogo. La oración. La escucha.

Y luego, como todo en la Iglesia. Luces, sombras, distintas sensibilidades y seguramente mucho que aprender si somos capaces, cada uno, de reflexionar sin pretender hacer diagnósticos demasiado rápidos o sin caer en prejuicios ni etiquetarlo todo, que ese es el riesgo de cualquier grupo (en la Iglesia también nos pasa un poco a todos eso de generalizar y mirarnos con cierto recelo). Hasta en el foro, junto con mucha sensibilidad y finura, pudo haber en algún momento algún comentario un poco menos afortunado. Pero es que hubo tanto que tiene que haber de todo…
Vimos que en la Iglesia hay muchas iniciativas: fábricas de ideas, juegos de niños, pastoral visual, talleres de discernimiento, expresión artística, raps cristianos… infinidad de propuestas (y, todo sea dicho, cierta sobredosis de power point). Cada quién se quedará con unas u otras cosas de lo vivido estos días. Por aquí nos quedamos con un recorrido festivo por la música religiosa que nos ha acompañado desde niños. Con la posibilidad de ver en el mismo estrado a gente que piensa de maneras muy diferentes –pero que cree en un mismo Dios-.

Nos quedamos con una mesa redonda con mucha historia, historia de excesos y búsquedas, de aciertos y errores, de alegrías y dolores, de pasado y presente. Con siete testimonios honestos y desnudos de jóvenes que piden respeto y respuestas (quizás, entre ellos, el que recoja con más hondura ese sentir común sea el grito sobrio –pero conmovedor hasta las entrañas- de Juan que, desde una silla de ruedas pedía “que no se decida sobre nosotros sin escucharnos”. Y la verdad, yo no sé el resto, pero yo apenas podía contener las lágrimas, y no soy especialmente emotivo). Nos quedamos también con la cercanía de monseñor Lapierre al tocar una balada al piano, o al bromear y compartir sus inquietudes, hasta para decir que “esto del celibato –(él hablaba de hacerse eunucos por el Reino, pero simplifiquemos) me cuesta pronunciarlo, y a días también vivirlo” (y, la verdad, se agradece esa humanidad compartida). Nos quedamos con las ganas de que haya más mujeres hablando de contenidos (¿es, quizás, el reflejo de una ausencia más relevante?). Y nos quedamos con el servicio real de todos los organizadores y voluntarios, a los que se veía exhaustos al ir terminando.

El reto se nos lanzaba al final. Seguir encontrándonos. Seguir compartiendo. Seguir colaborando, tejiendo redes de evangelización, para compartir el único tesoro que merece la pena: Cristo, que da sentido a las vidas. Ahí es nada. Pero merece la pena intentarlo.