Invitándonos a otra visión del servicio de autoridad

Queridos hermanos, religiosos y laicos de la Familia pavoniana:

Seguimos reflexionando sobre los temas que ocuparán los trabajos de nuestro próximo Capítulo general.

 

El servicio de autoridad en nuestras comunidades.

Este es un tema que no va dirigido exclusivamente a aquellos de nosotros que han sido llamados a ejercer el servicio de autoridad dentro de nuestra familia. Todos nosotros estamos llamados a cuidarnos unos a otros, a ayudarnos en el camino de la santidad y a ser mejores pavonianos cada día en el mundo de hoy. Siempre he creído en una vida religiosa donde se da mas importancia a la comunidad que al Superior, menos vertical y más horizontal. Cada uno es responsable del crecimiento del otro; no dejemos esta tarea solamente en manos del superior.

Seguimos hablando de un cambio de época, de un nuevo paradigma, de un nuevo modo de ser de la vida religiosa en esta Iglesia que busca ser significativa en el mundo actual desde su conversión a Jesucristo y al evangelio. Una Iglesia que intenta asumir que no es la única ni definitiva voz en este contexto cada vez más secularizado. En este contexto la vida religiosa está llamada a ser significativa desde la profecía, es decir reproducir el estilo de vida de Jesús cuando vivió entre nosotros. Para llevar a cabo esto, necesitamos “líderes” (superiores) carismáticos, que ayuden a la vida religiosa a encontrar su sitio dentro de esta sociedad. En este sentido, el Papa Francisco está llevando a cabo la reforma de la curia vaticana y del servicio Petrino. Se sigue hablando de una Iglesia más sinodal y menos piramidal.

En un pasado no muy lejano, la función de los superiores era garantizar el cumplimiento de normas y leyes, era mantener una estructura que garantizase un orden establecido, muchas veces alejado de la realidad por miedo a contaminarse con el mundo y a perder las seguridades a las que estaba anclaba la vida. Tantas veces los superiores no buscaban la cercanía de los demás hermanos, sino que se producía un alejamiento y un distanciamiento de los otros a la hora de cumplir su función dentro de las comunidades: desde ahí se tomaban las decisiones sobre las personas y la misión. Muchas veces el superior se convertía en un “manager”. Era aquel que planificaba todo, que organizaba todo, que conducía todo desde su mentalidad y sus certezas, aquel que controlaba todo y del cual todo dependía. Esto hacía que, cuando había un cambio de superior, todo cambiase, adecuándose a las ideas del nuevo superior; permanecía intacto solamente el cumplimiento externo de las normas establecidas. Los religiosos y los laicos debían adaptarse al nuevo superior y a su forma de entender la comunidad. Esto ha llevado tantas veces a un tipo de religioso o laico dependiente y poco libre a la hora de expresar las propias vivencias y convicciones. Crecían así religiosos y laicos, cuya principal preocupación consistía en hacer realidad los deseos del superior, siendo piezas de un engranaje donde todo debía funcionar a la perfección. Esta manera de funcionar ha llevado a algunas personas, a mi parecer, a adoptar ciertas actitudes preocupantes:

  • Autoritarismo, que poco a poco iba matando los sueños de las personas y las convertía en súbditos sumisos y domesticados por los superiores. Valía aquel que cumplía las órdenes dadas a rajatabla;
  • Religiosos convencidos de que la propia vocación era responsabilidad del superior, y no suya. Religiosos que creían más en la voluntad del superior y de la institución que en la voluntad de Dios;
  • Religiosos y laicos que, no encajando en el engranaje, hacían tambalear el sistema y, por tanto, se alejaban o eran alejados del proyecto, llevando una vida paralela y a veces abandonando la propia vocación;
  • Comunidades y actividades donde todo funcionaba a la perfección, pero los corazones, la alegría, la disponibilidad y generosidad, así como la capacidad de soñar, iban muriendo poco a poco hasta extinguirse. La vida se convertía en rutinaria, mediocre y sosa;
  • Religiosos y laicos que en este contexto se han hecho santos, actuando y, a veces, sufriendo para mayor gloria de Dios. Hermanos que han sabido llenar la rutina de sentido, de Dios, de amor por los otros. A estos los podemos llamar: aquellos que han llevado una “vida escondida en Dios”, desde el silencio y el anonimato.

Hoy en día esta visión del servicio de autoridad no es válida, ni encaja con la manera de concebir y concebirse la persona y, por tanto, el religioso. En el contexto actual se perciben algunas características importantes, entre otras:

  • Rechazo al autoritarismo. Rechazo a todo lo que viene impuesto desde fuera sin más explicaciones;
  • Descubrimiento del valor y la dignidad de la persona en su individualidad;
  • Descubrimiento de la libertad personal y el derecho a la crítica y a disentir;
  • Importancia de las relaciones interpersonales por encima de las funciones o encargos. Valoración de la unidad, pero rechazo de la uniformidad. Pluralismo como riqueza y no como problema. El valor de las aportaciones de todos…

La vida religiosa no puede caminar con el modo de ejercer el servicio de autoridad descrito anteriormente, esto nos llevaría a dos consecuencias muy peligrosas:

  • Hermanos, religiosos y laicos, muy cumplidores, domesticados, sumisos a la autoridad establecida, pero muertos por dentro, incapaces de soñar caminos nuevos, cerrados a la novedad de Jesús, del evangelio y del Espíritu, incapaces de discernir los signos de los tiempos y acomodados en una vida que al final es mediocre, sosa, que no dice nada a nadie y, por tanto, estéril.
  • Superiores que intentan y gastan todas sus energías en ser buenos gestores, intentando que todo funcione como siempre, pero que viven su servicio sufriendo la soledad, viendo que los hermanos no les siguen y sintiendo su incomprensión. Comienzan a juzgar y a condenar a los demás, perdiendo de este modo la alegría del servicio. Siguen adelante por sentido de responsabilidad y por obediencia, pero viven su servicio como una carga tan pesada que, poco a poco, les lleva a una dejación en sus funciones.

En esta época debemos desterrar la primacía del “manager” y recuperar la primacía del “líder”. El “manager” tiene súbditos, el “líder” tiene seguidores. El “líder” es el que guía y precede al pueblo en el camino hacia la liberación. El “líder” es el que guía, dirige e inspira a las personas. El “líder” en la vida religiosa es aquel que es capaz de ver y llevar a cabo el proyecto de Dios, el que tiene capacidad para guiar y dirigir, que es honesto e íntegro, que se deja inspirar por el Espíritu, que tiene habilidades para dialogar y comunicarse, siendo capaz de afrontar los desafíos. El “líder” es el que pide ayuda y se deja ayudar por sus hermanos, es el que nunca se cree autosuficiente y sabe valorar la aportación de todos, es el que pone en práctica el dicho Africano: “Si quieres ir deprisa camina solo, pero si quieres llegar lejos camina con los demás”.

La autoridad viene dada a través de un acto jurídico, la autoridad moral se gana con una vida coherente gastada con alegría al servicio desinteresado a los demás. A veces, escucho que los superiores dicen que son los únicos que obedecen y que les toca hacer lo que nadie quiere; sinceramente, algunas veces lo pienso también yo. No es fácil ejercer el servicio de autoridad desde la sinodalidad. La sinodalidad no es un concepto jurídico donde, a través de votaciones, se impone la voluntad de la mayoría. La sinodalidad es un concepto carismático, donde con la aportación de todos se busca poner en práctica la voluntad de Dios para bien de todas las personas, para el bien común. Después de todo lo que se lee y escucha sobre el servicio de autoridad en la vida religiosa hoy, nos podemos desanimar y preguntar: ¿quién puede estar preparado o servir para esto? La respuesta, según mi opinión, es: “Ser líder es ser uno mismo”. Recuerdo cuando al Papa Francisco, al inicio de su pontificado, le preguntaron: ¿Quién es Jorge Mario Bergoglio?; él respondió: “Soy un pecador mirado por Dios  con misericordia”. El superior, antes que nada, es humano, es una persona que, consciente de sus límites y pecados, se deja mirar por Dios con misericordia, es aquel que es consciente de que necesita de los demás y que, por tanto, no se separa de ellos, sino que camina con los demás, a los que considera hermanos; es el que desde una entrega generosa de todo lo que es y lo que tiene, intenta que su vida sea bendición y presencia de Dios para los demás, especialmente para aquellos que más lo necesitan.

Animo a los superiores a no desanimarse, a ser humildes, sencillos y obedientes a Dios, a los hermanos y a los jóvenes pobres y necesitados, como lo hizo San Ludovico Pavoni.

Animo a religiosos y laicos a amar y ser cercanos a los superiores, comprendiéndoles y ayudándoles a ser ellos mismos, es decir ayudándoles a mirar la realidad y el futuro con los ojos de Dios, ojos de amor y misericordia.

El 1 de abril recordaremos la muerte de nuestro santo Fundador: aquel día fue domingo de Ramos y este será Jueves santo. Estamos en plena Semana Santa, caminando con Pavoni que recorrió el calvario de Saiano para salvar a sus muchachos, con Cristo que carga con toda la miseria humana; hagámonos cargo de los sufrimientos de nuestros hermanos, de nuestras familias y de todos los muchachos y jóvenes que están viviendo un verdadero calvario en sus vidas. Sólo quien entrega la vida, la gana, sólo quien muere al hombre viejo puede resucitar al hombre nuevo, llegando a ser motivo de esperanza para los que nos rodean.

Seguimos celebrando el bicentenario de la fundación del Instituto San Bernabé, miremos a Pavoni y hagámoslo realidad en el hoy de nuestra vida.

Pongo el camino de nuestra familia y esta situación mundial de pandemia que nos sigue azotando bajo la protección de la Virgen Inmaculada, nuestra querida Madre, y de San Ludovico Pavoni.

¡FELIZ PASCUA A TODOS!

Un abrazo Fraterno y siempre agradecido.

 

Tradate, 31 de marzo de 2021

 

 

                                                                                  Ricardo Pinilla Collantes