Queridos hermanos, religiosos y laicos de la familia pavoniana:
Escribo esta carta desde Brasil donde me encuentro visitando nuestras comunidades y actividades. Demos gracias a Dios por el bien que el carisma pavoniano está haciendo a tantos niños y jóvenes de estas tierras, a través de la entrega de religiosos y laicos.
En este mes celebraremos el día de todos los Santos. Después de la experiencia vivida con la canonización de nuestro fundador, esta fiesta nos recuerda el camino que todos debemos hacer hacia la santidad, ayudados por la gracia de Dios y el apoyo de nuestros hermanos.
Celebraremos también, el día de todos los fieles difuntos. Tenemos tantas personas que recordar: familiares, amigos, hermanos religiosos y laicos de la familia pavoniana, tantos y tantos muertos por la violencia y tantos muertos olvidados de todos y que no conocemos su rostro. Elevemos nuestras oraciones por ellos y pidamos su intercesión ante Dios por toda nuestra familia.
Estamos en el año dedicado a la promoción vocacional, “prioridad de prioridades”. El Documento capitular, haciéndose eco de la RV n. 221, dice: la comunidad es el primer sujeto de la animación vocacional.
Sabemos que una comunidad es fermento de vocaciones si da testimonio de:
Sobre este punto hemos reflexionado mucho y no podemos cansarnos de insistir en él y de ayudarnos recíprocamente para ponerlo en práctica. Una comunidad que intenta ser testimonio de esto, es fuente de atracción de nuevas vocaciones.
Vivimos en un mundo donde la radicalidad evangélica y la coherencia de vida, no son valores muy en alza. Sin embargo el joven que hoy mira a la vida de la Iglesia, a la vida religiosa y por tanto a la vida pavoniana, quiere ver radicalidad y coherencia. Un joven que hoy quiere responder “sí“ al Señor, quiere gastar su vida en algo grande, no quiere mediocridades ni una existencia vacía o solamente llena de estructura y apariencia; quiere ver osadía, coraje, riesgo, donación total; quiere ver comunidades que se dejan interpelar por el Espíritu y por los signos de los tiempos. Los jóvenes que buscan la vida religiosa como un “modus vivendi”, como promoción social, como un modo de vivir mejor y más cómodos guardando las apariencias... y no están dispuestos a gastar su vida en la construcción del Reino de Dios con el corazón de Pavoni, no tienen vocación pavoniana por muy inteligentes que sean y muy bien preparados que estén.
Quiero reflexionar con vosotros en esta carta sobre el testimonio que damos en nuestra vivencia de los votos religiosos.
Vivencia de los votos en libertad, en verdad y con alegría.
Sabemos que los votos hoy son vistos, muchas veces, como algo anacrónico, como algo que puede esclavizar a las personas. No se entienden en un ambiente donde la libertad, muchas veces mal entendida, se erige como bandera principal. Sabemos que son un don de Dios. La comunidad y los laicos deben ayudar a los religiosos a vivir sus votos con libertad, no obligados por nada ni por nadie; con verdad, es decir, en la profundidad del corazón y no sólo en cumplimientos externos de normas mínimas. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Is 29,13). Debemos vivirlos con alegría, como opción que da felicidad. No se entienden hoy los votos solamente desde la perspectiva de la renuncia, sino como posibilidad de realización de la persona.
Castidad consagrada. “Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6,21)
No voy a detenerme a describir el ambiente social que hoy se respira con respecto a la sexualidad. Todos sabemos y vemos en los medios de comunicación la banalización que existe en este sentido. En este contexto es en el que viven los jóvenes y en el que nosotros debemos dar un testimonio verdadero de la opción por la castidad vivida como voto.
La vivencia del voto de castidad no nos debe apartar de los hombres, convirtiéndonos en seres raros y extraños, en personas “anormales”, en personas fuera del mundo. Todo lo contrario, no debemos tener miedo a mostrarnos como seres humanos que han recibido este don por gracia.
Damos testimonio verdadero de este voto, cuando mostramos que tenemos capacidad de amar y necesidad de ser amados; cuando somos conscientes de que nuestro corazón pertenece a Dios y desde él a los hombres nuestros hermanos; cuando no tenemos miedo a cultivar sanas amistades fuera y dentro de la comunidad; cuando no tenemos miedo a demostrar compasión, cariño y ternura; cuando sentimos que no somos estériles sino que engendramos hijos para Dios y para la Iglesia;, cuando somos capaces de alegrarnos y sufrir con los demás. En definitiva, cuando sentimos nuestro corazón vivo y sensible como el de Jesús, como el de Pavoni.
Somos adúlteros y no damos testimonio verdadero de este voto, cuando lo reducimos a cumplimiento externo de normas impuestas sin aceptarlas como ayuda y mediación; cuando nos encerramos en nosotros mismos y no somos capaces de sentir con los demás; cuando vivimos una doble vida; cuando no somos acogedores de los jóvenes sino que les juzgamos y condenamos; cuando no somos hospitalarios; cuando no cultivamos un amor y una entrega universal y somos clasistas y elitistas en nuestras relaciones y entrega; cuando despreciamos una vida ascética acorde con el voto profesado; cuando somos relativistas y todo vale; cuando utilizamos a las personas en beneficio propio; cuando no somos capaces de ayudarnos en la vivencia de este voto y todo lo relegamos a una cuestión personal; cuando lo vivimos como una opción propia y personal y no como un don de Dios cuya gracia me puede mantener fiel…
Pobreza evangélica. “No podéis servir a dos señores” (Mt 6,24)
Quizá la crítica mayor que se hace hoy a la Iglesia y a la vida religiosa sea su testimonio personal y comunitario de la pobreza. Se escucha decir: “Vosotros hacéis el voto de pobreza y nosotros lo cumplimos”. ¿Será demagogia, desconocimiento? No lo sé, pero es lo que mucha gente percibe de nuestra vida cotidiana. Personalmente creo que en este punto tenemos una tarea grande de purificación. Nos vendría muy bien leer las últimas páginas del documento: Pobreza, gestión evangélica de los bienes y misión, donde se encuentran unos esquemas para la reflexión personal y comunitaria del voto de pobreza.
Nuestro fundador da una gran importancia a este voto. No quiere vida de miseria ni privaciones exageradas que puedan ir contra la dignidad de la persona y de su equilibrio. Nos invita a nutrir un gran afecto a esta virtud (CP 41).
Damos testimonio verdadero de este voto, cuando somos conscientes de que todo lo que somos y tenemos se lo debemos al Señor y dejamos que él guie nuestras vidas; cuando tenemos una gran confianza en la Providencia, cuando nos ganamos el pan con nuestro trabajo ―“los hermanos como pobres de Jesús, con el trabajo de sus manos y con el sudor de su esfuerzo, deben proveer a sus necesidades y colaborar en el mantenimiento gratuito de los desventurados hijos a los que se da cobijo y educación” (CP 116)―; cuando no nos quejamos si viene a faltar incluso algo de lo necesario; cuando nuestro tenor de vida es acorde con una solidaridad con los que menos tienen; cuando nos preocupamos de la economía de la casa; cuando ayudamos en el mantenimiento y limpieza de nuestros ambientes reduciendo el personal de servicio; cuando tenemos una actitud de servicio hacia los demás sin cuotas de horarios; cuando practicamos la comunión de bienes; cuando nuestra gestión económica es limpia y trasparente…
No damos testimonio verdadero de pobreza, cuando somos egoístas y miramos sólo nuestro bienestar; cuando somos exigentes; cuando nos creamos necesidades inútiles; cuando buscamos privilegios y nos hacemos servir; cuando no renunciamos a lo superfluo y gastamos con despilfarro; cuando vivimos como burgueses y no como gente que vive de su trabajo; cuando todos son derechos y nunca hay deberes; cuando somos vagos y holgazanes; cuando no entregamos a la comunidad el fruto de nuestro trabajo y tenemos economías paralelas; cuando a la hora de tomar decisiones en este campo no miramos a los más necesitados sino a nuestra comodidad, siendo así injustos con los que menos tienen; cuando usamos los medios para la misión en beneficio propio…
Obediencia filial. “No he venido para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me ha enviado” (Jn 6,38)
Es esta una virtud que nuestro fundador considera esencial en sus religiosos. Hoy sabemos bien que el individualismo y el querer hacer la propia voluntad son elementos que se han introducido en la vida religiosa. Siempre se tiene que ver este voto dentro de una relación paterno filial basada en el amor y el cuidado del otro.
Damos testimonio verdadero de obediencia, cuando buscamos siempre la voluntad de Dios y estamos atentos al soplo del Espíritu; cuando estamos atentos a la llamada de los muchachos y jóvenes más pobres y necesitados; cuando no sólo cumplimos normas sino que asumimos de corazón el proyecto de Dios en nosotros; cuando nos dejamos guiar por el evangelio, la Iglesia, la Regla, el superior y la comunidad, mediaciones concretas que el Señor nos proporciona (cf. RV 93); cuando sabemos aceptar la cruz en el cumplimiento de este voto…
No damos testimonio de obediencia, cuando busco hacer mi voluntad y cumplir mi proyecto, no el de Dios; cuando no soy sincero en el discernimiento de la voluntad de Dios y más que el bien común busco mi propio bien; cuando aprovecho de mi cargo en la comunidad o en la actividad para imponer mi voluntad, ser autoritario con los demás y dominar; cuando busco puestos de poder a través de la autoridad o del dinero; cuando no escucho ni dialogo en comunidad; cuando me dedico a juegos políticos en la comunidad, provincia o Congregación; cuando con mi actitud creo división y bandos por amistad o ideologías; cuando me privo de la aportación de los otros que también son voz de Dios para mí…
No es mi intención hacer un tratado sobre los votos religiosos; éste lo tenemos, y muy bueno, en los comentarios a la Regla de Vida, sino compartir de manera sencilla y práctica, cómo podemos ser fermento de vocaciones partiendo de la vivencia coherente de nuestros compromisos.
El testimonio que podemos ofrecer de la vivencia de nuestros votos es fundamental para que otros quieran abrazar nuestra forma de vida. Los laicos tienen un papel muy importante en esta vivencia. Ellos son los que nos recuerdan a los religiosos la coherencia y la fidelidad a la palabra dada, nos conectan con el mundo real que ellos bien conocen en sus familias, en sus trabajos, en sus relaciones. Los laicos nos ayudan, si nos dejamos, a no vivir sólo de palabras, de reflexiones y discernimientos hechos para los demás sin aplicar lo que decimos a nuestra vida. Un refrán español dice: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”: la única manera de ser fermento vocacional es juntar ambas cosas en una existencia coherente y visible con lo que hemos profesado.
Agenda del mes de noviembre
Pongo el camino de nuestra familia bajo la protección de la Virgen Inmaculada y de nuestro fundador San Ludovico Pavoni.
Ricardo Pinilla
Belo Horizonte, 31 de octubre de 2016