Sobre la conversión en este tiempo de cuaresma

Queridos religiosos y laicos de la Familia pavoniana:

     Estamos celebrando el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Este tiempo, que la Iglesia pone a nuestra disposición, se inserta en el camino de seguimiento de Cristo que dura toda la vida. No es un paréntesis, sino que forma parte del camino. Es un tiempo propicio para dejarnos guiar por el Espíritu y, con Cristo, entrar en el desierto de nuestras pobrezas, limitaciones y pecados. Entrar en el desierto significa entrar en nuestro corazón y preguntarnos quién lo habita, qué cosas debemos sacar para que Dios sea el dueño de nuestro corazón, sea nuestro primer y único amor. Es un tempo en el que debemos arrodillarnos ante el sagrario de lo divino y el sagrario de lo humano. Es un tiempo de conversión personal y comunitaria. Convertirse siempre significa volver desde lejos, descubrir nuestra condición de hijos que se han alejado de la casa paterna o que, viviendo en ella, se consideran obreros y no ven en el Padre sino a un amo al que servir. De las dos maneras se pierde la oportunidad de gozar del amor, la comprensión y la misericordia del Padre.

     Convertirse a Dios. Hacer experiencia de que él es nuestro compañero de camino, descubrir que con él siempre tengo la oportunidad de comenzar de nuevo. Experimentar su amor, su predilección y, sobre todo, su misericordia y perdón. Descubrir que Dios me quiere a pesar de mí mismo, que me quiere gratuitamente, porque soy su hijo. Volvamos la vida a Dios tal como nos enseña Nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué implica esta conversión? Eliminar ídolos. Dios es el sentido último de todo. No podemos escapar a su presencia, ni perder la confianza en un Dios capaz de intervenir en la historia personal y comunitaria. Convertirnos al Dios que nos desvela Cristo. Sus palabras son claras: “nadie llega al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6). “Separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 15). Conocer a Jesucristo y tener su vida es el mejor regalo que hemos recibido en nuestra vida. Seguir a Jesucristo es la raíz y la condición necesaria para toda conversión: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).

     Convertirse a la Palabra. Necesitamos leer, meditar, compartir y, sobre todo, poner en práctica  la Palabra, una Palabra dirigida a nosotros, hoy. La Palabra es viva y eficaz. En ella descubrimos lo que Dios quiere de nosotros, hagámosla vida. Que la Palabra escuchada y guardada en el corazón nos ponga en camino hacia nuestros hermanos. La Palabra es norma primera y la más importante en este camino de seguimiento de Cristo al estilo del padre Pavoni. Él supo escuchar la Palabra de Dios y, a través de las necesidades de los niños y jóvenes pobres, puso su vida a disposición del designio dictado por el cielo. Reitero la necesidad que tenemos en nuestras comunidades y núcleos de Familia pavoniana de poner en el centro la Palabra de Dios, de compartir esta Palabra de manera que incida en nuestra vida cotidiana de familia. No nos dejemos guiar por criterios o ideas humanas, sino de la sabiduría que brota de la Palabra de Dios. Cristo es la Palabra definitiva del Padre; a él hay que escucharle.

     Convertirse a la Iglesia. La Iglesia es comunidad de creyentes reunida en torno al único Señor, Jesucristo salvador y redentor de la humanidad. Es Santa porque Dios habita en ella, y es pecadora porque está formada por hombres y mujeres. Con defectos, pero es nuestra madre y maestra. Como madre acoge y cuida de todos sus hijos a través de los sacramentos y de la acción caritativa hacia los más desfavorecidos.

     Es verdad que a veces las relaciones entre los miembros de la Iglesia no son todo lo fraternas que debieran, que aun en la actualidad hay actitudes autoritarias, de utilización de los otros, de deseo de predominio social, de gusto por el aplauso. Pero es también verdad que debemos trabajar todos para que la Iglesia de Cristo sea, cada vez más, instrumento de paz, de concordia, donde el hombre de hoy encuentre motivos para seguir esperando. Es una Iglesia enriquecida y adornada con multitud de carismas y ministerios, entre ellos el pavoniano. Que la especificidad de estos contribuya al enriquecimiento de todos y a dar un testimonio de unidad y comunión. La Iglesia no es de una persona o de un grupo; es de Jesucristo. Él y su mensaje son el motor de la Iglesia, y su misión es dar a conocer al Señor a todos los pueblos para que descubran que Cristo es la solución a todos los males que aquejan a la humanidad.

     Convertirse al Fundador, a la Congregación y a la Familia pavoniana. Conversión al Fundador, a su espiritualidad, a su carisma. Hemos conocido esta figura y, en ella, la acción de Dios hacia los niños y jóvenes necesitados; nos hemos entusiasmado con su proyecto y lo hemos hecho nuestro; de esta manera queremos contribuir a la misión de la Iglesia. Desde esta figura y este carisma estamos dando sentido a nuestra vida y a nuestro seguimiento del Señor; debemos transmitirlo a otros para que también ellos puedan descubrirlo y dar sentido a su vida. La Congregación, la Familia pavoniana (religiosos y laicos juntos) damos continuidad, entre luces y sombras, a este carisma, a esta espiritualidad, para bien de la Iglesia y del mundo. Es un deber trasmitirlo, con nuestra manera de vivir y de actuar, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo; si no lo hacemos, nos estamos guardando para nosotros un tesoro que hemos recibido gratis y para donar. Convertirse al Fundador, a la Congregación y a la Familia pavoniana es convertirse a la pavonianidad; todos, religiosos, laicos, educadores, profesores, voluntarios… debemos profundizar en este carisma y estar entre los niños y jóvenes más necesitados con las mismas actitudes que el Beato Ludovico Pavoni. Ni debemos enorgullecernos creyendo que es lo único o mejor que existe, ni tampoco avergonzarnos y esconder que lo que hemos recibido da sentido a nuestra vida y enriquece a la Iglesia y a la sociedad.

     Convertirse al hombre, a la sociedad y al mundo de hoy. Es posible que no entendamos al hombre, al joven y a la sociedad de hoy; es posible que no compartamos el rumbo que está tomando nuestro mundo actual. Pero este es el hombre, la sociedad y el mundo que Dios ama y que Dios acompaña. No juzguemos ni condenemos a priori, sino trabajemos por hacer un mundo mejor y hagámoslo como comunidades fraternas. “Convertirnos a la fraternidad y a la comunidad: Es una dimensión constitutiva del encuentro con Jesucristo y de la conversión a Él. La entrega a Dios no es verdadera y se contradice objetiva, directa y gravemente si no es fraterna y comunitaria. Vivida en una comunidad real, que es diversa y rica en sensibilidades, pero complementaria con todas las vidas de quienes la forman, donde nadie es de Pablo o de Apolo, son todos de Cristo. Es así como es posible el anuncio del Evangelio. La conversión a la fraternidad y a la comunidad tiene que quitarnos todos los condicionamientos que la vida de gracia desarrolla de un modo luminoso y significativo, potenciando la fraternidad y extendiendo la comunión. Dar a conocer al Señor es el mejor regalo que podemos hacer a los hombres y a la construcción de esta historia ¾esta es la evangelización explícita que pide nuestro DC¾. Del encuentro con Jesucristo surge la fascinación; por eso vamos tras Él, seguimos sus pasos y sus huellas. Y de este encuentro surge también la admiración por el Señor, en la que está la raíz de una Iglesia que evangeliza atrayendo. Como lo hizo el Señor con los discípulos de Emaús, que en el camino no se dieron cuenta de quién era, pero cuando se iba a despedir experimentaban tal atracción por Él que le dijeron “quédate con nosotros”. Cuando se dieron cuenta de quién era, salieron corriendo en búsqueda de los otros discípulos para contarles que había resucitado. Solamente entenderemos bien las palabras de Jesús: “id por el mundo y anunciad el evangelio”, y las haremos vida siendo discípulos misioneros, si nos dejamos fascinar y entramos en la admiración hacia el Señor. Así iremos por el mundo dando rostro a Cristo y proponiéndole como Camino”. (Carlos Osoro, Arzobispo de Madrid. Carta para la Cuaresma)

 

     Que Dios, la Virgen Inmaculada y nuestro padre Fundador nos acompañen en este camino hacia la Pascua.

     Un abrazo fraterno y agradecido.

 

Ricardo Pinilla

 

Monza, 1 de marzo de 2015