Sobre la comunidad de fe que crece y vive unida en Jesucristo

Queridos hermanos, religiosos y laicos de la Familia pavoniana:

Espero que ya tengáis en vuestras manos el Documento capitular y sea este un instrumento que utilizamos en nuestra lectura personal y comunitaria. Sabemos que en él están contenidas las líneas maestras de nuestro camino en este sexenio. No lo arrinconemos como algo más que ha llegado, sino como un don que Dios y nuestros hermanos nos hacen para ayudarnos en nuestro caminar diario.

Acabamos de nombrar las nuevas direcciones provinciales, son un medio más que el Señor nos da para nuestra ayuda, animados por ellas seguiremos en este proceso de renovación que nos lleve a dar sentido a nuestra vida cotidiana y a entregarla a favor de los jóvenes más necesitados.

 

1. Comunidad de fe, que crece unida en Jesucristo (Doc 41.1)

“Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20)

No estamos reunidos en comunidad por costumbre, por disciplina, o por sumisión a un precepto. Estamos reunidos en su nombre, atraídos por él, animados por su espíritu. Jesús es la razón, la fuente, el aliento, la vida de esta unión. En medio de nosotros se hace presente Jesús, el Resucitado.

El apóstol Pablo invita constantemente a los miembros de sus pequeñas comunidades a que vivan en Cristo. San Juan en su evangelio exhorta a sus lectores a que “permanezcan en Cristo”.

No importa si son grandes o pequeñas nuestras comunidades, nuestros núcleos de Familia pavoniana, lo importante es dejar que el Espíritu suscite encuentros que nos enseñen a reunirnos en el nombre de Jesús.

En comunidad no se puede estar de cualquier manera: por costumbre, por inercia o por miedo. Debemos estar “unidos en su nombre” convirtiéndonos a él, alimentándonos de su palabra. Esta es nuestra primera tarea también hoy, aunque seamos pocos, limitados, pecadores, a veces incoherentes. Necesitamos crear espacios espirituales bien definidos no por doctrinas, costumbres o prácticas, sino por el espíritu de Jesús, que nos hace vivir con su estilo.

En este espacio creado en su nombre vamos caminando, no sin dificultades, debilidades y pecados. Este espacio dominado por Jesús es lo primero que hemos de cuidar, consolidar y profundizar en nuestras comunidades. La renovación que el Espíritu y la Iglesia nos pide, comienza siempre cuando hacemos experiencia de reunirnos en su nombre.

Los miedos, la desconfianza, la crítica fácil, el desánimo…sólo se superan si vivimos como comunidades creyentes.

Para quien vive en comunidad buscando en ella la experiencia de Jesús, la comunidad es siempre motivo de alegría y también de sufrimiento. De alegría porque podemos palpar en ella la presencia de Jesús, escuchar su mensaje, rastrear su espíritu, alimentar nuestra fe en el Dios vivo presente y actuante. Es también motivo de sufrimiento porque vemos incoherencias y rutina; con frecuencia es muy grande la distancia entre lo que decimos y lo que vivimos, falta vitalidad evangélica.

 

2. ¿Qué hago yo por una comunidad de fe que crece unida en Jesucristo?

La comunidad, la Familia pavoniana no necesita tanto de nuestras confesiones de amor o nuestras críticas cuanto de nuestro compromiso real.

Cada uno de nosotros debemos hacernos algunas preguntas: ¿Qué hago yo para crear un clima de conversión colectiva en el seno de mi comunidad, siempre necesitada de renovación-transformación?; ¿Cómo sería mi comunidad si todos vivieran la adhesión a Cristo como la vivo yo?; ¿Sería más o menos fiel a Jesús?; ¿Qué aporto yo de espíritu, verdad y autenticidad a mi comunidad, necesitada de radicalidad evangélica para ser testimonio creíble en la sociedad en la que me muevo?; ¿Cómo contribuyo con mi vida a edificar una comunidad que sepa acoger, escuchar y acompañar a los muchachos y jóvenes que entran en contacto con nosotros?; ¿Qué aporto yo para construir una comunidad samaritana, de corazón grande y comprensivo que deje de mirarse al propio ombligo y mire más a los que la necesitan?; ¿Qué hago yo para que mi comunidad se libere del miedo, de ataduras del pasado, de la comodidad, del aburguesamiento, de la rutina y se deje penetrar por la frescura y la creatividad que nace del evangelio?; ¿Qué aporto yo en estos tiempos para que mi comunidad aprenda a vivir de manera humilde, como “levadura” oculta, como “sal” transformadora, pequeña semilla dispuesta a morir para dar vida?; ¿Qué hago yo por una comunidad más alegre y esperanzada, más libre y comprensiva, más transparente y fraterna, más creyente y más creíble, más de Dios y menos del mundo?

 

3. Debemos ayudarnos a crecer como comunidad de fe en Jesucristo

A veces constatamos que estamos cansados debido a nuestra experiencia de lucha personal diaria. Con frecuencia lo que vemos o escuchamos a nuestro alrededor no nos ayuda, no eleva nuestro espíritu. A veces sentimos que hemos perdido la capacidad de adentrarnos en nosotros mismos para renovar la vida. Sentimos que queremos vivir tranquilos, sin inquietarnos, sin abrirnos a ninguna llamada, indiferentes a todo lo que pueda interpelarnos, empeñados en asegurar nuestra pequeña felicidad por los caminos egoístas de siempre.

Surgen entonces en nosotros preguntas inquietantes: ¿podré ser mejor?; ¿podré cambiar mi vida de manera decisiva?; ¿podré transformar mis actitudes equivocadas y adoptar un comportamiento nuevo?; ¿cómo despertar en mi la llamada al cambio?; ¿cómo sacudirme de encima la pereza?; ¿cómo recuperar el deseo de generosidad, entrega y bondad?....

Es entonces cuando siento la cercanía y la ayuda de los hermanos, es entonces cuando descubro la belleza de vivir en comunidad. En estos momentos descubro la alegría de compartir, vida, vocación y camino con los hermanos y laicos que Dios ha puesto a mi lado. Ellos con paciencia y sin precipitación, con caridad y amor me ayudan en este proceso de cambio, ellos son para mi sacramento de la acción de Dios. Es entonces cuando la vida en comunidad cobra sentido.

En estos momentos es cuando experimento hecho realidad el deseo de nuestro Fundador: “dar vida a una sagrada familia (CP. IG) en la que todos, unidos entre sí con estrechos vínculos de caridad (CP. IG), vivan el común ideal en santo amor (CP 75), haciendo presente y operante al Señor.

Tratemos de ayudarnos unos a otros, de cuidarnos unos a otros, de ser buen ejemplo unos para otros, de animarnos, de sostenernos. Sabemos que sin los demás no podemos caminar hacia la perfección, hacia la santidad. ¡Cuánto nos necesitamos los unos a los otros!. Descubramos en el otro a un hermano débil como nosotros y como nosotros necesitado de apoyo, de cariño y de amistad.

Convencido de que la Virgen Inmaculada, Virgen del Rosario y nuestro  padre el Beato Ludovico Pavoni protegen nuestro caminar, me despido con un abrazo fraterno y siempre agradecido.

 

Agenda del mes de octubre

- Del 10 al 12 de octubre se reúne en España la comisión de pastoral juvenil vocacional para programar el año.

- Del 21 de octubre al 23 de noviembre, estaré visitando la provincia de Brasil. Tengamos presente ante el Señor toda la realidad (religiosos, laicos, niños y jóvenes) de estos hermanos nuestros.

 

p. Ricardo Pinilla

 

Tradate 30 de septiembre de 2014