En el Año Mariano y Año de la Fe, con noticias sobre la canonización del p. Fundador

Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana:

     Proclama mi alma la grandeza del Señor, repetimos todas las tardes con María en la oración de Vísperas. Y hoy, al final del mes de mayo, repetimos esta expresión con un especial significado al celebrar la fiesta de la Visitación de María, episodio en el que  el evangelista Lucas sitúa el himno que empieza con las palabras citadas. Cada día, con esta u otras oraciones, alabamos y damos gracias al Señor por el don de la vida y de la fe, por el don de nuestra vocación y de la Congregación, por la providencia con que acompaña nuestra vida, por la experiencia de su perdón, por los innumerables favores y por la misericordia que derrama sobre la Iglesia y sobre la humanidad; y por otros muchos motivos que nuestro corazón intuye y experimenta. Alabamos a nuestro Dios con espíritu de hijos, conscientes de nuestra realidad de pecadores, a los que Él perdona, ama y salva.

     La conciencia de nuestro pecado no nos aleja del Señor, sino que nos abre confiados a Él, manteniéndonos en la humildad y en un constante compromiso de conversión. Es la disposición que expresamos también en la oración del Ave María, cuando invocamos a María con las palabras ruega por nosotros, pecadores.

 

Ruega por nosotros, pecadores

     Ante el Señor no podemos hacer trampas. Ni tampoco ante María. Le pedimos que ruegue por nosotros, conscientes de nuestra indignidad, de nuestra condición de pecadores. El pueblo cristiano invoca a María como refugio de los pecadores. Ante María no nos avergonzamos de reconocernos pecadores. Cuando el pecado pende sobre nuestra vida, podemos recurrir confiadamente a María, que nos invita a confiarnos a la misericordia de su Hijo Jesús.

     Las fiestas de María, los santuarios dedicados a ella son con frecuencia ocasión y lugares de muchas conversiones; son ocasión y lugares en los que los cristianos experimentan la alegría del perdón y deciden cambiar de vida, volver a ser fieles al bautismo, a la vocación personal, a los compromisos asumidos ante el Señor. Pero esta disposición del corazón nos acompaña cotidianamente, si y en la medida en que nos damos cuenta, cada vez que rezamos el Ave María, de nuestra condición de pecadores, siempre confiados en la misericordia del Señor y llamados incesantemente a convertirnos a Él y a tender hacia la santidad. María es la madre que nos enseña a fiarnos totalmente de Jesús, a confiar en su misericordia, a escucharlo con plena disponibilidad.

 

Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros (1 Jn 1, 8)

     El apóstol Juan, en su primera carta, mientras proclama que Dios es luz y nos recuerda que hemos de vivir el mandamiento del amor, nos hace tomar consciencia de nuestra condición de pecadores. Es esta conciencia la que nos asegura el perdón de Jesús, que es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (2, 2). Y añade: Os escribo, hijos míos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre (2, 12). Luego continúa: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo -la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero- eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (2, 15-17). El apóstol Juan describe la realidad del pecado como concupiscencia del placer (carne), del poseer (ojos) y del poder (soberbia).

     Quien se deja condicionar por la mentalidad del mundo se convierte en esclavo de esta concupiscencia. El pecado encuentra espacio en el cultivo de las pasiones del propio hombre viejo y la seudocultura del mundo. La victoria sobre el pecado nace del dejarse guiar por la palabra de Dios, en la docilidad al Espíritu del Señor. Creo que se puede sintetizar el contenido de todo pecado en las tres dimensiones de la ingratitud hacia Dios, del hacer sufrir y dejar sufrir al hermano y de la falta de respeto hacia sí mismos. De este modo creo que podremos educar también a nuestros jóvenes en este sendero difícil que es el de la falta del sentido del pecado. Si logramos hacerles comprender el significado auténtico de la fe en Dios y el sentido verdadero del pecado, como opción de fondo, más allá de las acciones particulares, lograrán descubrir la verdad de sí mismos y abrirse a la misericordia de Dios. Es lo que podemos captar en muchas páginas de la palabra de Dios, tanto del Antiguo Testamento como, sobre todo, del Nuevo.

 

Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero (1 Tm 1, 15)

     Es la experiencia del apóstol Pablo, que sigue afirmando: Pero por eso precisamente se compadeció de mí ... para que me convirtiera en un modelo de los que han de creer en él y tener vida eterna (1, 16). Esta será también la experiencia de Agustín de Hipona y de muchos otros cristianos después de él, hasta nuestros días. Recordemos el espléndido testimonio de san Agustín en sus Confesiones: ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera.

     La alegría de los convertidos, que les hace llorar el tiempo perdido lejos del Señor, se convierte en un fuerte estímulo para quien ha recibido la gracia de haber conocido al Señor desde la infancia y de haberlo seguido desde su juventud. Porque con el pasar del tiempo, frente a las pruebas de la vida y de la experiencia de la propia fragilidad, se puede debilitar el entusiasmo de la fe, puede flaquear la fidelidad prometida, se puede caer en la desorientación, se puede entrar en crisis, se puede desanimar y se puede acabar en el abandono del compromiso. Precisamente por esto, los maestros del espíritu hablan de una segunda conversión, de un momento en la plenitud de la vida adulta en el que se vuelve a tomar conciencia de la necesidad de renovar la fidelidad a los compromisos asumidos, de tener que decir al Señor un nuevo sí, de modo más consciente, más decidido, más firme, porque está corroborado con la experiencia de la vida.

     Se vuelve a tomar conciencia de que verdaderamente merece la pena entregarse al Señor y perseverar en el amor a Él y en la fidelidad a los compromisos asumidos ante Él. Porque se intuye y se experimenta que en Él es en quien está la verdadera alegría y la culminación de la vida. Porque se comparte el testimonio del apóstol Pablo: Todo eso que para mí era mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. Más aún: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo (Fil 3, 7-8). Del pecado a la conversión, a la vida nueva. Este es el itinerario que continuamente estamos llamados a recorrer y a ayudar a nuestros jóvenes a que lo recorran, confiando en la intercesión maternal de María, que ruega por nosotros, pecadores.

 

Hacia la canonización del Padre Fundador

     La noticia más importante del mes de junio es la de la conclusión del proceso diocesano, que se está celebrando en Sao Paulo en Brasil, sobre el presunto milagro atribuido a la intercesión del beato Ludovico Pavoni; la ceremonia tendrá lugar en 18 de junio. Acabamos de celebrar la fiesta del Padre Fundador. La noticia del 18 de junio nos llena de alegría y contribuye a mantener vivo el recuerdo del Padre Fundador y a resaltar nuestro compromiso de seguir sus huellas. Es verdad que todavía hemos de ser prudentes sobre el resultado del proceso, que continuará en Roma y que, por tanto, deberá afrontar otros momentos cruciales. Por eso, mientras nos anima la esperanza, seguimos rezando al Señor por su feliz culminación. Este signo de la benevolencia de Dios llenará de una especial carga de entusiasmo también el III encuentro interprovincial de la Familia pavoniana, que se celebrará en Brescia y Saiano los días 6 y 7 de julio próximo. Espero que en cada Provincia se esté preparando lo mejor posible este encuentro.

     Entre tanto, en este Año de la fe y Año mariano, perseveremos confiándonos a María, recordando el testamento del Padre Fundador: Tened fe, amad a Jesús y a nuestra querida Madre María. Y la queremos invocar con las palabras de un canto de nuestra tradición: Somos pecadores, pero hijos tuyos; Inmaculada, ruega por nosotros.

     Lleguen a todos mis saludos más fraternales en el Señor.

P. Lorenzo Agosti

Tradate, 31 de mayo de 2013, festividad de la Visitación de María.