¡Es la Pascua del Señor y es nuestra Pascua! ¡Es la Pascua de la humanidad! En la alegría de este día, en la alegría de la resurrección del Señor Jesús, lleguen a todos vosotros mis mejores deseos, a la luz de la palabra del evangelio que nos asegura que Dios está de nuestra parte, con un amor que no se acaba.
Estamos también en la víspera del aniversario de la santa muerte de nuestro beato Padre Fundador, que en toda su vida y en sus decisiones siguió las huellas de Cristo y nos invita a nosotros a otro tanto, perseverando en la fe y en nuestra entrega a la causa del Reino, según nuestro carisma.
En estas últimas semanas estamos compartiendo la alegría de toda la Iglesia por la elección del nuevo Papa Francisco, que con sus palabras y gestos nos da mensajes de genuino evangelio, que han llegado al corazón de la gente. El Papa Francisco, jesuita, es expresión de la vida religiosa; su elección y su modo de presentarse nos animan a dar densidad a ese estilo de sencillez, cordialidad y entrega efectiva a los últimos que caracterizó la vida del padre Pavoni y que se ha convertido en patrimonio de la Congregación, en referencia tanto a la vida fraterna como a la misión educativa y pastoral.
Pascua es paso. Es paso del Señor en nuestra vida. Es continua fuente de vida nueva. Es fuente de santidad para la Iglesia y para cada uno de nosotros. Cuando, al empezar la segunda parte del Ave María, invocamos a María con las palabras: Santa María, Madre de Dios, miramos a la santidad de María y comprendemos que en la base de nuestra vida de fe está la llamada a la santidad.
Santa María, Madre de Dios
La segunda parte del Ave María expresa la confianza que el pueblo cristiano pone en la intercesión de María en su propio camino de fe y en las necesidades fundamentales de su propia vida. Y la primera palabra que se pronuncia se refiere a la santidad de María. Es una mirada a lo que Dios ha realizado en María y a cómo María ha correspondido al proyecto y a la llamada de Dios. Ha correspondido con plena disponibilidad y constancia en cada momento de su existencia.
Nosotros nos miramos en la santidad de María. Tenemos que evitar el riego de considerar la santidad de María como una meta demasiado alta, inalcanzable, imposible de imitar. La santidad de María, en cambio, nos recuerda que este ideal es posible: nos recuerda que este ideal es un deber para todo bautizado, como nos enseñado decididamente el Concilio Vaticano II, tomando las palabras de Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48).
Todo bautizado está llamado a la santidad, que ha de alcanzar según su propio estado de vida, según la propia vocación. Existen diferentes formas, diferentes caminos para llegar a la única santidad, que consiste en vivir auténticamente la fe en Jesús, en transformarse en familiares de Jesús, como él mismo afirma: Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (Lc 8, 21). Escuchar y poner en práctica la palabra de Dios, hacer la voluntad de Dios (cf. Mt 12, 50 y Mc 3, 35) nos lleva a ser familiares de Jesús; más aun, a generar a Jesús en nuestra vida, un poco como María. María es Madre de Dios. Este es el título más importante de María. Quien vive como María, quien tiende a la santidad, a una vida auténticamente cristiana como María, experimenta no sólo ser hermano o hermana de Jesús, sino también madre de Jesús; hace nacer a Jesús en su propia vida y en cuantos le han sido confiados.
Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación (1 Tes 4, 3)
En qué consiste la santidad, cómo sucede el proceso de santificación, lo comprendemos desde la palabra de Dios, experimentada en la vida de los santos y en nuestra misma vida. Un primer paso consiste en no dejarse dominar por las pasiones (cf. 1 Tes 4, 5), en despojarse del hombre viejo … corrompido por sus apetencias seductoras (Ef 4, 22). He hallado en un escrito del hermano capuchino san José de Leonisa una significativa aplicación de este pasaje: Todo cristiano debe ser un libro viviente en el que se pueda leer la doctrina evangélica (cf. 2 Cor 3, 3). Si no se borra lo escrito antes, no se puede escribir algo nuevo. En vuestro corazón están escrita la avaricia, la soberbia, la lujuria y los demás vicios. ¿Cómo podremos escribir la humildad, la honestidad y las demás virtudes, si no borramos los anteriores vicios? Se trata, pues, sobre todo de despojarse del hombre viejo, con sus obras (Col 3, 9) para revestirse de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas (Ef 4, 24). Es una lucha que hay que llevar a cabo constantemente; en ella se puede ser vencedor sólo con la ayuda de la gracia de Dios, que pedimos en la oración y acogemos en los sacramentos.
Desde aquí se camina en un continuo recorrido hacia otro paso, constituido por una vida radicada en la justicia y verdadera santidad. San Pablo habla de verdadera santidad junto a la justicia. Sobre todo es Dios quien nos hace justos, es Dios quien nos hace santos. Al hombre le toca corresponder, tendiendo a una santidad verdadera. Este subrayado requiere evitar un doble riesgo: en de un espiritualismo desencarnado y, en el extremo opuesto, el de un activismo secularizado. La verdadera santidad comporta la síntesis entre una auténtica espiritualidad y un compromiso concreto en la promoción de un nuevo orden social que respete sus derechos [de los pobres] y su dignidad de personas humanas y de hijos de Dios (RV 85).
Como afirma san Pablo: el reino de Dios no es comida y bebida, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo (Rom 14, 17). Relación profunda con Dios, espíritu de fraternidad, caridad y solidaridad con los más pobres constituyen el armazón de la verdadera santidad. Y la verdadera santidad significa la realización de la vida del cristiano, incluso del hombre mismo. En esta perspectiva estamos llamados a caminar, religiosos y laicos, cada uno según su propia vocación.
En esta perspectiva estamos llamados a educar a nuestros jóvenes, a través de todos los caminos que podamos activar para abrir brecha en su corazón. Recordemos las preciosas indicaciones que el Padre Fundador dirige al director espiritual, pero que podemos entender como válidas e importantes para todo educador: tratará de presentar siempre los deberes de la Religión como un yugo suave y una carga ligera, que una vez probado se halla fácil y consolador (CP 245) … los acostumbrará [a los jóvenes] a mirar las cosas a la luz de la fe y a juzgarlas como la fe las juzga; el corazón de los jóvenes, al alejarse de lo pasajero, pronto está dispuesto para darse por completo a Dios (CP 252).
Escuchando estos consejos nos damos cuenta de que hoy estamos ante un gran reto. En este Año de la fe y Año mariano pedimos a María ser capaces de comprender el verdadero sentido de la santidad cristiana, tener el coraje y la fuerza de encarnarla, saber presentar a nuestros jóvenes de modo fascinador la figura de Cristo para que puedan creer en él, sentirle como amigo y dejarse guiar por su palabra y su amor por un camino de plena realización de su vida, abierta a un servicio real hacia los hermanos. En una palabra, sobre la vía de la santidad.
El tiempo de Pascua
Ante nosotros se abre el tiempo de Pascua, que nos acompañará durante 50 días, hasta Pentecostés. Al final del día de Pentecostés, el 19 de mayo, iniciaremos la novena del Padre Fundador, como preparación a su fiesta litúrgica del 28 de mayo, anticipada también por las 24 horas continuas de adoración, el sábado 24 de mayo. Mientras tanto, en el mes de abril, el domingo día 14, recordaremos el undécimo aniversario de la beatificación del padre Pavoni, sostenidos por la esperanza de poderlo venerar pronto como santo, esperando y rezando para que el proceso que está a punto de concluir en Sao Paulo (Brasil) pase a Roma y pueda proporcionarnos el buen resultado que todos esperamos.
Recuerdo algunas citas del mes de abril. Del 4 al 6 tendremos en Tradate la reunión del Consejo general. El sábado 6 se celebrará la 14ª Caminata Pavoniana entre Brescia y Saiano. El domingo 7 iniciaré la visita a las comunidades de España. El sábado 20 se tendrá en Valladolid la 21ª Asamblea de la Familia pavoniana española con el lema Alegraos, expresión de la comunión de nuestra Familia en torno a María. El mismo día se celebrará en Artogne (Brescia) el 2º Encuentro del Museo Tipográfico L. Pavoni con el tema La comunicación entre mundo real y mundo virtual. Los desafíos para la educación. El domingo 21, IV de Pascua, caracterizado por el evangelio del Buen Pastor, se celebrará en toda la Iglesia la Jornada mundial de oración por las vocaciones, preparada por una semana eucarística. Nos unimos a esta coral invocación al Señor para obtener también para nuestra Congregación el don de nuevas vocaciones y la perseverancia de todos los que ya han respondido a la llamada del Señor.
Nos sostiene en esta oración confiada la intercesión de María, a quien el día 26 invocaremos como Madre del Buen Consejo. A ella, en este Año de la fe y Año mariano, volvemos a confiar el camino de la Congregación, agradecidos por el testamento que el padre Pavoni nos ha dejado desde su alcoba de Saiano, en la víspera del 1 de abril de 1849: Tened fe, amad a Jesús y a nuestra querida Madre María.
Con este recuerdo, renuevo para todos mis mejores deseos de una santa y gozosa Pascua del Señor.
P. Lorenzo Agosti
Tradate, 31 de marzo de 3013