|
Congregación Religiosa Hijos de María Inmaculada - Pavonianos El Superior general |
Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana:
os escribo desde Lagos de Moreno, donde estoy desde hace unos días visitando a la comunidad. Ayer Benedicto XVI ha concluido su servicio de Obispo de Roma y Papa de la Iglesia católica, y desde hoy la sede de Pedro está vacante. Después de varios siglos la Iglesia afronta de nuevo esta experiencia, ligada a la dimisión del Papa. Benedicto XVI, el 11 de febrero pasado, explicó: red bottom shoes Ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu.breitling watches
Su decisión y su gesto nos han sorprendido, conmocionado y estremecido profundamente, igual que ha suscitado admiración en todo el mundo. Como se subrayó inmediatamente, Benedicto XVI recordó que la Iglesia es de Jesucristo, está fundada sobre Jesucristo y es Jesucristo quien la guía. Él se sirve de los hombres, la acción de los hombres es importante, pero ninguno es indispensable. Cada cual está llamado a ser fiel al servicio que el Señor le confía, a serlo hasta el final, hasta que las fuerzas se lo permitan. Cuanto el Papa ha realizado nos estimula a fortalecer más nuestra fe en el Señor, a amar aun más a la Iglesia, a servirla con todas nuestras energías en una fidelidad gozosa, generosa y humilde a la llamada del Señor, sintiéndonos siempre solo siervos, siervos inútiles, pero amados y preciosos a los ojos de Dios, porque hemos hecho lo que teníamos que hacerlouis vuitton outlet (Lc 17, 10).
Agradecemos al Señor por el don del Papa Benedicto XVI, rezamos por él y, ante la elección del nuevo Papa, pedimos el Espíritu Santo, para que la Iglesia, incluso en este momento inusual, cada vez sea más ese instrumento querido y elegido por Jesucristo como portadora de su Evangelio y su salvación a toda la humanidad.
En el Año de la fe y en el Año mariano que estamos viviendo, cada vez que rezamos el Ave María podemos repetir con un significado todavía más denso las palabras de Isabel: Bendito el fruto de tu vientre (Lc 1, 42), Jesús.
Bendito el fruto de tu vientre (Lc 1, 42), Jesús
Isabel, después de haber alabado a Dios por lo que ha hecho en María ―bendita tú entre las mujeres― continúa y culmina su acción de gracias refiriéndose al fruto que María lleva en su vientre y reconociéndolo como su Señor (Lc 1, 43). En el fruto del vientre de María aparece, de la forma más grande y sorprendente, la bendición de Dios sobre la humanidad. Jesús es el fruto bendito del vientre de María. En el núcleo del Ave María recordamos el nombre y la figura de Jesús. Él es el redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia (Redemptor hominis 1). Dios mismo ha querido que el Hijo del Altísimo (Lc 1, 32) y el hijo de María se llamase Jesús. Así lo anuncia a María el ángel Gabriel: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús (Lc 1, 31). También un ángel del Señor le dice en sueños a José: María dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús (Mt 1, 21). Por eso cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lc 2, 21).
El nombre de Jesús significa Dios salva. Jesús es el Salvador que los ángeles anuncian a los pastores (Lc 2, 11).
En Jesús, dios Padre salva a la humanidad. En Jesús, Dios libera a la humanidad de su situación de pecado, la reconcilia consigo, la acompaña con su gracia, le ofrece un futuro lleno de esperanza.
Sin Jesús la humanidad está perdida, los hombres están como ovejas sin pastor (Mt 9, 36 y Mc 6, 34).
En Jesús está la salvación, como él mismo dice: No he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo (Jn 12, 47). Lo testifica el apóstol Juan: Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo (1 Jn 4, 14). Hasta la categórica proclamación de Pedro de que solamente en Jesús somos salvados: no hay salvación en ningún otro (Hech 4, 12).
En el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda (Hech 3, 6)
Estamos viviendo el tiempo litúrgico de la cuaresma, con el que nos preparamos a la Pascua, que celebraremos precisamente el último día del mes. La Pascua está en el centro del año litúrgico y en el núcleo de la fe de la Iglesia. Lo es porque está en el núcleo de la historia de la salvación, porque está en el centro de la obra redentora de Cristo. La Pascua del Señor es la Pascua de nuestra salvación. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en María, salva a la humanidad a través de su muerte y resurrección. Jesús ofrece su vida por amor y en obediencia al Padre y por amor y la salvación de la humanidad. El tesoro de la Iglesia es Jesucristo. La Iglesia no tiene otra cosa que ofrecer más que Jesucristo, crucificado y resucitado. Y, en Jesucristo, ofrece la salvación, la esperanza, el amor.
Sigue siendo paradigmática la intervención de Pedro con el cojo que pedía limosna junto a la puerta del templo de Jerusalén: No tengo plata ni oro ―le dice― pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda (Hech 3, 6). Pedro cura a aquel hombre en el nombre de Jesús. Y aquel hombre se pone a caminar y a alabar a Dios, entrando en el templo con Pedro y Juan. Como Jesús, Pedro cura el cuerpo y el espíritu. Anunciando y llevando a Jesucristo, la Iglesia ofrece al hombre la curación del alma y el sustento para su vida en este mundo. Evangelización y promoción humana caminan juntas.
Esta fue la experiencia y es la enseñanza de nuestro Padre Fundador. Él se preocupó de las frágiles y precarias condiciones humanas de tantos adolescentes de su ciudad y les proporcionó una oferta global para el rescate de su propia existencia: un corazón de padre, una casa, un clima de familia, una formación, el aprendizaje de un oficio, una formación cristiana sólida y convincente. Les ofreció dignidad, capacidad de afrontar la vida y motivos de esperanza. No abría servido de nada, o habría valido de muy poco, dar asistencia, sustento y profesionalización, si no hubiera dado a Jesucristo, si no le hubiese ayudado a tener una fe sólida en el Señor.
También hoy el joven y el hombre precisan satisfacer las necesidades materiales de la vida, como algo realmente indispensable, pero todavía más tienen necesidad de encontrar a Jesucristo, de tener fe en él. Sin el Señor la vida está vacía, mutilada. El joven y el hombre se hacen la ilusión de poder dejar de lado al Señor, de poder realizar su propia vida y de conseguir la felicidad sin él. Pero antes o después sucumben, desorientados, desilusionados; se encuentran en las tinieblas del error, sin saber dónde ir, cómo reaccionar, como volverse a levantar. He aquí por qué, junto con la asistencia, la cultura y el trabajo, hemos de ofrecer al joven una verdadera educación, que tenga en el centro la fe en Jesucristo. Al joven y al hombre que corren el riesgo de confiarse a falsos ideales y de aferrarse demasiado a las cosas de este mundo, para después sucumbir faltos de esperanza, como Pedro podemos abrir el horizonte a la confianza, dando a Cristo y diciendo: en el nombre de Jesucristo, levántate y anda.
Este es el corazón de nuestra misión. Esta es la belleza de nuestra misión: no es fácil, pero es fundamental. Esta es la urgencia de nuestra misión. Esta es la auténtica conversión que propone a todos el tiempo de la cuaresma. Convertíos y creed en el evangelio (Mc 1, 15): es la palabra que Jesús nos dirige y la palabra que María ha hecho suya y que repite a los jóvenes y a los hombres de nuestro tiempo, incluso a través de nosotros: a través de nuestro ejemplo, de nuestra dedicación, de nuestra palabra, de nuestro amor. Nos toca a nosotros recoger el reto, confiando en la ayuda del Señor y en la intercesión de María, que nos invita a todos a mirar a Jesús e ir tras él.
Hacia la Pascua y hacia el 1 de abril
Mientras nos preparamos a celebrar la Pascua del Señor, nos preparamos también al aniversario de la santa muerte del Padre Fundador, que este año caerá en el lunes de Pascua.
En estos días, en Sao Paulo – Brasil, prosiguen las declaraciones de los testigos en vista de su deseada canonización. Sigamos rezando, tanto por el éxito de esta causa, cuanto sobre todo para que el carisma, que el Espíritu del Señor dio al padre Pavoni y, a través de él, a la Congregación, siga vivo entre nosotros y contribuya eficazmente a la acción apostólica de la Iglesia a favor de los nuevas generaciones. Pidamos esta gracia en particular para quienes van a participar en la experiencia de la Pascua juvenil en Valladolid y en Lonigo, entre el 28 y el 31 de marzo.
Unas palabras del obispo Tonino Bello, cuya causa de beatificación está en marcha, puede servirnos de guía para mirar a Cristo, para comprender el sentido profundo de su Pascua, para suscitar en nosotros las actitudes más provechosas para una verdadera conversión: Amar, voz del verbo morir, significa descentrarse, salir de sí mismo, dar sin pedir. Sea este el programa de nuestro camino hacia la Pascua del Señor. ¡Feliz cuaresma. Feliz semana santa. Feliz Pascua!
p. Lorenzo Agosti
Lagos de Moreno, 1 de marzo de 2013.