Anunciando el Año Mariano y con toda la Iglesia el Año de la Fe

Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana.

     Como si estuvieran dirigidas a cada uno de nosotros, acogemos las palabras del apóstol Pablo, que nos ofrece hoy la liturgia dominical, dirigidas a los cristianos de Éfeso: «Os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4, 1-3). Es una exhortación que resume el núcleo central de nuestra «fe que obra por medio del amor» (Gal 5, 6).

     Nos encontramos en el corazón del 2012 y, a punto de concluir el Año de la misión educativa pavoniana, nos preparamos para vivir en la Congregación un Año mariano, uniéndonos a toda la Iglesia en la celebración del Año de la fe, convocado por Benedicto XVI.

 

Año de la fe

     Con la Exhortación Apostólica Porta fidei (Pf) el Papa ha convocado un Año de la fe que «comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012 –sigue el Papa–, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica» (Pf 4). En esa fecha estará celebrándose, también, el sínodo de los Obispos «sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe».

     También nosotros, como Familia pavoniana, daremos importancia y nos sentiremos implicados en este camino propuesto a toda la Iglesia. Participaremos en las iniciativas de las Iglesias locales. Haremos algún signo en la Congregación. Pero sobre todo trataremos de vivir el espíritu de este año, reavivando nuestra fe personal y comunitariamente (cf. Pf 10) y dando un testimonio gozoso y coherente de ella. Esto es lo más importante, como subraya Benedicto XVI.

     «El Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo» (Pf 6). Y sigue: «hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe» (Pf 7). Es lo mismo que resume la Nota con indicaciones pastorales para el Año de la fe, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe: «El Año de la fe desea contribuir a una renovada conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo actual testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado».

 

Año mariano

     Como familia pavoniana viviremos el año de la fe con una particular referencia a María, Madre del Señor y Madre de la Iglesia. Me parece muy hermosa y providencial esta coincidencia y conjunción entre nuestra propuesta y la de toda la Iglesia. Verdaderamente existe una profunda unidad entre la figura de María y el don de la fe. María es por excelencia la Mujer de la fe, como nos la han presentado los documentos del Vaticano II y las intervenciones de Pablo VI y Juan Pablo II, naturalmente a la luz del Nuevo Testamento.

     También Benedicto XVI en la Carta para el año de la fe presenta una síntesis de la fe de María, en referencia a los textos evangélicos (cf Pf 13 c).

     En sintonía con el Padre Fundador, como Hijos de María Inmaculada, sentimos de forma especial a María cerca de nosotros, porque ella es “nuestra querida Madre”. El icono de las bodas de Caná, que es el trasfondo de nuestro Documento capitular, nos acompañará. Trataremos de acoger y subrayar la relación de María con Cristo y con la Iglesia. Profundizaremos en el modo en que nuestro Fundador vivió la relación con María. Para llegar a preguntarnos el lugar que ocupa María en nuestra vida y en nuestra misión. Naturalmente, no nos pararemos aquí, sino que buscaremos la forma de que su presencia incida positivamente sobre la calidad de nuestra fe, sobre la fidelidad a nuestra vocación, sobre nuestro estilo de vida de cristianos y de consagrados y sobre nuestra misión apostólica, para ser educadores de la fe y de los auténticos valores de la vida. Como en Caná, María continúa presentando a Jesús nuestras necesidades: «No tienen vino»; y sigue dirigiéndose a nosotros con palabras doloridas y maternales: «Haced lo que Él os diga». María nos recuerda que lo importante en nuestra vida es escuchar y poner en práctica la palabra de Jesús. María nos da ejemplo de ello y nos sostiene con su intercesión en este difícil pero decisivo y entuasiasmante compromiso.

 

«Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía ... de María, la madre de Jesús» (Hech 1, 14)

     Junto a la imagen de las bodas de Caná, nos fijamos en los días en que los apóstoles se reunían en el cenáculo, junto a María, en espera del don del Espíritu santo. Cada una de nuestras comunidades religiosas debe mirar a esta imagen, debe imitar este ejemplo.

     Cada comunidad se sienta y viva unida y perseverante en la oración; cada comunidad dé este testimonio en el medio en que está inserta. Quien vive a nuestro lado, quien entra en contacto con nosotros, nuestros colaboradores, nuestros muchachos y jóvenes, los fieles de nuestras parroquias han de ver, ante todo, que hay una comunidad religiosa que reza junta y que de ahí recibe la fuerza para vivir fraternalmente unida y para entregarse con generosa dedicación a la misión común. Cada comunidad constituya de verdad un centro de irradiación del carisma pavoniano, partiendo de la realidad de momentos significativos de oración, abiertos a los laicos; momentos fuertes, que motivan y sostienen todas las demás actividades de la jornada, animadas por el amor fraterno y por la cercanía a quien se encuentra en mayores necesidades.

     Sólo así podemos sentir y testimoniar la auténtica pasión educativa que el Padre Fundador nos reclama, y que nos permite amar «respetuosamente» (CP 257) a los jóvenes, ayudarles en su crecimiento humano, cultural y profesional y, sobre todo, llevarles a descubrir y acoger la belleza y la importancia de la fe y de la amistad con el Señor Jesús.

     María, que está con nosotros, nos ayude a encarnar y transmitir estas convicciones con el ejemplo de la vida y con propuestas concretas y eficaces.

     El Año de la fe, junto con el Año mariano, no será entonces una ocasión fallida, sino que constituirá un tiempo de gracia para la Familia pavoniana y para su misión.

Agenda de agosto

     Hoy terminan los ejercicios espirituales en Ponte di Legno y también concluye la Asamblea de la Familia pavoniana en Igarapé, en Brasil, después de algunos días de retiro espiritual.

     Desde mañana hasta el 6 de agosto se tendrá la peregrinación a Tierra Santa, como colofón del curso de formación permanente.

     El domingo 5 de agosto será ordenado sacerdote en Gama nuestro diácono José Roberto de Oliveira Filho, de manos de don Sergio da Rocha, Arzobispo de Brasilia.

     El 15 de agosto iniciarán el noviciado en Villavicencio, Colombia, dos jóvenes mejicanos: Gerardo Hernández Carrera y Manuel Alejandro de la Cruz. Demos gracias al Señor por estos eventos de gracia y oremos para que estos jóvenes correspondan plenamente al proyecto de Dios sobre ellos. Recordemos en nuestra oración también a los jóvenes españoles que en el mes de agosto vivirán una experiencia espiritual en Taizé y a los jóvenes italianos que recorrerán una parte del Camino de san Francisco en Umbría.

     El mes concluirá con un curso de Ejercicios espirituales tanto en Longo como en España.

     También durante este mes, además del próximo Año de la fe, deseamos lo que el Papa Benedicto XVI afirma al final de la carta apostólica Porta fidei: «Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.»

     Con mis más cordiales y fraternales saludos en el Señor.

p. Lorenzo Agosti

Ponte di Legno, 29 de julio de 2012, XVII domingo del tiempo ordinario.