Catequesis que pronunció el Superior general el día 15 de agosto en la JMJ

Queridos jóvenes pavonianos:

                Estamos viviendo los primeros momentos de esta extraordinaria “Jornada Mundial de la Juventud” de Madrid. Nuestra referencia es Jesucristo. Estamos aquí, sobre todo, porque nos une una amistad con Cristo. Además, estamos aquí porque nos une una amistad entre nosotros, en el nombre del padre Ludovico. Es su figura, la figura del padre Pavoni, la que ha suscitado un conocimiento y una amistad entre nosotros; entre aquéllos que provienen de Italia y entre los que viven en España. Y ahora, el hecho de conocernos y ser amigos nos une igualmente a jóvenes italianos y españoles, en el nombre del padre Pavoni y por iniciativa de los religiosos (padres y hermanos coadjutores) que dan continuidad a su carisma y a su obra con una vida plenamente consagrada al Señor y puesta al servicio de los jóvenes.

El padre Pavoni fue un gran educador y un verdadero amigo de los jóvenes. Toda su vida estuvo dedicada a su servicio, especialmente al servicio de los jóvenes con más riesgo de marginación y de fracaso. Para ellos fue un padre, un hermano, un maestro, un amigo, un guía. Los ha ayudado a ser hombres realizados y felices, cristianos convencidos y auténticos, ciudadanos honestos y responsables, profesionales capacitados para afrontar la vida con dignidad, al tiempo que valoran sus talentos.

Pero ¿cuál fue su recorrido para llegar a ser así, para llegar a constituir una referencia válida y segura para la existencia de tantos jóvenes? ¿Cómo llegó a entregar toda su vida, a sacrificarse totalmente por ellos?

 

1. El periodo histórico en que vivió y su condición de pertenencia a una familia noble no constituyen ciertamente premisas favorables a una vocación como la que Ludovico Pavoni llegó a madurar en su juventud. La suya fue una opción a contracorriente.

Ante una situación política caracterizada, nada más terminar la revolución francesa, por continuos cambios y luchas fratricidas, que condicionaban también la vida y la misión de la Iglesia, Ludovico Pavoni fundó su existencia en dos referencias seguras: la fe en el Señor Jesús y una sensibilidad aguda hacia las necesidades de las personas, sobre todo de los jóvenes. Sus intereses, su inteligencia, sus bienes, sus pasiones más bellas: lo relativizó todo y lo puso al servicio de una causa mayor, que el Señor le había sugerido en el fondo del corazón: dedicarse a aliviar las condiciones de los muchachos más marginados.

Así fue como, a punto de cumplir diecinueve años, en plena juventud, como respuesta a la llamada del Señor maduró su decisión de hacerse sacerdote. Una vocación acogida por él como el modo y la posibilidad de hacer de su vida el don más grande posible. Sacerdote para darse a los jóvenes a tiempo lleno y con total libertad y disponibilidad. Cura para los jóvenes.

Nos podemos preguntar: ¿por quién lo hizo? La respuesta no puede ser más que la siguiente: la fe en Cristo y el amor hacia los jóvenes, en los que puso siempre sus mejores esperanzas.

La fe en Cristo. Ludovico Pavoni sintió como dirigidas a él esas palabras del Señor Jesús: “Todo lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Y todavía: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge” (Mt 18, 4). Estas palabras de Jesús marcaron su vocación, acompañaron su vida, motivaron el don que hizo de sí mismo a los jóvenes, por amor a Cristo.

 

2. Cristo: ¿quién fue para él? ¿Cómo vio el padre Pavoni a Cristo? ¿Cómo lo acogió e imitó en su vida? ¿Cómo nos pide que acojamos e imitemos a Cristo en nuestra vida?

Ludovico Pavoni tuvo en cuenta a Cristo, en su vida, sobre todo en dos aspectos: como Maestro y como Siervo.

a) “Conformar la propia vida a la del divino maestro Jesús”: ése fue su intento; ésa es la propuesta que dirige también a cada uno de nosotros.

Cristo Maestro. El gran mosaico de nuestra casa de Susà representa a Cristo maestro y tiene un escrito: “Magíster vester unus est: Christus”. “Uno solo es vuestro maestro” (Mt 23, 8), Cristo.

Cristo fue su maestro. La palabra del Señor fue, para el padre Pavoni, guía y luz en las opciones fundamentales de su vida y en las decisiones cotidianas, en los compromisos de cada día. No fue sólo un creyente en Cristo; su vida dio credibilidad a su fe en Cristo. La fe, a través de la escucha de la palabra de Dios y a través de la fuerza de la gracia que proviene de los sacramentos, sobre todo de la eucaristía y de la confesión, dio forma a su vida.

Hace algunos meses, mientras atravesaba la plaza de san Pedro en Roma, me vi sorprendido por la frase que un obrero confiaba a una persona que tenía a su lado: “Me he formado como cristiano, pero no soy creyente”. Esta frase, que capté al vuelo mientras me dirigía a la basílica de san Pedro, me hizo reflexionar mucho. Esa persona, ese obrero no era creyente, no tenía fe, pero reconocía haber tenido una formación como cristiano. Sin embargo, podría ser cierto también lo contrario: ser creyentes, considerar tener fe, pero no estar formados, no formarse como cristianos, no tener un estilo de vida cristiano. Tener una fe que se limita al sentimiento o que es como un hábito exterior, sin que cale en la profundidad de la vida, ni llegue a ser un estilo de vida, plasmado por la palabra y por la gracia de Dios.

Así, pues, hace falta fe y formación cristiana; fe y vida. Fe convencida y personal, que se traduce en una vida coherente con la enseñanza del Señor. Sólo así Cristo puede considerarse nuestro maestro, ser nuestro maestro. Su palabra, su ejemplo se transforman en referencia para nosotros, se traducen en nuestra vida. Ciertamente eso puede ocurrir no sólo con nuestra convicción y con nuestra buena voluntad, sino también con el indispensable apoyo de la gracia de Dios, de su acción que obra en nosotros.

 

b) Desde Cristo maestro a Cristo Siervo. Con Cristo maestro, Cristo siervo. Ese fue el otro aspecto del ejemplo de Cristo, del modo de vivir de Cristo que impresionó al padre Pavoni, que fue capaz de imitar; y que el padre Pavoni nos pide también a nosotros que imitemos.

Cuando los apóstoles discutían entre sí quién era el más grande, el más importante, Cristo, amonestándoles con energía, les explicó que en su comunidad, para estar con él, no hace falta imitar lo que ocurre normalmente entre los hombres. No es necesario buscar el poder, ni los primeros puestos para estar mejor, para ser honrados, para tener éxito. No. En la comunidad de Jesús el que quiera ser el primero, debe ser el último de todos y el siervo de todos. Porque, concluye Jesús, así lo ha elegido el Hijo del hombre (o sea, él): él “no ha venido a ser servido, sino a dar su vida en rescate por todos”. (Mc 10,45). Ha muerto en la cruz por amor a la humanidad, por la salvación de la humanidad.

De ese modo quiso también el padre Pavoni imitar a Cristo: se puso al servicio de los jóvenes y dio su vida por ellos. Conocemos su biografía. Así Ludovico Pavoni releyó la historia de su vocación y de su dedicación a los jóvenes; nos lo confía en un texto muy hermoso, en que manifiesta su corazón: “Éstos fueron –escribió- los dulces atractivos que el Señor quiso usar para llamarme de la tranquila estancia de mi casa paterna y despertar en mí el deseo de ofrecer voluntariamente todo mi ser en favor de un bien tan grande y universal.”

Verdaderamente el padre Pavoni se dio por entero a favor de un bien tan grande (por la sociedad y por la Iglesia), como era el de la educación de los jóvenes. Consumó toda su vida, hasta el don supremo de sí mismo, cuando acompañó a pie a sus muchachos bajo la lluvia durante muchos quilómetros, para ponerlos a salvo desde Brescia a Saiano. Allí, en Saiano, llevó a cumplimiento su vida, como Jesús: “Los amó hasta el extremo” (Jn 13,1), hasta dar su vida por ellos, como hizo Jesús por los suyos, por todos nosotros. El padre Pavoni: mártir del amor, mártir por amor.

Aquel 1 de abril de 1849 era domingo de Ramos. Moría el padre Pavoni. Moría ese día un gran apóstol de los jóvenes. Y es bello y significativo, para nosotros Pavonianos, para nosotros que seguimos las huellas del padre Pavoni, que el papa Juan Pablo II haya elegido el domingo de Ramos como la jornada anual de la juventud. Feliz y providencial coincidencia, que une estrechamente en la Iglesia el recuerdo del padre Pavoni con el mundo de los jóvenes.

 

3. Es un motivo más que anima y que entusiasma a cada uno de nosotros, que se ha encontrado en su vida con la figura y la obra del padre Ludovico Pavoni. Lo que el Espíritu del Señor inició en el padre Pavoni no tuvo fin con su muerte. Porque, como afirma Teresio Bosco en la conclusión de la biografía de Ludovico Pavoni, “donde muere un santo, algo grande nace”.

Su carisma se ha continuado en la historia y se ha difundido a través de la Congregación religiosa por él fundada; si ha difundido a través de la respuesta a Dios de otros jóvenes que, imitando al padre Pavoni, han ofrecido su vida al Señor, como sacerdotes y como hermanos coadjutores, poniéndose a tiempo lleno al servicio de los jóvenes.

El carisma concedido por Dios al padre Pavoni está hoy en nuestras manos, se nos ha confiado a nosotros. Nosotros somos Familia pavoniana: nosotros religiosos, vosotros laicos, vosotros jóvenes. Incluso con modalidades distintas, un mismo carisma nos une, nos hace familia, nos une en el nombre del Señor y en el nombre del beato Ludovico Pavoni. La referencia a Ludovico Pavoni da densidad a nuestra humanidad y enriquece nuestra fe en Cristo.

Cristo ha llamado y sigue llamando a cada uno de nosotros a seguirlo e imitarlo, según la vocación que propone a cada cual. Ciertamente él llama todavía a jóvenes a seguirlo con radicalidad, para un servicio a tiempo lleno a los otros, en la vocación religiosa pavoniana como sacerdotes o como hermanos coadjutores. El que sienta esta llamada, no tema dar su respuesta, decir su sí. El Señor sostiene y ayuda de manera especial a quienes llama a seguirlo más de cerca. No los deja solos, no los abandona.

Y el Señor da a todos la ayuda suficiente para vivir con fidelidad su vocación. Seguir a Cristo, como ha hecho y nos enseña a hacer el padre Pavoni, constituye la perspectiva más hermosa e importante de nuestra vida. Pero hace falta fe y valor para vivir así.

Hace falta fe, es decir creer que la realización de nuestra vida se cifra en donarla, en hacer el mejor regalo posible a los hermanos, por amor al Señor.

Hace falta valor, para superar otras propuestas aparentemente más atractivas, y para experimentar que la alegría verdadera, profunda, que nadie nos puede arrebatar, procede del Señor, de estar unidos a él, de responderle a él. Nos lo garantiza la experiencia, basada en la palabra de Jesús. Él ha dicho a sus discípulos: “Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo, y para vuestro gozo sea completo” (Jn 15,11).

El padre Pavoni, cuando fundó la Congregación el 8 de diciembre de 1847, día de la Inmaculada Concepción de María, mientras renunciaba a ser canónigo y mientras se consagraba él mismo al Señor con los votos religiosos, nos testimonia que llegó a experimentar un gozo extraordinario. Así se lo confía a sus más íntimos amigos. “No le puedo explicar… cuál fue mi gozo. Ciertamente nunca he experimentado tanta alegría como en estos días en que me encuentro dulcemente sujeto por los votos sagrados”. Y añade: “La alegría inunda en este momento mi corazón”.

A través de la experiencia de esta jornada mundial de la juventud, el Señor nos ayuda a todos nosotros, que nos sentimos Familia pavoniana, a intensificar nuestra amistad con él y entre nosotros, a fin de experimentar que la alegría verdadera procede de él y viene del don de uno mismo a los hermanos, como nos ha enseñado y también ha experimentado el padre Pavoni, verificando la verdad de esas palabras de Jesús que san Pablo nos ha referido: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).

A todos vosotros os deseo que hagáis un buen camino, en el descubrimiento y la actuación de la vocación a que Dios nos llama, con el corazón repleto del gozo del Señor, bajo la mirada benévola del padre Ludovico Pavoni y de la Virgen Inmaculada, patrona de la Congregación.