Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana,
mientras nos encontramos en el corazón de la Cuaresma y en camino hacia la Pascua, como Congregación también nos estamos preparando para la celebración de la Consulta general de mayo. Este evento significa una pausa, una ocasión oportuna de reflexión y análisis, a medio camino entre el último Capítulo general y el próximo. El Documento capitular de 2008 elaboró un proyecto a partir de preguntas que nos hicimos y compartimos en todas nuestras comunidades.
Acogimos este proyecto y lo hemos hecho nuestro; hemos empezado a encarnarlo, para mantener vivo y presente nuestro carisma hoy. ¿A qué punto hemos llegado en su aplicación? A este asunto nos hemos enfrentado en comunidad y en las asambleas provinciales. A esto mismo echaremos una mirada sintética en la Consulta general con el objetivo de reanudar con mayores bríos el proceso de renovación que el Señor y la historia nos piden. En este momento tengo la intención de compartir con vosotros las actitudes básicas que pueden permitirnos hacer que el proceso actual no quede en letra muerta, sino que realmente se encarne en nuestras vidas todos los días.
Somos familia, tenemos un proyecto común, cada uno de nosotros es importante
Una primera convicción que nos une es la certeza de que formamos una familia. Como pavonianos (religiosos y laicos) nos sentimos unidos por una pertenencia mucho más fuerte que cualquier otro club o asociación a la que podríamos referimos. La Congregación religiosa y, en términos más amplios, pero no menos importantes y significativos, la Familia pavoniana representa para nosotros la realidad de un vínculo vital, que tiene su base, dentro de la Iglesia, en la fe en Cristo y en el carisma del beato Ludovico Pavoni. Utilizando la imagen de san Pablo: somos un cuerpo. El apóstol la refiere a la Iglesia, pero esta imagen también puede referirse a nuestra Familia pavoniana. Somos un solo cuerpo, que se caracteriza por unos compromisos comunes, por unas relaciones estables y fraternas, por una misión que nos define. Por supuesto, de diferentes formas, según la vocación religiosa o laical de cada uno.
Sobre esta base (y es una segunda convicción) compartimos un proyecto común. Un proyecto que nos viene del padre Fundador. Que nos es trasmitido a través de la historia de la Congregación, y ahora está en nuestras manos y confiado a nuestra responsabilidad. Es el proyecto que contiene la Regla de Vida y que el Documento capitular ha precisado en relación con nuestras posibilidades y las necesidades de los tiempos actuales. El Documento capitular nos ha pedido dar los pasos que podemos llevar a cabo. ¿Para qué dar estos pasos? Para ser verdaderamente nosotros mismos, para ser fieles al proyecto común que nos une, para mirar al futuro con esperanza. Una razón de peso nos sostiene en la unión de nuestras fuerzas no sólo para lograr los objetivos personales, sino también y sobre todo los objetivos comunes.
En esta perspectiva (y es una tercera convicción), cada uno de nosotros es importante, independientemente del lugar que ocupa. Cada uno de nosotros contribuye a la realización del proyecto común. No me cansaré de repetirlo. Nadie puede sentirse más importante que los demás y nadie debe sentirse menos importante que los demás, si todos tratamos de ser pavonianos (religiosos o laicos) y damos todo lo que podemos, la mayor contribución posible para el bien de la Congregación. No todos podemos desempeñar la misma tarea. Somos complementarios. Cada uno da según los talentos que ha recibido del Señor. Y sólo el Señor conoce a los que más contribuyen al bien de la Congregación.
La gracia y la promesa del Señor, la valentía del camino, los márgenes de innovación
La garantía del futuro de la Congregación (como de la Iglesia y de cualquier otra institución en la Iglesia) está en Dios. Es la cuarta convicción. Todo depende de Dios. Por eso, como enseña san Ignacio de Loyola, mientras nos empeñamos en las cosas como si todo dependiera de nosotros, debemos orar y confiarnos a Dios, como si todo dependiera de Él. En el libro del Éxodo 17, 8-16 podemos encontrar una imagen bíblica de la afirmación de san Ignacio: Josué que está luchando y Moisés que reza contribuyen unidos a la victoria sobre los amalecitas. Sólo Dios da consistencia y eficacia a nuestro trabajo. Porque trabajamos ciertamente con criterios humanos, pero con el apoyo de las motivaciones evangélicas. La realidad humana y la gracia de Dios se entrelazan en nuestra identidad. Pero la gracia de Dios para nuestra realidad humana es como la savia del árbol. La savia no se ve, pero sin savia el árbol muere. Nuestra fuerza radica en la gracia de Dios y su promesa. En la promesa hecha a Ludovico Pavoni y, en él, a la Congregación. De ahí nuestra confianza en la gracia y la promesa del Señor. Nosotros hemos de hacer lo que nos corresponde, apoyados en esa confianza.
Por lo tanto, y es la quinta convicción, no nos desalentamos en las dificultades y en la experiencia de nuestra fragilidad. Si todo dependiera de nosotros, tendríamos razón para preocuparnos seriamente. Nos dedicamos a una obra que es ciertamente nuestra, pero que es ante todo del Señor. Por eso el desaliento no puede encontrar justificación en nosotros. La desconfianza sería una falta de fe en el Señor. Desde luego, no cerramos los ojos ante las dificultades, no negamos los problemas que nos afectan muy de cerca. Pero es precisamente en este tipo de situaciones donde se demuestran nuestras convicciones y nuestra constancia. Es precisamente cuando nos encontramos especialmente en la prueba cuando debemos creer que el Señor está más cerca, no nos va a fallar su ayuda y no va a faltarnos su "brazo fuerte" (Salmo 89, 11; Jeremías 21, 5 y 27, 5; cf Lc 1, 51).
De aquí brota una sexta convicción, que se convierte en un compromiso compartido: no dejarse vencer por la inercia y la resignación. Existen márgenes para la innovación y la renovación: en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades, así como toda la Familia pavoniana. De nosotros depende el no resistirnos a la gracia de Dios, al cambio; de nosotros depende atrevernos a innovar. Tenemos que hacer bien lo que nos toca: cada uno y todos juntos, conscientes de nuestras limitaciones, pero también de nuestras posibilidades.
Estas convicciones, con las consecuencias operativas que implican, nos permiten afrontar con esperanza el futuro de la Congregación. De lo contrario, sin esta base, pesarían sobre nosotros amenazas y daños difíciles de evitar. Pero estoy seguro de que el deseo de futuro, a la luz del Señor, está presente en los corazones de todos.
Son seis convicciones que se basan en la palabra de Dios, en Dios que es el Verbo hecho carne y pan partido para nuestra salvación.
La Pascua de nuestra salvación
En abril voy a seguir visitando las comunidades de la Congregación. Concretamente estaré en México desde el jueves 7 hasta el día 18. También este año se lleva a cabo la experiencia de la “Pascua juvenil”, tanto en Maggio (Italia) como en Valladolid (España), entre el 21 y el 24 de abril.
El sábado 30 se celebrará la “Primera Conferencia del Museo Tipográfico Ludovico Pavoni” en Artogne (Brescia). Dos años después de la inauguración del museo dedicado a nuestro Fundador, el ex alumno Simón Quetti promueve esta conferencia titulada “De la comunicación a la educación.”
Acabamos de celebrar, el 1 de abril, el aniversario de la muerte del padre Ludovico Pavoni y el día 14 será el noveno aniversario de su beatificación. La memoria del Padre Fundador nos ayuda a prepararnos seriamente para vivir en profundidad la Pascua del Señor. En su vida y en su forma de morir imitó al Señor Jesús “que no vino para ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20, 28). Como discípulos de Jesús y del padre Pavoni no podemos dejar de volver sobre sus pasos. Debemos preguntarnos si cada uno de nosotros y nuestras comunidades siguen siendo lugares que hacen visible la búsqueda de Dios y el testimonio del corazón de Cristo, y si lo hacemos realidad. Si imitamos al padre Pavoni, con la gracia de Dios, no podremos no serlo.
Meditando sobre la Pascua de Cristo y pensando en el ejemplo del padre Pavoni puede hacernos reflexionar la experiencia de san Patricio, gran evangelizador de Irlanda. Nacido en Gran Bretaña hacia el año 385, todavía joven, fue hecho prisionero y enviado a Irlanda para cuidar ovejas. Recuperada la libertad, fue tocado por la gracia de Dios, se convirtió al cristianismo y fue ordenado sacerdote. Consagrado obispo, entre innumerables dificultades y pruebas, con gran celo evangelizó los pueblos de la isla, convirtiendo a muchos de ellos a la fe. Una expresión suya resume su ideal evangélico de vida: “He sacrificado mi libertad por la salvación de los demás.” Como Cristo, como los santos, como todo verdadero cristiano.
¡Feliz Pascua a todos!
p. Lorenzo Agosti
Tradate, 3 de abril de 2011, Cuarto Domingo de Cuaresma.