Sobre el tema de la fidelidad de Dios a sus promesas, también en nuestra historia familiar

Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana:

      En muchos pasajes del Antiguo Testamento, y especialmente en algunos salmos que rezamos con frecuencia, se exalta el amor y la fidelidad de Dios a su pueblo. Esta es la certeza que sostiene a Israel en sus acontecimientos históricos, a menudo marcados por manifestaciones de infidelidad y pecado, por períodos de opresión y sufrimiento a causa de desastres naturales.

      «Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque dije: “Tu misericordia es un edificio eterno”». De este modo oramos con el Salmo 89 (2-3), que de inmediato se refiere a la fidelidad de Dios en relación con la promesa hecha al rey David: «Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo: “Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades» (4-5). Esta promesa que Dios hace a David a través del profeta Natán (cf. 2 Sam 7, 8-16), se subraya a lo largo de todo el Salmo 89 y se reitera en el Salmo 132 (11ss) y en otros lugares, se ha cumplido plenamente en Jesús de Nazaret, «el Cristo, el hijo del Dios vivo» (Mt 16, 16) e «Hijo de David» (Mt 1, 1; etc).

      Dios nunca falla en sus promesas, porque su amor y su fidelidad son eternos. «No desmentiré mi fidelidad» (Salmo 89, 34). Toda la Escritura es un himno a la fidelidad de Dios y la confirmación de esa misma fidelidad. Incluso frente a la infidelidad del hombre, Dios no se retracta de su lealtad, como recuerda, por ejemplo, el apóstol Pablo: «Si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2, 13).

      El amor fiel de Dios se aplica a todos; nadie está excluido, a menos que desee excluirse por su propia iniciativa y voluntad. Se refiere a la humanidad, al pueblo de Dios, a la Iglesia; se refiere a cada bautizado, a cada consagrado, a cada carisma que suscita el Espíritu «para el bien común» (1 Cor 12, 7). Se refiere a nuestra Familia religiosa.


La promesa hecha al padre Ludovico Pavoni

      «Con fe humilde reconocemos que nuestra Congregación no subsiste por intuición o voluntad de los hombres, sino por iniciativa de Dios que libremente crea y conserva» (RV 10 c).

      Esta afirmación de la Regla de Vida refleja el testimonio del Padre Fundador. En referencia a su vocación educativa, subraya: «el Señor se dignó formar mi vocación» (RU I 62). Y: «Éstos fueron los dulces atractivos que el Señor quiso usar para llamarme de la tranquila estancia de mi casa paterna y despertar en mí el deseo de ofrecer voluntariamente todo mi ser en favor de un bien tan evidente» (RU I 42). Al referirse a su vocación de fundador dice: «El plan pareció dictado por el Cielo» (Idea General de las Constituciones). Y en otra ocasión: «El plan se me presentó con tanta claridad que me pareció dictado por el Cielo» (II RU 155). Y, finalmente, escribiendo al p. Marco Antonio Cavanis, el 21 de diciembre de 1847: «Creería faltar a un deber sagrado de gratitud si no le diese la noticia de que he cumplido el plan o, mejor dicho, el de la Divina Providencia, con la fundación canónica de la Familia Religiosa consagrada especialmente a perpetuar y extender esta obra de caridad» (RU III 51).

      Sobre este «plan» de Dios, el fundador ya se había dirigido a sus colaboradores: «Dios, que me animó a renunciar a todas las esperanzas del mundo … no me dejó sin la esperanza de poder encontrar un día entre los mismos alumnos de este Instituto resueltos cooperadores que, decididos a quererse santificar, sin perder de vista la santificación de los demás, estuvieran dispuestos a … compartir conmigo sus fatigas, trabajar en esta parte predilecta de la viña del Señor y, así, poder llevar a cumplimiento el planeado proyecto de formar una sagrada familia de religiosos … Este ansiado día me parece ya próximo» (RU I 62). Y en otra ocasión: «No puedo dejar de alentaros a esta tarea, animándoos a considerar que se trata de tener abierto un refugio para esa parte de la humanidad que es la más querida al corazón amoroso de Jesús … Si Dios quiso levantar, diría casi de la nada, esta santa casa y sostenerla entre tantos obstáculos … no nos fallará su brazo» (RU I 42-43).

      En el padre Pavoni hay algunas certezas. La inspiración de su vocación y su obra viene de Dios. Su Providencia le ha sostenido y proporcionado colaboradores. También por inspiración de Dios, con algunos colaboradores ha fundado la Congregación religiosa. Será la Providencia de Dios la que sostenga la Congregación para «extender sus caritativos brazos» (Idea General de las Constituciones) en el tiempo y en otros lugares. Lo que Dios ha comenzado lo llevará a término porque es fiel a sus promesas y no abandona sus proyectos.

      Por tanto, podemos concluir con la Regla de Vida: «La certeza de que la Congregación es obra de Dios –confirmada por la ayuda di­vina en sus avatares históricos– inspira nuestra gratitud, sostiene nues­tra esperanza y anima nuestra fidelidad» (11 b).


Reconocimiento, esperanza, fidelidad

      Estos son los sentimientos y los compromisos que estamos llamados a revivir cada día. La gratitud nos lleva a la esperanza y a intensificar nuestra fidelidad. A menudo corremos el riesgo de olvidar la gratitud, en primer lugar a Dios, pero también a los hermanos, por las muchas bendiciones que tocan nuestras vidas. Agradecidos por haber recibido el don de la llamada a la vocación pavoniana, podemos nutrir una profunda esperanza en el Señor respecto a nuestro carisma y el futuro de la Congregación. Si el carisma y la Congregación son don suyo, el Señor proveerá su subsistir. A nosotros nos toca cumplir con nuestra parte en una actitud de fidelidad.

      La fidelidad dice amor, dedicación, coherencia, entusiasmo, espíritu de sacrificio, y requiere un sólido y sincero camino de conversión, una decidida voluntad de volver a empezar después de cada error y una firme oposición a cualquier forma de “doble vida”. Esta última sería la actitud más negativa que se puede dar en la existencia de un religioso: junto con una aparente fidelidad, llevar una vida escondida en contradicción con las exigencias y compromisos de su consagración (la unión con Dios, la castidad, la pobreza, la caridad, etc.), acabando por aceptarla y justificarla. El peligro de la “doble vida” puede referirse y constituir el mayor mal también para todo cristiano.

      La fidelidad es la convicción de ser útiles a la causa común, que es el Señor. Recordamos lo que afirmaba san Pablo: «Para mí el vivir es Cristo y es una ganancia el morir. Pero si el vivir esta vida mortal me supone una labor fructífera, ¿qué voy a escoger? No lo sé … Quedarme en esta vida veo que es más necesario para vuestro bien. Convencido como estoy de esto, sé que me quedaré y estaré con todos vosotros para vuestro progreso y júbilo en la fe» (Flp 1, 21-25).

      La verdadera fidelidad se combina con humildad, que el Padre Fundador pide que caracterice nuestro estilo de vida. Es una indicación en línea (y no podía ser de otra manera) con lo que Jesús nos enseñó: «Vosotros, después de haber cumplido todo lo mandado por Dios, decid: Siervos inútiles somos; no hemos hecho, sino lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10). Con esta actitud, cada día acogemos el aliento que nos infunde el salmo: «Sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor» (31, 25).


Hacia la solemnidad de la Inmaculada

      Durante el mes de noviembre empezará el año nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento (domingo día 28) y comenzará la novena de la Inmaculada Concepción (lunes día 29). Mientras tanto, con la liturgia, recordamos a todos los santos y oramos por los hermanos difuntos, teniendo en cuenta lo que nos dice la Regla de Vida: «En cuanto miembros de la Iglesia peregrina, nos sentimos en comunión con los hermanos del Reino celeste y nos reco­nocemos necesitados de su ayuda» (19; cf. también 21 y 390).

      Por mi parte, los días 12 y 13 asistiré a la reunión de superiores y responsables de la formación en Belo Horizonte. En el mismo lugar, los días 27 y 28 se celebrará la asamblea de la Familia pavoniana.

      En España, en Valladolid, del 5 al 7 habrá una convivencia de los Grupos Saiano y del 19 al 21 y se desarrollarán las “Jornadas de Otoño” para los animadores, responsables y miembros de la Familia pavoniana.

      Cuando vuelva a Italia, del 24 al 26 asistiré en Roma a la reunión semestral de Superiores generales, bajo el tema: “Vida Consagrada en Europa: un compromiso para una profecía evangélica”. El jueves 25 está prevista una audiencia para los participantes en el Vaticano con el Papa Benedicto XVI.

      Confiamos el camino de este mes a María, a quien el sábado día 20 invocaremos con el título de Madre de la Divina Providencia, tal como se manifestó en Caná a toda la historia de la Iglesia, como han experimentado el Padre Fundador y nuestra Congregación «en sus acontecimientos históricos» y como estamos seguros de continuar experimentando nosotros hoy.

      Lleguen a todos mis más cordiales y fraternales saludos.

 

p. Lorenzo Agosti

 

Belo Horizonte, 30 de octubre de 2010.