Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana,
«Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz» (Lc 8, 16). Estas son las palabras de Jesús. Se refiere al testimonio de la fe, que todo discípulo está llamado a dar. La fe es como una luz que el Señor da y enciende en el corazón de los que lo acogen. Jesús compara a su discípulo a una lámpara encendida. No se puede ocultar, está destinada a dar luz. La misma dinámica afecta a la Iglesia, a todas las comunidades cristianas. Afecta también a nuestra comunidad religiosa.
Nuestra comunidad religiosa, “luz” de Cristo en la Iglesia y al mundo
Inspirado por Dios, el Padre Pavoni fundó nuestra congregación religiosa. En ese momento se encendió una nueva luz en la Iglesia. Es la luz de nuestro carisma, atestiguado por las personas y obras, acreditado en el tiempo y los lugares en los que la Congregación se ha extendido.
Cuando hemos respondido a la llamada del Señor, él ha encendido una nueva luz en nuestros corazones, una luz que hemos unido a la de los demás hermanos de la comunidad. De esta manera la comunidad se ha convertido y se convierte en perla y testimonio del amor de Cristo a la humanidad, según el carisma del Padre Fundador. Es en esta perspectiva que tiene un significado, valor e importancia la insistencia en la visibilidad de la comunidad religiosa. Ella misma es, como tal, signo de Cristo. De ahí se deriva la necesidad de darnos a conocer como una comunidad en la Iglesia y en el territorio donde estamos.
Esta conciencia y responsabilidad nos pide ante todo a nosotros, los religiosos, emplear nuestro ser comunidad para darle una base y una densidad más sólidas.
Ser una comunidad de fe, reunidos por Cristo y en torno a Cristo, una comunidad fraterna, una comunidad unida en el desarrollo de la misión que le ha sido confiada.
Es un proceso, como nos recuerda la Regla de Vida, a la luz de la Palabra de Dios, en la que convergen la gracia del Señor y la disponibilidad de cada uno a dejarse modelar y transformar en novedad de vida. Es un proceso personal, conectado a un equilibrio emocional. Es un proceso diario, que requiere la acogida del hermano y su aceptación, tal como es, como un regalo del Señor. Es un proceso que conduce a una ayuda mutua para llegar a ser como el Señor nos quiere. Se trata de un proceso de maduración humana, de santidad personal y de comunión fraterna en Cristo.
«Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Cada una de nuestras comunidades, aunque estén compuestas sólo por dos o tres hermanos, está llamada a ser así, a vivir este proceso, a dar este testimonio. Quien se acerca a cada una de nuestras obras tiene que ver la luz de la comunidad religiosa, que reza unida, que vive unida, que trabaja unida.
Nuestra comunidad religiosa: “sal” para los laicos y para los chicos
Si la comunidad es la luz, se convierte en sal (cf. Mt 5, 13): da sabor, mantiene en buena salud, preserva de la corrupción. Hablamos desde hace algún tiempo de que la tarea principal de la comunidad religiosa es la animación de las obras, la atención para conservar el espíritu de la misión. Es cierto. Pero debe ser una animación efectiva, que parte del testimonio, que ofrece las líneas de referencia y que también se implica en la acción, con una presencia y una cercanía concreta y activa.
Una acción que se inicia, en primer lugar, con la implicación de los laicos que colaboran con nosotros en la misión. Caminando hacia el cumplimiento del primer trienio poscapitular, llegamos al tercer tema de este año, que completa el camino que estamos recorriendo: comunidad unida con los laicos para la misión. La comunidad religiosa unida es el eje de la misión aunque, en una buena parte, los que hoy la llevan adelante son laicos. Por tanto, hay que animar a los laicos, hay que implicarlos, escucharles, valorarles. Cuanto más unida está la comunidad, más fecunda se vuelve la participación de los laicos: para ellos, para la vida de la misma comunidad, para la misión. De aquí ha nacido y crece la Familia pavoniana.
Ésta requiere un conocimiento entre religiosos y laicos, el diálogo y el respeto entre ellos, dar espacio a momentos de encuentro, que van desde la oración a la formación, del intercambio de ideas e iniciativas al trabajo hombro con hombro en la misión.
La misión es el resultado de la comunidad religiosa y de la colaboración con los laicos.
Estamos a favor de los jóvenes, para “poner remedio” a muchas de sus situaciones de «naufragio» (por usar términos utilizados por el Padre Fundador); estamos por su formación integral (humana, cristiana, profesional y cultural). La comunidad, junto con los laicos colaboradores, trata de darse cuenta de la realidad de la condición juvenil de su territorio y pone en marcha iniciativas para ir a su encuentro, según nuestro carisma. Es importante, pues, que los que son acogidos en nuestras estructuras educativas “vean” la comunidad religiosa, lleguen a conocer la comunidad religiosa que, junto con los colaboradores laicos, se interesa por su formación. Y sepan que hay un proyecto educativo para ellos, y aprenden sus contenidos esenciales.
Recientemente se ha aprobado el Proyecto Educativo Pavoniano, elaborado por la Provincia italiana. Es deseable que en las demás Provincias se haga un documento similar. Tenemos, pues, un punto de referencia concreto y actualizado para cualificar nuestra acción educativa. Una acción educativa integral, a todos los niveles, lo que también implica la creación de condiciones y oportunidades para que sienten “de una manera efectiva que forman parte de un entorno pavoniano”. Un entorno que constituye “luz y sal” para su camino y su crecimiento. Es un argumento que se debe desarrollar y profundizar con el fin de poner en práctica los deseos del Padre Fundador: en «la Familia religiosa … nada debe escatimarse por ganar estas almas para Dios» (Idea General de las Constituciones).
La comunidad religiosa en la vida de la congregación
En vista de la Consulta general, que se celebrará en Lonigo entre el 12 y el 15 de mayo de 2011, en los próximos meses todos estaremos involucrados en su preparación para una verificación seria de la recepción y aplicación hasta la fecha del Documento capitular. Aprovechamos estas fechas futuras para volver a tenerlo en las manos y leerlo, quizá reemplazando la lectura diaria de un párrafo de la Regla de Vida.
El domingo 3 de octubre la comunidad de Majadahonda, sin abandonar el compromiso en la actividad de recuperación de toxicómanos, asumirá el cuidado pastoral de una vasta parroquia en Vicálvaro, un barrio periférico de la capital española.
En Asmara, el sábado 9, harán su primera profesión cinco novicios (Mahari, Michaele, Million, Yacob y Weldeab). El mismo día se comprometerán con la profesión perpetua los hnos. Simon, Mihreteab y Yonas. Estos dos últimos, al día siguiente, domingo 10, serán ordenados diáconos por el obispo/eparca la ciudad. Es un momento de gracia para nuestras comunidades de Eritrea, tan probadas por muchas circunstancias difíciles. Demos gracias al Señor y pidámosle confiadamente por estos hermanos nuestros y para que la presencia del carisma pavoniano pueda consolidarse y ayudar a los jóvenes y las familias locales.
El lunes 18 partiré para la visita anual a las comunidades de Brasil, que se prolongará hasta después de mediados de noviembre. Aquí los religiosos jóvenes, del 8 al 10, se reunirán en retiro espiritual. El domingo 31, en Belo Horizonte, el hno. Celio emitirá la profesión perpetua. Tengámosle presente en nuestras oraciones.
Con toda la Iglesia vamos a celebrar este mes (el día 24) la Jornada Misionera Mundial. Mantengamos viva la oración, la sensibilidad y la solidaridad concreta, en particular hacia las obras misioneras de la Congregación y hacia los hermanos que se dedican a ellas.
En una “máxima” de san José de Cupertino, de los franciscanos menores conventuales, leemos: «Hay tres cosas que son específicas de un religioso: amar a Dios con todo el corazón, alabarlo con la boca, y siempre dar buen ejemplo con las obras». Creo que este aforismo, adaptado a su vocación, vale también para los laicos. Para todos, este programa puede ser una verdadera razón para vivir, según la sabiduría del dicho popular: «Hay que tener una razón para levantarse cada mañana». La certeza del amor de Dios fundamenta esta razón humana, como dice la Escritura: «Las misericordias del Señor no se han agotado. Nuevas son cada mañana» (Lam 3, 22-23).
Con esta convicción, os saludo en el nombre del Señor.
p. Lorenzo Agosti
Tradate, 1 de octubre de 2010, memoria de santa Teresa del Niño Jesús