En pleno periodo estival el Superior General nos recuerda la importancia del corazón y sus frutos

Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana,

        mientras el tiempo tritura los días, nuestra vida experimenta unas veces momentos hermosos y otras sentimientos dolorosos, y alterna preocupaciones y esperanzas. Inmersos en esta experiencia, lo más importante es fortalecer a nuestras certezas y la densidad a nuestro trabajo como personas y como cristianos.

        Nos aúna la pertenencia a la Familia pavoniana. Comunidad unida con los laicos es el tema que nos acompaña durante este año. Desde esta base, creo que es útil reflexionar sobre lo que constituye el corazón de nuestra vida y de su fertilidad.


El corazón de nuestra vida

        «La fe que actúa por la caridad» (Gal 5, 6) puede ser el corazón, es decir, la síntesis de nuestro programa de vida. Nos hemos dado cuenta de ello por nuestro Padre Fundador, tal como aparece en la Regla de Vida (2).

        Esto también nos vale a nosotros. En virtud del bautismo, tenemos una llamada común a la santidad, o sea, a una vida cristiana auténtica, que hemos de testimoniar con valentía y humildad.

        ─ Para los laicos la afirmación de san Pablo se traduce como vivir “con ánimo pavoniano” la propia vocación en la iglesia y en el mundo.

        No hay separación entre estos dos ámbitos. En la Iglesia el laico se siente parte activa, tanto en la participación en la liturgia, cuanto en la profundización de la catequesis y en el ejercicio de la caridad. En el mundo, empezando por la familia hasta el ámbito del trabajo y de todos los aspectos de la vida social, el laico pone en práctica la palabra de Dios, animando la realidad con el espíritu del evangelio. Como discípulo de Cristo, el laico vive en comunión con él y lo hace presente en su obrar. Como miembro de la Familia pavoniana, el laico encarna su fe con un enfoque particular y pasión educativa hacia el mundo juvenil, según el ejemplo y las enseñanzas del Padre Fundador.

        ─ Para nosotros, los religiosos, la afirmación de san Pablo nos lleva a la exigencia de vivir en verdadera unidad nuestra experiencia de fe. Ésta se basa en una relación profunda y personal con el Señor, que se consolida en la oración personal y la liturgia, y se manifiesta en la coherencia de la consagración según los consejos evangélicos. Además se traduce en la misión propia de nuestro carisma, vivida fraternalmente entre nosotros y en un espíritu de compartir con los laicos colaboradores.

        Si todo esto es cierto, ¿qué cuidados particulares debemos tener hoy los religiosos? Es necesario, creo yo, por un lado, cuidar la afectividad y, por otro, volver a calibrar la excesiva proyección hacia el exterior, lo que también ocurre a través de las nuevas tecnologías. Es urgente redescubrir el valor del silencio y la oración, de la lectura y el estudio: estos aspectos no son impedimentos para la vida fraterna y la entrega apostólica entre las personas y entre los jóvenes, sino que representan la condición de su eficacia.


La fecundidad de nuestras vidas

        Si es auténtica, nuestra vida de fe se convierte sin duda en una realidad fecunda. Los salmos hablan de la fecundidad humana como un don del Señor, a través del amor de los cónyuges. Del mismo modo, y más aún, creo que la fecundidad espiritual es un don del Señor, y un don que requiere nuestra cooperación. Para los padres, el acto de la generación es sólo el primer paso de una acción educativa que ayuda a los niños a enfrentar la vida con responsabilidad y de una manera digna del hombre y de su ser hijo de Dios. La fecundidad biológica se completa con fecundidad moral.

        ¿En qué sentido puede aplicarse esto para nosotros, religiosos y laicos de la Familia pavoniana, para nuestro apostolado educativo y para el futuro de la Congregación?

        Sugiero mirar a los salmos. Leemos, por ejemplo, en el Salmo 128 (127):

«Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.

Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien;

tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;

tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa:

ésta es la bendición del hombre que teme al Señor» (1-4).

        Y en el Salmo 127 (126):

«La herencia que da el Señor son los hijos; su salario, el fruto del vientre.

Son saetas en manos de un guerrero los hijos en la juventud.

Dichoso el hombre que llena con ellas su aljaba...» (3-5A).

        Y en el Salmo 115 (113B):

«Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga ...

bendiga a los fieles del Señor, pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente, a vosotros y a vuestros hijos» (13-14).

        Y en el Salmo 112 (111):

«Dichosos quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos.

Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita» (1-2).

        De los pasajes de estos y otros salmos emerge cómo la fecundidad es fruto de una bendición del Señor que dirige al hombre que le teme y anda en sus caminos.

        Si esto es cierto para la fecundidad biológica, es aún más cierto para la fecundidad educativa y espiritual y para la fecundidad vocacional. Somos instrumentos para la educación de los jóvenes. Nuestro testimonio y nuestra acción son esenciales. Pero es el Señor quien toca corazón. Es él quien hace a cada cual capaz de madurar convicciones válidas y de asumir actitudes responsables. Por eso es decisiva nuestra referencia a él y nuestra invitación a convertirle en referente.

        Esta confianza en el Señor alude también a la fecundidad vocacional, lo que garantiza el futuro de la Congregación. Nos toca a nosotros caminar en los caminos del Señor, vivir con coherencia y entusiasmo las exigencias de nuestra vocación, ser testigos de fraternidad y dedicación a la misión, proponer nuestra vocación como «opción de notable utilidad para la Iglesia y de gran actualidad para el mundo» (RV 219).

        Refiriéndonos a estos salmos y, sobre todo, cuando los rezamos, pidamos al Señor poder ser dignos de su bendición y obtener fecundidad vocacional para la Congregación.

«Fuertes con la fortaleza de Dios» damos futuro a la misión pavoniana

        El Documento capitular ―es nuestro compromiso ineludible asimilarlo y aplicarlo con determinación― sigue teniendo una gran actualidad.

        «El amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5, 14), nos exhorta san Pablo. El «corazón sensible» del Padre Fundador nos anima a «no escatimar nada» (Idea general CP) por el ideal que el Señor nos ha llamado a abrazar.

        Durante la reunión del Consejo General de 6-8 de julio pasado, hemos acordado celebrar una Consulta general el próximo año, en la mitad del sexenio (en Lonigo, del 12 al 15 mayo de 2011). Servirá para hacer balance de la recepción del Documento capitular y fomentar su aplicación. Esta etapa nos anima ya desde ahora a tener en cuenta lo que decidimos en los distintos niveles de programación y a urgir su aplicación.

        Frente a un mundo inquieto, estimulados y sostenidos por la gracia del Señor, no nos dejemos seducir por nuestras incertidumbres, nuestros límites y nuestros miedos. «Todo lo puedo en aquel que me conforta», puede repetir cada uno de nosotros con san Pablo (Flp 4, 13), igual que el Padre Fundador había recordado a su discípulo Guccini (Lett. Gucc. 15).

        Con la certeza de su paternal intercesión, junto a la de «nuestra querida Madre María», la “mujer” de Caná, os deseo todo bien en el Señor.

p. Lorenzo Agosti

Ponte di Legno, 31 de julio de 2010, memoria san Ignacio de Loyola.