Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana:
Vuelvo sobre las reflexiones que os propuse en los últimos dos meses, en relación con la situación de transición que estamos viviendo en nuestra Congregación, que es, a la vez, reflejo de cuanto está sucediendo de manera más general en la vida religiosa y en la misma Iglesia.
Cuando he hablado de un planteamiento ondulante como característica de nuestra realidad actual, he tratado de subrayar que existen aspectos positivos que valorar y sobre los que construir, y aspectos que indican “carencias” y “ambigüedades”, de los que hemos de tomar conciencia para poderlos contrastar y superar.
(El adjetivo “ondulante” hace referencia a la imagen de la ola, que tiene un movimiento de arriba abajo, o de ida y vuelta. Alude visualmente a una realidad que presenta unos aspectos válidos junto a otros incongruentes).
Las consideraciones que he expresado y que pretendo continuar con vosotros en un diálogo fraterno, sin crear pánico o desánimo, sino para animarnos en un continuo camino de conversión (personal, comunitaria, estructural) hacia un planteamiento auténtico de nuestra vida, que nos piden el Señor y los tiempos nuevos que vivimos, en la línea del Documento capitular.
El mes pasado he puesto en evidencia los signos de los tiempos que interpelan a la vida religiosa actual. Ahora pongo la atención sobre algunos signos de vitalidad presentes en la Congregación y sobre algún aspecto negativo que constituye motivo de preocupación.
Signos de vitalidad en la congregación, hoy
Como recordé en el informe al Capítulo general, podemos descubrir en nuestra Congregación hoy diversos aspectos de vitalidad, que están en sintonía con los “signos de los tiempos” para la vida religiosa actual.
— Existe un buen planteamiento y participación, en general, en lo que se refiere a la oración comunitaria. Su armazón lo constituyen la Eucaristía y la Liturgia de las horas. Este es un dato muy positivo. También la experiencia de la lectio (con la collatio), aunque con alguna dificultad, se está extendiendo. En las comunidades ha crecido el cuidado por la oración comunitaria y muchos hermanos viven ejemplarmente su vida espiritual. Se ha extendido la sensibilidad y la disponibilidad para la formación permanente.
— Se puede constatar una sustancial vitalidad de nuestra vida comunitaria: se ha consolidado la práctica de la programación comunitaria anual y de los encuentros comunitarios, generalmente de periodicidad semanal. Estos elementos expresan y favorecen un crecimiento de la capacidad de diálogo, de comprensión, de ayuda recíproca en el vivir las exigencias de la vida consagrada. En general está vivo el sentido de pertenencia y de amor a la Congregación. Se puede constatar una unidad sustancial en la Congregación; no existen particulares divisiones. Se nota integración y armonía entre los jóvenes y los ancianos, entre los sacerdotes y los hermanos coadjutores, entre los hermanos de las diferentes nacionalidades.
— Nos encontramos, de forma amplia y consolidada, con algunos elementos típicos de nuestro espíritu y de nuestro carisma: espíritu de familia, disponibilidad, laboriosidad, obediencia, devoción a María, amor al Padre fundador.
— Estamos ante numerosas actuaciones válidas y significativas de nuestro carisma y de nuestra misión. Se muestra capacidad de opción y de decisión a todos los niveles. Cada vez más, percibimos la actualidad de nuestro carisma. Existe cuidado y preocupación por la pastoral juvenil y vocacional.
— Con satisfacción, ponemos de relieve una presencia consistente de laicos que comparten nuestro carisma y colaboran en nuestra misión, desarrollando una realidad de Familia pavoniana, entendida como experiencia común de religiosos y laicos en torno al carisma pavoniano.
Carencias y ambigüedades
Junto a estos y otros aspectos positivos, no podemos cerrar los ojos ante algunos síntomas negativos con los que hemos de confrontarnos.
Se trata de descubrir sobre todo algunas tendencias de fondo que contrastan y quiebran la eficacia de tantos aspectos positivos como existen.
— Estoy seguro de que en el fundamento de nuestra vida está la voluntad de vivir en el amor del Señor, de tender a la santidad, de encarnar el evangelio según nuestra vocación y nuestro carisma. Pero esto no aparece con suficiente claridad. No somos cristianos y pavonéanos para hacer cualquier cosa, para comprometernos en una misión educativa y pastoral ciertamente válida e importante; lo somos, en primer lugar, a causa de Jesucristo, para seguirle, para vivir como él, para dar testimonio de él. Y estos deben percibirlo las personas con que nos encontramos. En todo lo que hacemos, en nuestro modo concreto de vivir y de trabajar, debe transparentarse esta referencia.
“Vosotros sois la luz del mundo; no se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Resplandezca así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,13-16).
— No me parece que nuestra vida atestigüe suficientemente la centralidad de Cristo cuando, con respecto a las actividades, ponemos en segundo plano el cuidado de la vida espiritual, cuando en ciertos aspectos no adecuamos a la mentalidad del mundo, cuando es escasa la calidad de la oración comunitaria, cuando despuntan formas de individualismo.
— Todavía no hemos logrado, después del Concilio Vaticano II, dar un rostro preciso a nuestra vida de comunidad, encontrar un contexto armónico, una síntesis existencial satisfactoria entre las exigencias de los cuidados de la vida espiritual, de la vida de fraternidad y de la misión.
El desafío toca el punto central y fundamental de nuestra formación: qué valores prioritarios dar a nuestra vida y a la vida de comunidad, en qué sentido tratar de mantenerse sano en comunidad. Se trata de un “estar bien” en referencia a la palabra de Dios y a la Regla de vida, que nos presentan criterios, valores, actitudes para compartir, que constituyen los ideales hacia los que tender.
La comunidad no puede ser sólo el lugar o el instrumento del apostolado, sino sobre todo una experiencia de fraternidad, capaz de ofrecer un auténtico testimonio vocacional.
— Hago también una breve referencia al apostolado. No es suficiente con que exprese un servicio tradicional de educación, sino que debe estar abierto a la acogida y atención hacia las nuevas pobrezas. Y la educación debe invertir mucho en el anuncio y la experiencia de la fe, sin limitarse a los aspectos de promoción humana y cierta práctica religiosa.
El don de la sabiduría
Juntos, consistentes signos de vitalidad y algunas carencias y ambigüedades caracterizan nuestro camino.
El Documento capitular, a la luz de la palabra de Dios y de la Regla de vida, nos señala el recorrido que hemos de hacer para tender a plantearnos continuamente nuestra vida de una forma auténtica.
No podemos permanecer indiferentes no dejarnos apresar por el abatimiento.
Pedimos al Espíritu del Señor el don de la sabiduría para poder discernir juntos las opciones que hemos de realizar, en lo que se refiere a la formación y a la reestructuración, realidades que operan conjuntamente.
Encontramos el tiempo y cultivamos el deseo de afrontar este discernimiento.
Valoramos las circunstancias que pueden favorecerlo, tanto personalmente cuanto en el ámbito comunitario y provincial.
Los ejercicios espirituales que, después de los de Brasil, se tendrán en Italia (2-8 de agosto en Ponte di Legno y 23-29 de agosto en Lonigo) y en España (23-28 de agosto en Valladolid), pueden constituir una buena ocasión para profundizar estos argumentos.
Con toda certeza, María Inmaculada y el Padre fundador no nos dejarán solos en el camino emprendido. Experimentando su eficaz intercesión, os saludo a todos en el nombre del Señor.
P. Lorenzo Agosti
Belo Horizonte, 2 de agosto de 2009, XVIII Domingo, ciclo B.