Congregación Religiosa de los Hijos de María Inmaculada - Pavonianos El Superior general |
Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana:
Ha trascurrido ya casi un año desde la celebración del Capítulo general. Espero que este evento importante en la historia de la Congregación haya empezado a incidir sobre nuestra vida y siga siendo asimilado y puesto en práctica por nuestra parte. Nuestra mentalidad y nuestra praxis deben ser iluminadas y hacer referencia a la palabra de Dios y a la Regla de Vida, sobre la cual el Documento capitular pone los acentos correspondientes al periodo histórico que estamos atravesando.
En la carta del mes pasado aludía al planteamiento ondulante que caracteriza todavía el camino actual de la Congregación, compartido por otro lado desde la situación del resto de la vida religiosa y, más en general, de la misma Iglesia.
En el paso del planteamiento tradicional al planteamiento auténtico de nuestra vida religiosa, subrayaba e insisto en la necesidad de superar “las insuficiencias y las ambigüedades que caracterizan este proceso”, e invitaba a llevar a cabo un “discernimiento común de los signos de los tiempos”.
Me detengo ahora en este último punto, dejando para la próxima vez el aspecto precedente, que atañe a insuficiencias y ambigüedades.
Los signos de los tiempos para la vida religiosa
Más de una vez he tenido ocasión de reflexionar y proponer a la atención común esos elementos que caracterizan las formas de vida consagrada nacidas en los últimos decenios, que constituyen la antena capaz de poner de relieve los principales signos de los tiempos para la vida religiosa.
Refiriéndome a la relación que expuse en el Capítulo general (Cf. 3.5), retomo los cuatro aspectos que representan los estímulos esenciales de estos signos de los tiempos.
Ante todo, una fuerte expresión de “espiritualidad”: la comunidad se reúne en torno a la palabra de Dios, se nutre de la palabra de Dios, lee la presencia de Dios en su propia existencia y, a su luz, pone de relieve el compartir la fe y la revisión de vida, que abre al perdón y a la reconciliación. De este modo, la comunidad sabe irradiar en torno a ella un testimonio de fe, que lleva a involucrar a otros en su experiencia.
Un segundo aspecto es el de una vida fraterna muy acentuada, rica de relaciones cálidas, de diálogo, de escucha, caracterizada por el frescor y la familiaridad inmediata, lo que, junto a los compromisos sólidos del trabajo y del apostolado, vuelve a dar consistencia a las dimensiones cotidianas de la existencia (cocina, atención de la casa, fiestas, descanso).
Un tercer aspecto es el subrayado de una vida que se caracteriza por la esencialidad, por un estilo de austeridad y de pobreza, de testimonio de opciones concretas que toman distancia del consumismo y del aburguesamiento que se extiende en la sociedad, incluso en los países en vías de desarrollo.
Finalmente, a nivel de misión, son preferibles estructuras organizativas ágiles, con claridad de propuestas, que provoquen a los destinatarios de modo directo y experiencial sobre puntos fundamentales de la fe.
Son aspectos que pueden reavivar oportunamente nuestro carisma y nuestra espiritualidad y sobre los cuales estamos invitados a reflexionar y a confrontarnos. Limitándome por ahora al segundo ámbito, el de la vida fraterna (en la perspectiva de la comunidad unida), me permito ofrecer alguna sencilla sugerencia:
1) normalmente, iniciar y terminar las comidas juntos; 2) hacer periódicamente algún trabajo juntos;
3) participar juntos a alguna iniciativa fuera de la comunidad, tal como: encuentros de oración, conferencias, visitas a personas necesitadas, gestos de solidaridad; 4) participar juntos a algún espectáculo válido y hacer juntos algún paseo y algún día de vacaciones.
El compartir la Palabra de Dios
En el ámbito de la reflexión que estamos afrontando, presento un ulterior retoque a la Regla de Vida, aportado por el Capítulo general: el añadido de la condivisión fraterna de la palabra de Dios.
Escuchada y guardada con fe y fraternalmente compartida, [la Palabra] llega a ser luz para conocer la voluntad de Dios y fuerza para ponerla en práctica (RV 156).
La escucha y la meditación de la palabra de Dios representan un elemento esencial del camino espiritual del cristiano. Con el Concilio Vaticano II se redescubrió y relanzó el valor de esta referencia, incluso con la difusión de la lectio divina. La palabra de Dios es luz para llevar a cabo las opciones conforme a la voluntad de Dios y para leer su presencia y su acción en la vida personal y en la historia del mundo.
Desde hace años en nuestra Congregación se está insistiendo en la importancia de la meditación de la palabra de Dios, también a la luz de la insistencia de nuestro Padre Fundador sobre la oración mental y sobre su llamada a leer la realidad “a través de los cristales del evangelio”.
Cada día estamos llamados a meditar personalmente la palabra de Dios; no podemos olvidarnos de dedicar tiempo cotidianamente a este ejercicio, esencial para nuestra vida espiritual.
Desde el Capítulo general de 1990 se ha establecido introducir en nuestras comunidades la práctica semanal de la lectio divina comunitaria. La lectio divina comprende la explicación en común del texto (lectio), la reflexión y la oración personal sobre el mismo (meditatio y oratio) hasta su contemplación (contemplatio) y encuentra en nosotros su punto de llegada y de calidad en el momento de la collatio, es decir, en la condivisión de la palabra de Dios que, escuchada así, plasma nuestra vida. Recuerdo que el compartir no consiste tanto en consideraciones teóricas sobre la palabra de Dios como en presentar las resonancias que la palabra de Dios meditada ha suscitado en nosotros, y en particular esos cambios que ha provocado en nuestro modo de pensar y de actuar. Esta práctica está bastante difundida y constituye una característica de nuestra oración comunitaria.
Ahora la Regla de Vida urge para que este medio sea introducido y valorado en todas las comunidades, con la posibilidad de compartirlo también con los laicos que están cerca de nosotros.
La lectio divina, caracterizada para nosotros a nivel comunitario sobre todo por la condivisión (collatio) constituye una experiencia fundamental en el vivir el aspecto de la “espiritualidad” según la sensibilidad actual. Junto a ella, ejemplifico ulteriormente alguna sugerencia en este ámbito: 1) dar importancia a la palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas, introduciéndola con dignidad, proclamándola bien y escuchándola con atención, deteniéndonos durante algún instante de silencio al término de la lectura; 2) rezar los salmos de modo interiorizado, coral y tranquilo, dejando una pausa a su conclusión y favoreciendo con frecuencia su resonancia en común, como nos viene sugerido por las antífonas.
Mes de julio
El mes de julio representa para la mayor parte de nuestras comunidades un periodo de pausa respecto a las actividades ordinarias del año. Junto con el mes de agosto se nos da la posibilidad de vivir la experiencia de los ejercicios espirituales, de dedicarnos a actividades educativas que se refieren al tiempo libre de los muchachos y también de tomarnos algún día de descanso. Es hermoso y constructivo vivir todo esto, valorando al máximo la dimensión comunitaria y haciéndolo de manera que no perdamos, sino que intensifiquemos el tiempo dedicado a la oración.
En Brasil, del 27 al 31 de julio tendrá lugar en Igarapé, junto a Belo Horizonte, un retiro espiritual para los religiosos y los laicos. Seguirá, el 1 y 2 de agosto, la asamblea anual de la Familia pavoniana, que formulará el “Proyecto de vida” para el 2009-2011. Después de haber ido a visitar en este mes de junio a los hermanos de las comunidades de Asmara, participaré también yo en los encuentros programados en Brasil, que estarán precedidos por la visita a las comunidades de la Provincia, que iniciaré el 11 de julio.
Pocos días después de haber cumplido 102 años, el h. Ernesto Molina, decano de la Congregación, ha llegado a la patria del cielo. Su recuerdo nos hace pensar en todos los hermanos pavonianos que nos han precedido y que son nuestros intercesores en el cielo. También a ellos les confiamos el camino de la Congregación, para que podamos dar continuidad y actualidad al carisma donado por el Espíritu al Padre Fundador, en el que inspiramos nuestra acción y por el que nos sentimos animados y sostenidos.
Con esta disponibilidad y con esta certeza, envío a todos vosotros mis más cordiales saludos en el Señor. p. Lorenzo Agosti
Tradate, 29 de junio de 2009, solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo.