Recibimos con agrado la carta del Superior general en este mes tan mariano y pavoniano

Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana:

Estamos inmersos en el tiempo litúrgico de Pascua, que nos acompañará durante todo el mes de mayo, hasta la solemnidad de Pentecostés, el día 31. El misterio de Cristo, que celebramos en la liturgia, no constituye una realidad lejana a nuestra vida concreta y a la historia del mundo. Este misterio envuelve nuestra vida y da sentido, esperanza y salvación a la historia de la humanidad.

Nuestro encuentro con Cristo en la liturgia da consistencia a toda nuestra experiencia y a nuestro camino. A Cristo le presentamos nuestra vida y la vida del mundo. Y del encuentro con Cristo recibimos esa luz y ese apoyo que son necesarios para vivir en plenitud nuestra vocación y para ser sus testigos creíbles ante los hermanos.

El encuentro con Cristo nos hace comunidad, nos hace Iglesia. En cuanto comunidad, en cuanto Iglesia, celebramos los misterios de Cristo; pero podemos hacerlo, porque Cristo nos ha constituido en Él, en su Pascua, un solo cuerpo; nos ha constituido ya Iglesia, comunidad. Y somos Iglesia, somos comunidad para llevar a Cristo al mundo; para llevar a los hombres nuestros hermanos, con la palabra y el testimonio de la vida, la alegre noticia de que “Dios ha amado tanto al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).

 

La comunidad celebra en la eucaristía su pascua cotidiana (RV 162)

Estos días de la cuarta semana de Pascua estamos poniendo de relieve, como comunidad pavoniana, una semana eucarística especial. Porque en la liturgia de la palabra nos acompaña la lectura del capítulo VI del evangelio de Juan sobre el pan de vida. Jesús, después de la multiplicación de los panes, afirma: “Yo soy el pan de vida (35)… Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre. Pero, además, el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva (51)… Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él; como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí (56-57)”.

Estas palabras de Jesús nos hacen comprender el sentido pleno de la eucaristía, sacramento instituido por Él en la última cena, como don y memorial de su Pascua por la Iglesia. Las palabras de Jesús nos invitan estos días a reflexionar más en profundidad sobre este don, a celebrar la eucaristía con mayor fe e incisividad sobre nuestra vida, a valorar momentos de adoración (Cf. RV 163, 170 y 397).

Nuestra Regla de Vida nos recuerda: “La Comunidad celebra en la eucaristía su pascua cotidiana, que la une a la oblación de Cristo, la compromete en su misión y la conserva unida en su amor” (162). Hay una íntima relación entre la Pascua, la eucaristía y la comunidad. La comunidad está unida por la eucaristía y en la eucaristía, a través de la cual vive su pascua cotidiana.

Esta celebración – afirma la Regla de Vida – conlleva tres consecuencias. Ante todo la une a la oblación de Cristo: la eucaristía celebrada auténticamente nos lleva a vivir “por Cristo, con Cristo y en Cristo”. La eucaristía, además, impulsa a la misión y es apoyo indispensable y eficaz para el don generoso de sí mismo a los hermanos y a los jóvenes. Por último, la eucaristía permite a la comunidad permanecer unida y crecer en el amor de Cristo y en el amor recíproco.

Una comunidad que tiene esta impronta no puede menos de llegar a tener atracción vocacional. Con esta conciencia, y con el consiguiente compromiso, invocamos al Señor por el don de nuevas vocaciones laicales y consagradas para nuestra Congregación. Una súplica que intensificamos junto con toda la Iglesia con vistas a la jornada mundial de oración por las vocaciones, que celebramos en el IV domingo de Pascua, el 3 de mayo.

 

Reavivemos nuestra intimidad con Cristo y nuestro compromiso de constante conversión a través del sacramento de la reconciliación (Cf. RV 57 y 166)

 

El argumento que acabamos de afrontar nos da pie para aludir al segundo retoque aportado por el Capítulo general al texto de la Regla de Vida, referido al sacramento de la reconciliación.

Vivimos nuestra intimidad esponsal con él [Cristo], sobre todo en la eucaristía, y la reavivamos frecuentemente a través del sacramento de la reconciliación (RV 57).

Junto a la centralidad de la eucaristía, hay aquí una referencia a la importancia de acudir frecuente y fructuosamente al sacramento de la reconciliación. Para mantener vivo en sí el dinamismo de la gracia del Señor, el cristiano está llamado a valorar el sacramento de la reconciliación.

Este recurso es aún más necesario en la persona consagrada. El sacramento de la reconciliación constituye una particular gracia del Señor en el camino de conversión y de tensión a la santidad que debe caracterizar la vida del consagrado. Representa un momento periódico de revisión de la fidelidad al Señor y de reemprender el seguimiento del Señor siempre de forma más decidida y entusiasta, dentro  de la comunión fraterna. La comunidad favorece esta sensibilidad, a través de alguna celebración penitencial (cf. RV 400).

No debemos dejar transcurrir un mes sin aprovechar este don del Señor constituido por el sacramento de la reconciliación. Nuestra Regla nos lo recuerda y nos lo subraya también en otro pasaje: Este empeño de conversión constante se actualiza, sobre todo, en la celebración frecuente del sacramento de la reconciliación que, convenientemente preparado por el examen de conciencia cotidiano, nos  reconduce continuamente al Padre, restaura  y acrecienta la fraternidad y purifica las intenciones apostólicas (166; Cf. 399).

 

 

La fiesta litúrgica del beato Ludovico Pavoni, el 28 de mayo

 

Entre la semana eucarística y la solemnidad de Pentecostés, celebraremos con un énfasis especial el 28 de mayo, la fiesta litúrgica de nuestro beato Padre Fundador. Nos prepararemos a ella y la prepararemos ciertamente lo mejor posible, involucrando de modo eficaz a cuantos forman parte de nuestro ámbito de acción y de misión.

También este año, con vistas al 28 de mayo, continuaremos la bella y significativa experiencia iniciada en 2006, o sea las 24 horas de adoración continua, como cadena de oración entre todas las comunidades pavonianas del mundo. Será el sábado 23 de mayo, según el programa adjunto y ya experimentado en años anteriores. Recuerdo las dos principales intenciones de esta jornada de adoración: poder honrar pronto, como santo, al padre Pavoni y obtener para la Congregación nuevas y generosas vocaciones de sacerdotes y de hermanos coadjutores. Entre las personas que confiamos a la intercesión del Padre Fundador recomiendo tener en cuenta a la joven nuera de Simón Quetti, gravemente enferma, y el ex alumno de la Obra Pavoniana de Brescia, promotor del museo de la imprenta dedicado a Ludovico Pavoni, inaugurado ayer en Artogne (Valle Camónica).

Señalo algunas iniciativas que tendrán lugar en el mes de mayo: retiro de los jóvenes religiosos (1-3) y encuentro de formadores (4-5) en Belo Horizonte; reunión de superiores y vicesuperiores de comunidad en Majadahonda y del equipo de pastoral juvenil y vocacional en Brescia (9); semana de formación en Génova para los hermanos mayores de 70 años (10-16); VI Marcha Pavoniana Juvenil en Madrid (16); fiesta patronal del beato Ludovico Pavoni en Alfianello (24); presencia del Obispo de Vicenza, mon. César Nosiglia, para la fiesta de Pavoni en Lonigo (27).

Que todo el tiempo pascual esté caracterizado por una intensa invocación al Espíritu Santo, que culminará en la solemnidad de Pentecostés, con la que cerraremos el mes de mayo. Invito a cada comunidad a prepararse a Pentecostés con la vigilia, momento celebrativo que viene después solamente de la vigilia pascual; debemos, pues, acostumbrarnos a darle gran importancia. Es un revivir la experiencia de los apóstoles en el periodo inmediatamente anterior a Pentecostés. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con… María, la madre de Jesús (Hch 1, 14).

María, la mujer de Pascua y de Pentecostés, Madre de Cristo y de la Iglesia, que con el pueblo cristiano veneraremos con un amor especial durante el mes de mayo, nos obtenga, como deseaba el Padre Fundador, un amor sincero hacia Dios y hacia el prójimo (CP 100).

Con este deseo os saludo cordialmente en el Señor.

p. Lorenzo Agosti

 

Tradate, 28 de abril de 2009.