Invitándonos a vivir la Palabra y a renovar la espiritualidad, recibimos con agrado esta carta

Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana,

          Acabo de llegar a Italia después de mi visita a las comunidades de Brasil, donde he permanecido más de un mes y donde el 28 de octubre he participado al funeral del h. Natale Facchinelli, figura ejemplar de religioso pavoniano.

          La Provincia de Brasil ya ha puesto en marcha la fase poscapitular, al igual que las otras Provincias. Es muy importante dar relevancia a este tiempo que estamos viviendo, para recoger el impulso que nos ha llegado de la celebración del Capítulo general y para comenzar a encarnarlo en nuestra realidad.

          Un estímulo posterior para intensificar este proceso nos llega también del Sínodo de los Obispos que, en las semanas pasadas, ha afrontado el tema de la “Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”. Es una relación orante, personal y comunitaria, con la Palabra de Dios, que suscita y nutre nuestra fe y da vigor a nuestra vocación y a nuestra misión.

 

Comunidad unida en torno al Señor

          Quiero retomar el tema de este primer año pos capitular Comunidad unida, para añadir algunas consideraciones a cuanto ya he dicho en la carta del mes pasado.

          La comunidad encuentra su unidad en torno al Señor, en torno a su Palabra y a la Eucaristía.

          No debemos olvidar nunca ni descuidar este fundamento y esta referencia. Es el Señor quien nos ha llamado, nos ha consagrado y nos ha enviado a continuar su misión a través del carisma del beato Ludovico Pavoni. Es una perspectiva que nos concierne a cada uno particularmente y a todos en conjunto, dado que pertenecemos a la misma familia. Vivimos nuestra vocación, consagración y misión en la unidad de una misma familia, de una misma comunidad.

          Nos sentimos, por tanto, comunidad unida en la oración, en la fraternidad y en la misión.

          Es necesario vivir de manera armónica y equilibrada estas tres dimensiones. No podemos descuidar la comunidad por la actividad, no podemos sacrificar los momentos esenciales de la vida de comunidad por dedicarnos a la actividad y mucho menos por ceder ante el individualismo. Al mismo tiempo la vida de comunidad la debemos organizar de tal modo que permita a cada uno dedicarse efectivamente a la misión que se nos ha confiado. Nuestra espiritualidad se alimenta de la oración, que nos posibilita vivir en fraternidad y nos sostiene en la misión. Pero nuestra espiritualidad se beneficia también de una vida de verdadera fraternidad y se refuerza en una misión vivida con dedicación y autenticidad. En esto consiste, por otra parte, un verdadero camino de formación permanente.

 

Nuestra espiritualidad pavoniana

          Muchos autores, expertos en la vida consagrada, desde hace tiempo subrayan que tendrán futuro solamente aquellos Institutos de vida religiosa que tienen como base una fuerte espiritualidad, que se caracterizan por una espiritualidad intensa. El empeño en una actividad apostólica, aunque sea significativa, no es suficiente para garantizar solidez y, en consecuencia, continuidad a una institución religiosa. Si este empeño es primordial y termina por sacrificar la consistencia de una fuerte espiritualidad, la institución corre el riesgo de hacer un camino fatigoso y tiene un futuro incierto. Una organización “genérica” de la vida y del apostolado hace perder poco a poco el significado a una institución religiosa.

          Por esto, también el Concilio Vaticano II invitó a los religiosos a retornar al Fundador, a recuperar lo genuino del espíritu y del carisma del propio Fundador. Es el proceso que también nosotros estamos viviendo y que hemos intentado llevar a cabo los últimos cuarenta años, junto a una adecuada adaptación a las nuevas exigencias eclesiales, culturales y sociales en que estamos inmersos.

          Recuperar como pavonianos una identidad precisa, caracterizarnos por una espiritualidad que nos identifique, nos sostenga y nos permita sentirnos profundamente unidos: este ha sido y sigue siendo un reto propio del tiempo actual. A lo largo de la historia de nuestra Congregación algunos aspectos han caracterizado continuamente nuestra identidad. Se ha tratado y se trata en este momento de tomar una mayor conciencia, de acogerlos en su conjunto y de convertirlos en expresión de nuestra vida y de nuestras comunidades. El texto sobre el espíritu pavoniano aprobado por el Capítulo general e introducido en la Regla de Vida puede constituir la base que dé solidez a este proceso.

          Nos damos cuenta de que por espiritualidad, como desde hace tiempo se afirman, no entendemos sólo las dimensiones de la interioridad y de la oración. Por espiritualidad entendemos la entera existencia que se deja guiar por el Espíritu del Señor. La espiritualidad une “interioridad y testimonio, contemplación y compromiso social” (cf. Doc. Cap. 1996, 7b).

          Como nos pide el Padre Fundador, nuestra espiritualidad consiste en “conformar la propia vida en cuanto sea posible a la de Jesucristo” y “ser signos y portadores de su amor por los jóvenes, especialmente los más pobres” (RV 11).

          Si esto es así, estamos llamados a dar esta connotación a nuestra vida y a nuestras comunidades, uniendo estrechamente nuestra vida de oración, de fraternidad y de misión. Si no existe un verdadero amor al Señor, si no existe una intensa y real relación con el Señor en la oración, no pude haber tampoco una verdadera fraternidad ni un auténtico servicio a los hermanos y a los jóvenes. La actividad corre el riesgo de ser solamente expresión de filantropía, como ya denunciaba nuestro Padre Fundador. La misión es auténtica si la vivo por amor a Cristo, si llevo Cristo a los hermanos, si en los hermanos veo el rostro de Cristo, si ayudo a los muchachos y jóvenes a encontrar a Cristo. El Cristo que vive en mí, con quien tengo una relación de fe y de oración; ese Cristo que me ayuda a vivir en comunión con los hermanos de la comunidad y que me hace hermano y cercano a cada persona con que me encuentro.

          Una espiritualidad encarnada de este modo irradia y contagia, se extiende a nuestros colaboradores y a los destinatarios de nuestra misión, constituye cada vez más ese incentivo que atrae y motiva a los laicos de la Familia pavoniana: éstos se sienten atraídos y, a su vez, la difunden y enriquecen... Deberemos seguir hablando de ello.

 

Hermanos ancianos y difuntos... Agenda del mes de noviembre

          En Brasil y en Italia he visitado recientemente a los hermanos ancianos que están imposibilitados para desarrollar una actividad, pero cuya presencia es preciosa para la vida de la Congregación. Quisiera exhortar a todos para que estemos cerca de ellos, que seamos atentos en las relaciones con ellos, que les visitemos frecuentemente y hagamos compañía. Es una manera de vivir el espíritu de familia, de expresar nuestro sentirnos comunidad unida, de testificar concretamente un amor que, cimentado en el Señor, se manifiesta en auténticas formas de fraternidad.

          Hemos celebrado en días pasados la conmemoración de los fieles difuntos. En este mes acordémonos de hacer una celebración para todos los hermanos difuntos de nuestra Congregación y por todos nuestros colaboradores. Por ellos ofrecemos sufragios, imitamos su ejemplo e invocamos su intercesión. En muchas comunidades se ha implantado la loable costumbre de recordarles en el día del aniversario de su muerte. Invito a seguir haciéndolo y a introducir en todas las comunidades esta costumbre, subrayando de manera especial el recuerdo de los hermanos que murieron en la casa, en la ciudad o en la zona a la que pertenecemos.

          En España se reunirán los días 7 y 8 superiores y vicesuperiores de comunidad y del 14 al 16 los jóvenes de los grupos Saiano. El 18 se encontrarán en Brescia los administradores locales.

          A finales de mes comenzaré la visita a las comunidades de Colombia, y continuaré después con las de Méjico. La ocasión me la ofrece la ordenación sacerdotal de los diáconos Juan José Arjona y José Daniel Becerra, que tendrá lugar en Bogotá el sábado 29 de noviembre, por manos del cardenal Pedro Rubiano Sáenz, Arzobispo de la ciudad. Serán los dos primeros sacerdotes pavonianos de Colombia. Demos gracias al Señor y acompañémosles con nuestra oración y nuestro ánimo.

          El día 29 de noviembre, también, comenzaremos la novena de preparación a nuestra gran fiesta anual de la Inmaculada. Seguimos encomendándonos a nuestra querida madre María, a quien el sábado día 15 invocaremos como Madre de la Divina Providencia, siguiendo atentos y obedientes a su invitación en Caná: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5).

          Llegue a todos mi más cordial saludo en el Señor.

 

 

                                                                       p. Lorenzo Agosti

 

Tradate, 5 de noviembre de 2008