Queridos hermanos y laicos de la Familia pavoniana:
Nos encontramos en pleno corazón de la Cuaresma. Encaminados hacia la Pascua, vivimos este tiempo fuerte y propicio de conversión, “fijando la mirada en Jesús..., quien, para obtener la gloria que se le proponía, soportó la cruz” (Hb 12,2). El misterio de la Pascua del Señor constituye la causa de nuestra salvación, el fundamento de la Iglesia y el centro de nuestra fe. Este misterio nos ilumina en las opciones que cada día hacemos como creyentes y miembros de la Iglesia.
En cuanto Familia pavoniana, nos sentimos parte viva de la Iglesia. Nuestra Regla de Vida lo evidencia y lo subraya en repetidas ocasiones. Podemos referirnos ante todo a un pasaje del primer capítulo. “Bautizados en la muerte y resurrección del Señor, confirmados en el Espíritu, convocados para la edificación del Cuerpo de Cristo, vivimos nuestra profesión religiosa en medio del pueblo de Dios, y así nos asociamos íntimamente al misterio y a la misión de la Iglesia” (RV 15). Aquí hallamos el estrecho vínculo entre nuestra fe, la Pascua del Señor, la pertenencia a la Iglesia y la misión de la Congregación. En la base de nuestro ser cristianos y consagrados está el bautismo, la confirmación y la convocación a ser “piedras vivas” (1 P 2,5) para la construcción de la Iglesia. De este modo vivimos nuestra vocación, laical o consagrada, “en medio del pueblo de Dios” y contribuimos “a la misión de la Iglesia”.
[El párrafo 44 de la “Lumen gentium”, la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, afronta ampliamente esta temática.]
Además que en virtud del bautismo, de vuestra vocación específica y de vuestro ser miembros de una comunidad cristiana particular, vosotros laicos, que con nosotros religiosos formáis parte de la Familia pavoniana, estáis asociados a la misión de la Iglesia también en virtud de vuestra pertenencia. Por consiguiente, lo que nuestra Regla nos atribuye a los religiosos, de manera parcial pero cierta lo refiere también a vosotros.
Religiosos y laicos formamos la Familia pavoniana, llamada, por iniciativa del Espíritu a través del Padre Fundador, a ser en la Iglesia una presencia carismática que colabora en su vida y en su misión con “el ministerio de la caridad y el de la educación en la fe” (RV 13).
A su luz podemos leer y comprender otro pasaje de la Regla de Vida, contenido en el capítulo sobre la vida de comunión. “Nuestra consagración religiosa nos inserta más íntimamente en el pueblo de Dios que se constituye por el bautismo, es convocado y guiado por la palabra de Dios, y se expresa y renueva por la eucaristía. Por ello nos sentimos en comunión con toda la Iglesia, le somos siempre fieles y participamos activamente en su vida, bajo la guía de los Obispos que Cristo ha establecido como maestros y pastores. Particularmente expresamos una actitud de amor filial al Papa, corazón de la unidad eclesial, al que debemos obedecer incluso en virtud del voto de obediencia” (RV 147).
Este número retoma los conceptos de fondo sobre la pertenencia a la Iglesia (bautismo, Palabra y eucaristía) y nos indica cómo vivirla en las diversas dimensiones (comunión, fidelidad, participación activa, escucha de los Obispos, amor y obediencia al Papa).
También el Capítulo general se transforma, pues, en una expresión de la eclesialidad de la Congregación, que “se esfuerza... por permanecer disponible a las solicitudes de la Iglesia” (RV 254). Por tanto, tiene pleno sentido la oración que hacemos para que “el Capítulo general sea un acontecimiento eclesial, exprese sensibilidad y obediencia a las directrices de la Iglesia, Madre y Maestra, con el mismo corazón de Ludovico Pavoni” (3ª fórmula).
La pertenencia a la Iglesia tiene una dimensión visible, implica una participación en su vida y en su misión, pero tiene como fundamento el estar enraizados en Cristo y el vivir una existencia bajo el signo del Espíritu. De aquí brota la necesidad de poner atención a la vida de Dios en nosotros, o sea, cuidar nuestra vida espiritual. La calidad espiritual de nuestra vida es la condición indispensable para llevar a cabo una auténtica experiencia de comunión y una acción apostólica verdaderamente fecunda.
La escucha orante de la palabra de Dios, la asidua y fructuosa celebración de la eucaristía y el frecuente recurso al sacramento de la reconciliación son los principales manantiales de toda espiritualidad cristiana. La plena y activa participación en la vida de la comunidad nos ayuda a alimentar la calidad de nuestra vida espiritual.
En particular “es de gran ayuda para progresar en el camino evangélico, especialmente... en ciertos momentos de la vida, el recurso humilde y confiado a la dirección espiritual, merced a la cual la persona recibe ánimos para responder con generosidad a las mociones del Espíritu y orientarse decididamente hacia la santidad” (VC 95e).
La “Ratio formationis” que hemos aprobado el 14 de abril del año pasado, y el “Anexo” que se ha añadido el 8 de diciembre, insisten en la importancia, más aún, en la necesidad de la dirección espiritual en el periodo de la primera formación de la vida consagrada. Durante esta fase, la dirección espiritual resulta indispensable tanto para la verificación de la autenticidad de la vocación como para ayudar a la maduración de la persona, sirviendo como apoyo en la fidelidad y en la generosidad de la respuesta.
Pero la dirección espiritual cobra valor a cualquier edad y en los distintos estados de vida. En estos últimos años asistimos ciertamente a una recuperación del recurso a esta práctica, no sólo entre las personas consagradas (seminaristas, curas y religiosos), sino también entre los laicos, tanto jóvenes como adultos.
Todos necesitamos ayuda para atender a la vida espiritual, para interiorizar los elementos esenciales de la vida de fe, para sentirnos iluminados y sostenidos en las dificultades a fin de vivir con entusiasmo y fidelidad nuestra vocación. Para todos la dirección espiritual de un hombre de Dios sabio y preparado constituye una válida oportunidad de contraste, apoyo y aliento.
Es fácil caer en el subjetivismo también en la vida espiritual, interpretando a nuestra manera la palabra de Dios y arriesgándonos a adecuarnos a la mentalidad y a los criterios del mundo. Existe el peligro de echar a los otros o a nuestras instituciones las propias responsabilidades, de considerar que les toca a otros lo que debemos hacer nosotros. A veces esperamos que los otros den el primer paso, que se muestren atentos a nosotros; lo esperamos todo de la comunidad, pretendemos que la comunidad sea perfecta, como si no nos correspondiese también a nosotros colaborar en la construcción de la comunidad.
Yo me siento llamado y soy responsable, ante Dios y ante su llamada, de las decisiones que adopto. Me toca a mí realizar lo que esté de mi parte, ser apasionado de mi vocación, vivir el I CARE, el “me interesa, me llega muy dentro”: quiero al Señor, quiero a la Congregación y a la comunidad, quiero a los hermanos y los muchachos. Así maduro como cristiano y como religioso. Si me entrego, si doy, recibo y me siento motivado, sostenido, lleno de alegría.
En todo esto me puede ayudar la dirección espiritual. Éste es el camino de una auténtica conversión, que la cuaresma me propone y me invita a llevar a cabo.
Hacia la Pascua y hacia el 1 de abril
También este año, con ocasión del triduo pascual (20-23 marzo), se ofrece de nuevo la experiencia de la “Pascua juvenil”, tanto en Salamanca (España) como en Maggio (Italia).
Del 27 al 29 de marzo tendrá lugar en Italia la reunión del Consejo general.
Al celebrarse la Pascua el 23 de marzo, deberemos anticipar la solemnidad de san José, esposo de la bienaventurada Virgen María y protector especial de nuestra Congregación (Cf. RV 20), al sábado 15 de marzo; y nos hará posponer la de la Anunciación del Señor al lunes 31 de marzo.
Deseo a todos que nos preparemos a celebrar “con panes ácimos de sinceridad y verdad” (1 Cor 5,8) la Pascua del Señor, teniendo siempre fija la mirada en él.
Junto a la de Cristo, dirigimos nuestra mirada también al rostro de nuestro Padre Fundador. El próximo 1 de abril recordaremos, una vez más, su participación en el misterio pascual de Cristo, cuando hace 159 años pasó de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos hasta el extremo. Que su recuerdo e intercesión nos ayuden a cada uno de nosotros y a la entera Familia pavoniana a vivir como “resucitados con Cristo”.
¡Feliz Pascua!
P. Lorenzo Agosti
Génova, a 29 de febrero de 2008.