Esta dominica periodista y autora de una famosa web vocacional se pregunta sobre las vocaciones.

Celebramos el 2 de febrero el día de la Vida Consagrada, un día en que todos los religiosos damos gracias a Dios por la llamada y pasamos revista a nuestros años consagrados, con sus luces y sombras, pero siempre agradeciendo y aprovechando para volver a la fe primera, a la ilusión primera.

Muchos se preguntan por qué no hay vocaciones. Seguramente la pregunta viene de las estadísticas y de echar un simple vistazo a las comunidades, pero aun así, haciendo gala de poca lucidez, cero que sí hay vocaciones. El Señor sigue llamando cada día, aunque algunos no lo crean o no lo deseean. Las vocaciones se desean, se deben desear con "dolor de corazón"... os aseguro que duele. Es un anhelo profundo, inexplicable... porque yo soy feliz. Hay que creer en las vocaciones y hay que saber qué ofrecerles. Ofrecerles el amor y la misericordia del Señor, una vida donada, rigurosidad, disciplina con mucho amor.

De aquí que no podemos permitirnos comunidades centradas en sí mismas, acomodadas y preocupadas por pequeñas discusiones que son ridículas para jóvenes que desde pequeños han luchado por sobrevivir a rupturas familiares, a la falta de de figura paterna o materna, a la pobreza y a la soledad extrema. El sentir vacío, como muchos lo expresan. O quizás jóvenes que lo tienen todo o simplemente han sufrido los embates de nuestra sociedad con lo bueno y con lo malo.

Hay que ahondar en el carisma. Lo sj´voenes obligan a desacomodarnos, a veces pensamos que ya nos pasó el tiempo de cumplir a rajatabal y nos dejamos levar por muchas comidades. Las vocaciones obligan a recomenzar, nos hacen sentir "viejos". Y eso, a veces, cuesta y duele. La modernidad no está reñida con el carisma. El querer ser modernos a según qué edad, quizás, sí. Pero también es importante hacer de las comunidades lugares dignos, no cutres y horteras, con sencillez y con lo esencial.

Muchos llegan con la ilusión que todo shemos sentido y debiéramos seguir sintiendo, la de cambiar el mundo, la de hacer el bien, la de ayudar al otro. legan jóvenes que no conocen y tienen derecho a conocer, a saber desde cero, casi desde el nombre del Padre... Otros conocen y tienen su manera de vivir la fe, y tienen derecho a seguir con su rosario y su piedad. Y no digamos ya, con su amor y respeto al Papa y a la Iglesia, tal cual es.

Pero sólo se quedarán si después de ver la misión, grande o pequeña, esa misión de la que nos gusta hablar, con inmigrantes, niños de la calle, ancianos... eso que el mundo aún admira, que nos llena... si tras ver y admirar esto, se quedarán si hallan una verdadera vida de oración y una fuerte vida de comunidad.

Cada vez estoy más convencida de que lo esencial es vivir en auténtica comunidad, es la manera más efectiva de dar testimonio. ¿Y qué es la comunidad? Personas entregadas a Dios, que tienen como puntal la oración, que comparten los bienes, pero sobre todo su vida y anhelos. Y aun, por encima de todo, intentan vivir un mismo carisma con sus constituciones, normas o leyes. Gozan y sufren juntos. No es un grupo de personas que comparten cosas, no son solterones que ya sólo buscan una buena jubilación. Son gente dispuesta a trabajar, a darse hasta el final, en comunidad, con mucha humildad y mucha apertura  a nuevas formas de ver las cosas (a lo mejor hace 20 años que el mismo póster cuelga de las paredes de la comunidad).

Las vocaciones sin exigencia y sin un gran apoyo comunitario, no duran. La misión no puede ser una excusa para recortar la oración. El activimo ya lo encontramos en el mundo. Busquemos el equilibrio, recemos y trabajemos. Huir siempre de ser una ONG, tal ves sirve al principio, pero no para continuar y perseverar.

Hay que dejar transparentar a Cristo, no quedarse en lo que hace años costó tanto levantar y se sigue defendiendo a capa y espada. Transparencia, sencillez y mucha verdad. También exigencia, hay que utilizar la cabeza además del corazón, nunca inclinarse por ser uno más, sino por ofrecer una verdadera vida resligiosa con el despojo que conlleva. Y pensar que con la suerte de que muchos jóvenes "pululen" por la comunidad estamos ayudando al crecimiento espiritual y humano de una persona que ama a Jesús. Y esto también misión, quizá una nueva misión.

En España hay vocaciones, hay que desarlas, ofrecer nuestra mano al que busca, no tener miedo a proponer. Dios se sirve de nosotros, y eso es algo grande, pero más grande es ver jóvenes que buscan y que pueden entontrar en nuestras comunidades su camino. Y no olvidar nunca que la vocación es don de Dios.